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Sobre este blog

Crecí en los 70 bajo la influencia de la Señorita Pepis, un set de maquillaje para niñas del que arranca un amor interminable por el rojo de labios y el khol enmarcando la mirada. Las tendencias y la moda, la cosmética y el sublime arte del perfume me interesan con una pasión que solamente los adictos sabemos reconocer. Y sí, somos cientos de miles de personas -por cierto, muy distintas en edad y características sociales- para quienes la moda es una motivación, un bálsamo, un acicate, un exquisito pasatiempo. Ahora que Internet y las redes sociales han incendiado el mundo con la revolución fashionista, por qué no echar más leña al fuego desde las páginas de CORDÓPOLIS.

Sin rubores

Coloretes y recordatorios de salud ginecológica

Ana Fernández

14 de marzo de 2025 19:51 h

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El rubor colorea, real o figuradamente, las mejillas. ¿Y para qué fluye la sangre a nuestra cara? ¿Por qué surge o por qué no lo hace? Lo cierto es que, hoy día, nos ruborizamos acaso menos o de otras formas.

No todos los rubores son iguales. Lo sabe todo el mundo. Está el que expresa una vergüenza cultural -es decir, adquirida-, como la del peligroso pudor-temor que esquiva los reconocimientos ginecológicos (ecografía vaginal, citologías, mamografías, etc.). Algo en ello tendrá que ver que a las mujeres se nos maleducó y, según dónde, aún se nos maleduca acerca de nuestro soberano cuerpo.

Están, también, el rubor palpitante, trufado con parálisis y miedo, que atenaza a las personas explotadas cuando van a pedir una mejora de sus condiciones; el envuelto en un “trágame tierra” del mal trago ante un ridículo en público por cosas, de hecho, sin importancia, como una mancha, una prenda rota… Y el de la culpabilidad evidente, desnuda, de alguien que mete la pata en poca cosa y a quien obviamente le faltan la maldad y el cinismo para mostrar, llueva, truene o arda el mundo por su causa, un rostro en blanco, de falsedad impertérrito; esto es, irruborizable.

A estas alturas de la historia, quizás ruborizarse no sirva para nada; nada más que para estorbar en nuestro legítimo acceso a lo que nos corresponde y pertenece: derechos, disfrute, desenvoltura para querer y lograr eso que decían que no se podía conseguir a causa de sucesivos “que viene el coco” (tras los cuales suele haber gente privilegiada y que dirige la nave, de países, sociedades, mundo, sin contar con el pasaje y la esforzada tripulación).

Se acabaron los rubores. ¡Viva el desparpajo de la ciudadanía reivindicadora! Puedo empezar con mi lista (cada cual tendrá la suya) de prioridades. En salud ginecológica, en la cartera pública de prestaciones sanitarias, urge incluir en los protocolos de prevención a las mujeres muy mayores, señoras a las que también se les presentan cánceres de ovario o de mama con más de 70 u 80 años, que se formaron en una cultura quizás del rubor y necesitan motivación para acudir a estas consultas y que tampoco suelen poseer recursos para pagarse unas revisiones ginecológicas privadas. Pero, y es así, tampoco las mujeres en edad fértil, perimenopáusica o menopáusica lo tienen tan estupendamente en la sanidad pública como a mi juicio se debería.

Las mutuas y el sector privado erigen emporios para quedarse embarazadas, para el seguimiento lo más personalizado posible de la gestación, para estar estupendas cuando se retira la regla, para prevenir y tratar los cánceres ginecológicos. Están en su derecho de hacer estas positivas inversiones y es bueno para la sociedad -lejos de mí cuestionario-, siempre que la sanidad pública sea excelente en todas las circunstancias. Porque lo intolerable sería que un debilitamiento -que ya notamos- de lo público llenase los hospitales y consultas privados de personas desesperadas por las listas de espera, de pacientes con dolencias raras, de personas de toda clase y condición que no aguantan más con su endometriosis, o con su depresión, o con sus lesiones de espalda, su dolor, su piedra en el riñón, sus muelas del juicio sin extraer y qué sé yo.

Otra cuestión prioritaria que suele atascarse es la igualdad laboral en sectores de la limpieza, los cuidados y el funcionamiento de centros de protección y tratamiento de menores. Existen ámbitos relegados, solo se acuerdan de ellos en las emergencias, como cuando la pandemia. Y si no se ruboriza nadie lo bastante de que se dejen tantas veces como los últimos de la fila, hay que exigir cambios con desparpajo.

Ruborizarse no sirve. Los coloretes, quien quiera que se los ponga bellamente artificiales con MAC, Huda, YSL, ND. Pero el mejor rubor emerge cuando trabajamos juntxs, sin rubores, por lo importante y de todxs.

Nota: Las menciones a marcas y productos no llevan aparejada ninguna contraprestación

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Crecí en los 70 bajo la influencia de la Señorita Pepis, un set de maquillaje para niñas del que arranca un amor interminable por el rojo de labios y el khol enmarcando la mirada. Las tendencias y la moda, la cosmética y el sublime arte del perfume me interesan con una pasión que solamente los adictos sabemos reconocer. Y sí, somos cientos de miles de personas -por cierto, muy distintas en edad y características sociales- para quienes la moda es una motivación, un bálsamo, un acicate, un exquisito pasatiempo. Ahora que Internet y las redes sociales han incendiado el mundo con la revolución fashionista, por qué no echar más leña al fuego desde las páginas de CORDÓPOLIS.

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