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Sobre este blog

Crecí en los 70 bajo la influencia de la Señorita Pepis, un set de maquillaje para niñas del que arranca un amor interminable por el rojo de labios y el khol enmarcando la mirada. Las tendencias y la moda, la cosmética y el sublime arte del perfume me interesan con una pasión que solamente los adictos sabemos reconocer. Y sí, somos cientos de miles de personas -por cierto, muy distintas en edad y características sociales- para quienes la moda es una motivación, un bálsamo, un acicate, un exquisito pasatiempo. Ahora que Internet y las redes sociales han incendiado el mundo con la revolución fashionista, por qué no echar más leña al fuego desde las páginas de CORDÓPOLIS.

El teléfono de paliativos

Ana Fernández

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Sobre este blog

Crecí en los 70 bajo la influencia de la Señorita Pepis, un set de maquillaje para niñas del que arranca un amor interminable por el rojo de labios y el khol enmarcando la mirada. Las tendencias y la moda, la cosmética y el sublime arte del perfume me interesan con una pasión que solamente los adictos sabemos reconocer. Y sí, somos cientos de miles de personas -por cierto, muy distintas en edad y características sociales- para quienes la moda es una motivación, un bálsamo, un acicate, un exquisito pasatiempo. Ahora que Internet y las redes sociales han incendiado el mundo con la revolución fashionista, por qué no echar más leña al fuego desde las páginas de CORDÓPOLIS.

La ira como combustible suele achicharrar y quitar la razón, aunque se tenga. La ira, por tanto, hay que excretarla en un grito, un aullido agotador, proferido en un lugar desierto, rodeado de altísimas y espirituales montañas. La ira, entonces, se marcha. ¡Ciao, ciao! Y nos deja a solas con nuestro corazón humano en carne viva que ansía poder mejorar las cosas: en este caso concreto, el día a día de quienes afrontan una enfermedad terminal y han sido derivados a cuidados paliativos.

Entiéndase que mi enfado iracundo es con la enfermedad, el dolor, la muerte. No hay mago de Oz a quien recurrir y rogarle remedios, mirarlo con desprecio y llamarle farsante; porque la hermosa vida gasta espinas y se acaba.

Sin embargo, no estoy tampoco encantadísima con cómo he visto que se transita hacia el final por las sendas terminales: de las consultas médicas que ya no pueden hacer más, se pasa a las consultas de cuidados paliativos y de ahí a un hacer vida lo más normal posible con la espada de Damocles sobre la cabeza, las dudas y los miedos, el no saber cuándo dolerá más o será inaguantable el padecimiento, cuándo, en qué horario, se deberá ir a Urgencias para que haya especialista de paliativos, cómo y a quién consultar cuando algo grave está ocurriendo, y mil cosas más, en una realidad incierta donde a veces lo único que funciona bien y siempre está de guardia en la mesita de noche son los analgésicos. Bendito paracetamol en la dolorosa hora.