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Sobre este blog

Estudié para profesor de inglés pero nunca pisé un aula, porque lo que siempre me gustó fue escribir y contar historias. Lo hice durante 15 años en El Día de Córdoba, cumpliendo sueños y disfrutando como un enano hasta que se rompió el amor con el periodismo y comenzó mi idilio con el coaching y la Inteligencia Emocional. Con 38 años y dos gemelas recién nacidas salté al vacío, lo dejé todo y me zambullí de lleno en eso que Zygmunt Bauman llamó el mar de la incertidumbre. Desde entonces, la falta de certezas tiene un plato vacío en mi mesa para recordarme que vivimos en tiempos líquidos e inestables. Quizás por eso detesto a los vendehúmos, reniego de la visión simplista, facilona y flower power de la gestión emocional y huyo de los gurús de cuarto de hora. A los 43 me he vuelto emprendedor y comando el área de proyectos internacionales de INDEPCIE, mi nueva criatura de padre tardío. Me gusta viajar, comer, Queen, el baloncesto y el Real Madrid, y no tiene por qué ser en ese orden.

El ching

El chin

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En el momento en que Drácula ve por primera vez a la exuberante Ericka Van Helsing, al viejo vampiro se le pone cara de tonto, empieza a balbucear sonidos ininteligibles, mariposas revolotean por su estómago y los ojos se le hacen chiribitas. Eran las mismas sensaciones que experimentó cientos de años atrás cuando conoció al que hasta entonces había sido el único amor de su vida, la madre de Mavis. La propia hija lo vivió años atrás cuando se cruzó con Jhonny, ese algo que te sucede cuando crees que has encontrado a la persona que el destino te tenía reservada. Hay quien lo llama flechazo, los millenials lo llaman el crush, pero en Hotel Transylvania tiene un nombre particular: el ching.

Perdón por la referencia, pero a estas alturas no me pidan grandes citas intelectuales. Cuando las niñas se apoderan del mando a distancia, toca sacar conclusiones de lo que hay… y no son pocas.

El ching es el enamoramiento, eso sobre lo que tanto se ha escrito a lo largo de la historia y que sigue siendo un gran misterio, porque nadie sabe cuándo va a llegar ni por qué. Podríamos decir que una persona se enamora de alguien o de algo cuando la experiencia sensorial es plenamente placentera. Es decir, me enamoro de alguien de la que me gusta lo que oigo (su voz, su conversación…), su aspecto (lo que percibo por la vista), su olor, su tacto, lo que me hace sentir, lo que puedo hacer junto o con ella… De hecho, puedes darte cuenta de que cuando se rompe el amor es porque ya no te gusta o lo que escuchas, o lo que ves o lo que sientes.

¿A cuento de qué viene todo esto? Bueno, pues como he comentado por aquí hace un par de semanas, estamos en pleno proceso de selección de personal, buscando a las personas adecuadas que nos acompañen en nuestro crecimiento. Para mí es una situación emocionante, porque es la primera vez que me veo con la posibilidad de generar empleo y darle una oportunidad a alguien que la merezca y la necesite, gente joven con talento y deseos por demostrar cosas. Te mentiría si no te dijera que estoy hasta nervioso, ilusionado y con ganas de encontrar a esas personas que puedan contagiarse mínimamente de todo lo que puedo ver nítidamente en sus futuros.

Ya hemos hecho la primera criba con el análisis y selección de los CV, y nos han encantado los perfiles de algunas chicas a las que vemos claramente encajando en nuestros planes. Sí, son chicas y no me hace falta utilizar el lenguaje inclusivo. Son las mejores que nos han llegado, jóvenes, tremendamente preparadas, con idiomas y con mucha vida y kilómetros en las maletas a pesar de su juventud. Quizás les falta experiencia, pero eso nos ha faltado a todos. Sólo se quita con los años. Me gusta ver en ellas más allá de lo que dice el papel, mirarlas con perspectiva y ver hasta dónde pueden llegar, hasta dónde pueden crecer… y si es con nosotros, mejor.

