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La leyenda del Trail Blazer

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José Carlos León

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El deporte me ha enseñado muchas cosas a lo largo de mi vida, desde geografía hasta valores que me acompañan desde niño. Los locos del baloncesto no tuvimos problemas en COU para entender la desintegración de la URSS o la desmembración de Yugoslavia, porque nosotros siempre supimos que el Zalgiris era lituano y la Cibona croata. Teníamos integrados conceptos como “el conjunto balcánico” o “el equipo báltico”, e incluso teníamos sólidas nociones de la estructura de Estados Unidos sin necesidad de que lo explicara el libro de Historia. Eso nos venía de cuna.

Hoy sigo poniendo muchos ejemplos de deporte en mis formaciones, porque independientemente de que la audiencia conozca el caso del que estoy hablando, me sirven para exponer referencias universales de las que todos podemos sacar una conclusión, quizás una enseñanza. Este fin de semana me pasó con un grupo excelente de chicas, insultantemente jóvenes, enormemente exitosas. Son las líderes nacionales de una potentísima multinacional en una industria que necesita un paquete mental que no está instalado en todos los cerebros. Ellas lo tienen, pero querían aprender sobre liderazgo, porque siendo buenas, quieren ser aún mejores líderes para sus equipos.

De liderazgo sabe mucho más mi amigo Miguel Ángel Luque, y por aquí ha dejado algunas pistas. Es un tema sobre el que cada día se escriben diez libros, con modelos y teorías diferentes, algunas nuevas, otros meros plagios cambiando nombres. Para hablar de liderazgo siempre recurro a mi cultura deportiva para poner una metáfora que en su momento me sirvió para entender a la perfección lo que significa ser un líder.

Los Portland Trail Blazers son un equipo con connotaciones especiales para los aficionados españoles a la NBA. El conjunto del estado de Oregon fue el que dio la oportunidad a Fernando Martín para que se convirtiera en el pionero español en la mejor liga del mundo, y años después otros jugadores míticos vinculados con nuestro país vistieron su camiseta negra, como el malogrado Drazen Petrovic y Arvydas Sabonis, o más recientemente, Rudy Fernández, Sergio Rodríguez o Víctor Claver.

Portland está en el noroeste de Estados Unidos, siendo la franquicia de la Conferencia Oeste más cercana a Canadá. Esa localización geográfica marcó en sus inicios que sus propietarios decidieran ponerle al equipo el nombre de Trail Blazers, que literalmente significa “el que abre el camino”. En los tiempos de la conquista del Oeste, en esas caravanas que tantas veces hemos visto en las películas, el trail blazer era el solitario encargado de abrir la vía para los que venían por detrás, de localizar el mejor paso y de avisar de los posibles peligros. Era una misión arriesgada sólo encomendada a los más aptos y los más valientes. Era una misión para la que todos no estaban preparados, una misión que muchos no querían aceptar… o no sabían hacer.

Ese concepto de trail blazer es una de las mejores definiciones que se pueden buscar de lo que significa un líder, alguien encargado de abrir caminos por los que los demás quieren pasar, personas que necesitan seguir a alguien porque no quieren o no saben buscar su propia senda.

Porque de una u otra forma, necesitamos seguir a alguien, sentir una inspiración o un estímulo para seguir adelante, para avanzar y desarrollarnos en busca de nuestras metas, de nuestros sueños. Y sin entrar en más detalles, las personas seguimos a alguien que cumpla tres requisitos aparentemente simples, pero altamente complejos. Esa figura a la que llamamos líder es alguien que toma acción, que toma decisiones y que es coherente.

El líder toma acción, porque la acción es la mejor receta contra la apatía, la desidia y el miedo. No seguimos al que se queda sentado en casa esperando respuestas, sino al que se pone en marcha buscándolas, incluso aunque esa acción pueda parecer absurda, porque el dinamismo es un elemento catalizador ante el inmovilismo.

El líder toma decisiones y no espera a que alguien las tome por él. Ojo, esto no quiere decir que siempre acierte y que tome decisiones correctas, algo que sólo se suele saber a agua pasada, sólo quiere decir que elige. Eso ya es un gran paso, porque quiere decir que asume su responsabilidad y que trata de escribir su propia historia. No elegir ya es una elección en sí misma. No tomar decisiones es una decisión, la de dejar que otro lo haga por ti o simplemente la de dejarse llevar por la corriente.

El líder es coherente, alineando en el mismo sentido lo que siente, lo que piensa, lo que dice y lo que hace. La coherencia no es ni buena ni mala, ya que puede ser utilizada en un sentido creativo o destructivo, pero por encima de eso es un elemento aglutinador de liderazgo, una característica que hace que su poseedor sea seguido por sus semejantes.

¿Y tú, eres un líder? ¿Eres un trail blazer? Si la respuesta es sí, fantástico, felicidades. Si la respuesta es no tampoco hay que mortificarse, porque los líderes no abundan. No todos estamos llamados a ser personajes carismáticos, a ser guías de masas y creadores de mundos donde los demás desean vivir. Quizás no somos líderes en el concepto que tenemos de los grandes de la historia o de la actualidad, pero sí podemos dar un primer paso para ser líderes… de nuestra propia vida.

Y ahí surge el autoliderazgo, la capacidad para poner acción, tomar decisiones y ser coherente con la visión que declaramos de nosotros mismos. Es un salto cuántico, una declaración de intenciones que nos exige la máxima congruencia con lo que deseamos ser, aunque eso implique una incongruencia absoluta con lo que somos hoy mismo. Eso es lo que hacen los líderes, asumir su propia responsabilidad y abrir caminos por los que los demás quieren pasar. Entonces, ¿estás dispuesto a a marcar tu propia senda? Si estás listo ya eres un líder, el líder de tu vida. Ya eres un trail blazer.

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