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Sobre este blog

Estudié para profesor de inglés pero nunca pisé un aula, porque lo que siempre me gustó fue escribir y contar historias. Lo hice durante 15 años en El Día de Córdoba, cumpliendo sueños y disfrutando como un enano hasta que se rompió el amor con el periodismo y comenzó mi idilio con el coaching y la Inteligencia Emocional. Con 38 años y dos gemelas recién nacidas salté al vacío, lo dejé todo y me zambullí de lleno en eso que Zygmunt Bauman llamó el mar de la incertidumbre. Desde entonces, la falta de certezas tiene un plato vacío en mi mesa para recordarme que vivimos en tiempos líquidos e inestables. Quizás por eso detesto a los vendehúmos, reniego de la visión simplista, facilona y flower power de la gestión emocional y huyo de los gurús de cuarto de hora. A los 43 me he vuelto emprendedor y comando el área de proyectos internacionales de INDEPCIE, mi nueva criatura de padre tardío. Me gusta viajar, comer, Queen, el baloncesto y el Real Madrid, y no tiene por qué ser en ese orden.

Entre Maslow y Rodica

Las dudas

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De Maslow ya he hablado aquí varias veces y más o menos todo el mundo lo conoce. Nacido en 1908, el psicólogo americano pasó a la historia por desarrollar su teoría de las necesidades humanas. Divididas entre necesidades de carencia y necesidades de ser, Maslow iba ascendiendo desde las puramente fisiológicas hasta las más elevadas, entre las que se encontraban la autorrealización y, por último, la contribución. Es decir, hacer las cosas por el puro placer del crecimiento personal y en su última instancia, cuando ya no necesito para para mí mismo, hacer las cosas por los demás.

Rodica es una señora rumana que ya no cumplirá los 60, así que se crió en la dura etapa comunista. De esa educación heredó la rectitud, el cumplimiento escrupuloso de los plazos, la obligación del trabajo bien hecho y una obsesión milimétrica porque el trabajo se haga de acuerdo a lo establecido. No se sale ni una línea y no permite que nadie que trabaja con ella lo haga. A veces lo hacer con unas formas duras, demasiado directas, casi hirientes, pero enormemente efectivas y claras. Es nuestra socia en varios proyectos internacionales y al final te acabas acostumbrando. Ella es así: o la amas o la odias.

Después de más de tres décadas trabajando en Europa, Rodica se las sabe todas, así que si tienes que pedir opinión, ella es una de las voces que tienes que escuchar. Hace un par de semanas le comenté que estábamos muy contentos porque las cosas nos están yendo muy bien, que estamos creciendo y que afortunadamente vamos a necesitar más personal para cubrir todos los compromisos que se nos avecinan. Y ella, que ya ha pasado por ahí y que tiene el culo pelao, me dijo algo que me dejó dándole vueltas al asunto: “Sí, pero lo más importante eres tú y tu familia. Eso es lo primero. Todos los demás vienen y van, y además nadie te va a dar las gracias”.

Sin duda, dar trabajo es una de las experiencias más satisfactorias que hemos podido experimentar tras estos dos años de aventura emprendedora. Siempre quisimos tener la posibilidad de darle una oportunidad a gente joven, con talento y que puede encontrar en nosotros una salida, una opción para iniciar o desarrollar su carrera en un entorno internacional y con amplias posibilidades de crecimiento. Eso enlaza con la necesidad de contribución de la que hablaba Maslow, el crear para los demás una vez que las necesidades propias ya están cubiertas. Crecer es una consecuencia del trabajo bien hecho, y seguramente un premio a lo que estamos consiguiendo, pero también es un desafío que da vértigo.

“Y nadie te lo va a agradecer”. Las palabras de Rodica retumban en mi cabeza cada vez que echo un vistazo a los curriculum y nos planteamos elegir entre los candidatos a esa persona que pase a formar parte de nuestra pequeña PYME y, por tanto, casi de nuestra vida. Precisamente en uno de nuestros proyectos, FETRA (http://www.fetra-erasmus.site) trabajamos sobre ese a veces doloroso momento en el que una pequeña empresa se ve obligada a contratar para crecer. Es un momento de alegría, pero también uno de los más difíciles y determinantes para el emprendedor que, en la mayoría de ocasiones, tiene pocas o nulas nociones de Recursos Humanos.

¿A quién elegir? ¿Qué perfil? ¿Encajará en nuestra empresa? ¿Acertaré? Las preguntas son múltiples y recurrentes, porque para una PYME elegir a uno de sus nuevos integrantes no es lo mismo que para una gran multinacional, donde las personas pueden ir y venir como elementos intercambiables de una maquinaria que prácticamente va sola. Para una empresita como la nuestra, casi familiar, nacida entre amigos, añadir un elemento externo supone un impacto del 20% o el 25% de la fuerza de trabajo, y mucho más. Necesitamos encontrar no sólo a alguien válido y con las competencias necesarias, sino que encaje en nuestra filosofía, en nuestra forma de trabajar y, al fin y al cabo, en eso que en management se llama la cultura de la empresa. Un dilema al fin y al cabo, “y nadie te lo agradecerá”, sigue retumbando Rodica…

Quizás tampoco haya que esperar que nadie te dé las gracias por ofrecerle un trabajo y pactar unas condiciones en las que tú le pagas a final de mes a cambio de unos cometidos. Es un mero acuerdo laboral, frío y aséptico. Pero no se igual desde las dos partes. Y sólo ahora me doy cuenta de eso.

Así que por un lado está Maslow diciéndome que cubra mis necesidades máximas contribuyendo de alguna forma a la sociedad; y por otro Rodica diciéndome que eso está muy bien, pero que primero mire por mi culo porque nadie va a venir de la calle a hacerlo por mí. ¿A quién le hago caso?

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Estudié para profesor de inglés pero nunca pisé un aula, porque lo que siempre me gustó fue escribir y contar historias. Lo hice durante 15 años en El Día de Córdoba, cumpliendo sueños y disfrutando como un enano hasta que se rompió el amor con el periodismo y comenzó mi idilio con el coaching y la Inteligencia Emocional. Con 38 años y dos gemelas recién nacidas salté al vacío, lo dejé todo y me zambullí de lleno en eso que Zygmunt Bauman llamó el mar de la incertidumbre. Desde entonces, la falta de certezas tiene un plato vacío en mi mesa para recordarme que vivimos en tiempos líquidos e inestables. Quizás por eso detesto a los vendehúmos, reniego de la visión simplista, facilona y flower power de la gestión emocional y huyo de los gurús de cuarto de hora. A los 43 me he vuelto emprendedor y comando el área de proyectos internacionales de INDEPCIE, mi nueva criatura de padre tardío. Me gusta viajar, comer, Queen, el baloncesto y el Real Madrid, y no tiene por qué ser en ese orden.

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