El problema ha venido cuando al llamarlas para concertar una entrevista personal, lo que hemos recibido al otro lado del teléfono ha sido una respuesta que por el tono, por la forma o por el fondo ha roto (o al menos, minimizado) ese ching que había generado la primera impresión. Sinceramente, me cuesta entender cómo alguien de 25 años responde a una posible propuesta laboral con la misma pasión que cuando llama el de Vodafone un sábado a las tres de la tarde. Porque ahora, más allá de los datos del curriculum, me asaltan las dudas: ¿Esta es la pasión con la que quiere el puesto? ¿Estas son las ganas que va a poner? Dicho de otra manera, me preocupa que la ilusión sea mayor en el empleador que en el posible empleado.

Recuerdo cuando me llamaron para mi primer trabajo, como casi se me saltaron las lágrimas y apenas pude responder. De eso hace un cuarto de siglo y las cosas no estaban mucho mejor que ahora. Por eso me cuesta creer que alguien con 25 años y recién salido al mercado laboral ya esté tan hastiado y quemado de entrevistas sin fruto y ofertas de mierda (que seguro que las hay). Seguro que mucho de lo que ha encontrado es una basura y que a pesar de la edad ya se habrá llevado muchos desengaños, pero todavía no pueden permitirse el lujo de tirar la toalla. Sencillamente, no tiene derecho.

Me siento plenamente identificado con uno de los proyectos en los que estamos inmersos, FETRA, en el que tratamos de dotar a los responsables de PYMES (mi caso, por ejemplo) con las competencias necesarias para desarrollar y detectar las habilidades blandas en sus potenciales trabajadores durante un proceso de selección. Motivación, capacidad para tomar decisiones, entusiasmo, liderazgo, trabajo en equipo, perseverancia… Esas son algunas de las destrezas que buscamos en nuestros compañeros de viaje, en las personas que queremos a nuestro lado para crecer.  

Pero me lo voy a llevar al otro lado, al de la buscadora de empleo, a esa persona cansada de llevarse chascos, asqueada por muchas decepciones y puede que pensando a estas alturas que no hay nada que merezca la pena. De verdad, me pongo en tu pellejo, porque yo he estado ahí. Nadie me lo tiene que contar. Pero cuando se abre una oportunidad tienes que pensar que quizás sólo tengas una ocasión para enamorar a alguien que, por lo que sea, se ha fijado en ti. Es tu momento de lucir, de seducir y demostrar que no contratarte puede ser uno de los mayores errores que cometa esa empresa. Debes destacar, mostrar tus talentos y competencias, qué sabes hacer y cómo puedes ayudar a esa compañía, mostrando por qué deben contratarte a ti y no a otra, porque seguro que hay más en la cola. Como mínimo, debes estar igual de enamorada de la posibilidad de ser la elegida que yo lo estoy ante la opción de contratarte. Porque el ching sólo es ching si es correspondido. Si no es una puta mierda.

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Estudié para profesor de inglés pero nunca pisé un aula, porque lo que siempre me gustó fue escribir y contar historias. Lo hice durante 15 años en El Día de Córdoba, cumpliendo sueños y disfrutando como un enano hasta que se rompió el amor con el periodismo y comenzó mi idilio con el coaching y la Inteligencia Emocional. Con 38 años y dos gemelas recién nacidas salté al vacío, lo dejé todo y me zambullí de lleno en eso que Zygmunt Bauman llamó el mar de la incertidumbre. Desde entonces, la falta de certezas tiene un plato vacío en mi mesa para recordarme que vivimos en tiempos líquidos e inestables. Quizás por eso detesto a los vendehúmos, reniego de la visión simplista, facilona y flower power de la gestión emocional y huyo de los gurús de cuarto de hora. A los 43 me he vuelto emprendedor y comando el área de proyectos internacionales de INDEPCIE, mi nueva criatura de padre tardío. Me gusta viajar, comer, Queen, el baloncesto y el Real Madrid, y no tiene por qué ser en ese orden.

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