Un guitarrista feliz
Conocí a Ángel Molina una mañana de 2001. Quizás 2002. A mis casi 40 años, había decidido por fin aprender a tocar la guitarra, el sueño frustrado de mi adolescencia. Ángel había montado una pequeña academia de música en el sótano de Melody, la tienda de instrumentos que está situada frente al Conservatorio. Por las mañanas, trabajaba en la Agencia Tributaria, por las tardes daba clases de guitarra y por la noche ensayaba con Jazzpacho, la banda de fusión que lo acompañó toda su vida.
Pronto descubrí a un ser de luz. A un torrente de energía que regalaba acordes y entusiasmo a manos llenas. Ángel Molina fue un excelente profesor de guitarra. De eso no hay la menor duda. Pero no solo. Era también un caudal de generosidad y compromiso con la música que desbordaba los estrechos márgenes del aula. En pocas semanas pasamos de las clases a los bares, a los conciertos, a la playa infinita de El Palmar, a la montaña de Asturias y a las sesiones interminables de birra y guitarrazos en cualquier casa que se pusiera a tiro.
Ángel Molina no concebía la vida sin una púa en las manos. Habitaba en un pentagrama sin el corsé de los conservatorios ni las obligaciones de la enseñanza reglada. A su alrededor, generó un universo vibrante de bemoles y sostenidos, felicidad y armonía, que nos alimentó durante años a los cientos de devotos que hoy lloramos su muerte.
Nació en El Viso en 1961. De la formación marcial de su padre, miembro de la Guardia Civil, solo aprendió la disciplina de las escalas y la determinación por descifrar el lenguaje encriptado del solfeo. El hijo de un comandante le prestó una guitarra cuando aún era un crío y desde ese instante su biografía se anudó a los trastes del mástil como dos hermanos gemelos. Autodidacta tenaz, logró cimentar una trayectoria brillante como instrumentista heterodoxo, dúctil y abierto a cualquier soplo de aire fresco.
Su primer grupo, ‘Sueños’, fue una réplica de Crosby, Stills and Nash. Luego llegó ‘Cobalto’, una banda pachanguera que le permitió juntar el suficiente dinero como para comprarse su primera guitarra eléctrica. Y finalmente alumbró ‘Jazzpacho’, el grupo de fusión que lo definía como creador. Entre medias ha participado en infinidad de formaciones de todo color y nunca ha desaprovechado la oportunidad de subirse al escenario para compartir su enorme talento.
“La música nunca me ha traicionado”, me confesó en una reveladora entrevista publicada en ABC en 2012. Inconformista y refractario a los manejos de la industria discográfica, siempre fue por libre, sin máscaras ni ataduras, entregado en cuerpo desnudo a la música, “el lenguaje más inteligente que existe”.
Córdoba pierde a un ser humano auténtico y noble como la retama de los arroyos de nuestra sierra que tanto amaba. Un guitarrista feliz que hizo del mundo un lugar más amable, más humano y más hermoso.
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