Crecí en los 70 bajo la influencia de la Señorita Pepis, un set de maquillaje para niñas del que arranca un amor interminable por el rojo de labios y el khol enmarcando la mirada. Las tendencias y la moda, la cosmética y el sublime arte del perfume me interesan con una pasión que solamente los adictos sabemos reconocer. Y sí, somos cientos de miles de personas -por cierto, muy distintas en edad y características sociales- para quienes la moda es una motivación, un bálsamo, un acicate, un exquisito pasatiempo. Ahora que Internet y las redes sociales han incendiado el mundo con la revolución fashionista, por qué no echar más leña al fuego desde las páginas de CORDÓPOLIS.
Adolescencias

Queríamos creer que la persona adolescente que durante horas quede absorbida en juegos en línea (Minecraft o Roblox, etc.) o con el santo ido al cielo mientras navega y escrolea por Instagram o TikTok, no estaba casi nunca en peligro, aunque gastara o perdiera su tiempo en algo que hace frotarse las manos a las grandes corporaciones tecnológicas. Eso queríamos creer: que estaba en su cuarto, con sus pantallas, tan feliz, y que, en general, una persona menor de edad que frecuenta esos espacios, se encontrará con lo que se supone que ha ido a hacer y a encontrar allí.
Mas, ¡ay, dolor!, que las cosas son bien distintas y ser adolescente hoy lleva aparejados desde tensiones psíquicas añadidas y unos riesgos ciertos de daños a la salud mental y física hasta montañas de zancadillas quizás desconocidas en nuestra historia. Me pongo en la piel adolescente y yo no sé, no sé cómo lo gestionaría.
Como toda alerta o cuestión social necesita balizas, banderas, bengalas de emergencia, hitos, relatos, la sociedad global ha alzado ante nuestras conciencias la serie británica Adolescencia. Hay que verla y comentarla en compañía de las personas adolescentes que son nuestrxs hijxs, sobrinxs, alumnado, etc.
En la vida de cualquiera, en especial de la persona adolescente, existen cuatro áreas o coordenadas: el escenario, el acceso (a los bienes materiales e inmateriales), los hábitos y, por último, la capacidad de transformación (de unx mismx y de la realidad). Por descontado, cada adolescente es únicx y existen incontables adolescencias, si bien pueden estudiarse por una suerte de adolesciencia.
En este siglo, el escenario dibuja, por ahora, sombras e incertidumbres inéditas causadas por el uso que se dé a la inteligencia artificial (IA). ¿Para qué trabajos formarse?, ¿habrá empleos que valgan la pena?, ¿qué se puede hacer en el mundo?, ¿si nuestros cuerpos no son suficientemente bellos y nuestras cabezas no son suficientemente inteligentes y nuestra salud psíquica se nos rompe, qué valor se les podría dar o negar a las personas, qué sentido o sinsentido tiene todo?
En el área del acceso, se pone en bandeja el ocio basado en la conexión a las pantallas, con la consiguiente facilidad para que quieran conversar con nosotrxs monstruos y delincuentes disfrazados de colegas de un juego, captadorxs sectarios, explotadorxs y abusadorxs sexuales, estafadorxs económicos en torno a ganancias de base piramidal o cryptomonedas, emisores criminales de discursos de odio… (No es lo frecuente, pero están ahí y hay que zafarse y denunciar en su caso). Es obvio, por tanto, que la muralla-filtro más firme han de ponerla las familias, ámbito educativo y, sobre todo, lxs propixs adolescentes, que son, creo, a quienes hay que entregarles el poder y la caja de herramientas para construirse conscientemente en esta etapa de crecimiento tan decisiva para el resto de sus vidas, y que tiene que ser de capacitación, de libertad y responsabilidad, de amistad, autoestima y autoconfianza, de disfrute y descubrimientos.
Cultivar según cuáles hábitos resulta también esencial si se quiere llegar a la meta, objetivo o estado fijados. El trato diario con la tecnología y el hecho de que, muy equivocadamente, se haya normalizado el abuso de las pantallas es algo que nos aparta de una gestión del tiempo acorde con la medida del ser humano, de su plenitud, equilibro, bienestar, y de ese prodigio alcanzable que es sentir felicidad.
La última coordenada, nuestra capacidad para transformarnos y transformar la realidad, es la energía de esta alquimia de la vida.
¿Cómo activarla? No hay más que escuchar el instinto y dar el primer paso. Adiós pereza, adiós derrotismo, adiós miedo.
Ahora, si imaginamos que estamos transformando en el mundo de las adolescencias, la persona adolescente contará lo que le ocurre y no pasará nada. No se hundirá el mundo y las cosas tendrán arreglo. Sobre todo, porque hay que contar y hacer algo cuando lo que hace daño es aún pequeño o incipiente, pero también se puede después y también cuando el problema no cabe en la habitación. Y las personas adultas con vínculos de afecto y responsabilidad hacia la persona adolescente, se prepararán para un diálogo. Lo iniciarán en el momento en que es necesario. No dejarán las cosas para otro día. No delegarán lo suyo en otra instancia. Y llamarán con amor y determinación a la puerta cerrada o la cara inexpresiva de su adolescente.
De cualquier forma, y bien mirado, las adolescencias del siglo XXI gritan silenciosamente un mensaje revolucionario. Urge exigir escenarios positivos para la vida y el desarrollo de las personas adolescentes, y con ello, positivo para todo el mundo.
Es injusto y destructivo que haya más salones de juego por kilómetro cuadrado al alcance de la gente joven (y no joven) que espacios de ocio comunitario gestionados por sus protagonistas y asociaciones juveniles. Es una concesión irresponsable no exigir a las tecnológicas que pongan toda su capacidad y empeño en filtrar contenidos tóxicos y gravemente dañinos (han eliminado la moderación, acaso para que nadie los demande por moderar negligentemente o por los daños psicológicos que se sufre trabajando en eliminar contenidos violentos o terriblemente inhumanos). Es imprescindible iluminar de valores democráticos, verdad, equidad y solidaridad el escenario social de este tiempo, mano a mano con las personas adolescentes.
El poder, a veces tan amigo de dejar la pelota solamente en nuestro tejado, puede recomendarnos que veamos en nuestras casas series sobre la adolescencia, que esta problemática alcanza a familias de toda clase social, que la salud mental adolescente y joven es crucial cuidarla, pero que aún siguen ultimando poder prestar una buena atención pública gratuita (por lo que no hay igualdad, sino pagar o no poder pagar y dar vueltas en busca de soluciones).
En vista de esto y de aquello, siento que hay que levantarse y cambiar millones de cosas. Que no nos vendan que el mundo es así, que está así, y que la persona adolescente, la mayoría, superará el trance y saldrá la mariposa de la crisálida. Las generaciones X, Y, Z y Alfa tenemos mucho que hacer y ya.
Nota: Las menciones a marcas y productos no llevan aparejada ninguna contraprestación
Sobre este blog
Crecí en los 70 bajo la influencia de la Señorita Pepis, un set de maquillaje para niñas del que arranca un amor interminable por el rojo de labios y el khol enmarcando la mirada. Las tendencias y la moda, la cosmética y el sublime arte del perfume me interesan con una pasión que solamente los adictos sabemos reconocer. Y sí, somos cientos de miles de personas -por cierto, muy distintas en edad y características sociales- para quienes la moda es una motivación, un bálsamo, un acicate, un exquisito pasatiempo. Ahora que Internet y las redes sociales han incendiado el mundo con la revolución fashionista, por qué no echar más leña al fuego desde las páginas de CORDÓPOLIS.
0