Crecí en los 70 bajo la influencia de la Señorita Pepis, un set de maquillaje para niñas del que arranca un amor interminable por el rojo de labios y el khol enmarcando la mirada. Las tendencias y la moda, la cosmética y el sublime arte del perfume me interesan con una pasión que solamente los adictos sabemos reconocer. Y sí, somos cientos de miles de personas -por cierto, muy distintas en edad y características sociales- para quienes la moda es una motivación, un bálsamo, un acicate, un exquisito pasatiempo. Ahora que Internet y las redes sociales han incendiado el mundo con la revolución fashionista, por qué no echar más leña al fuego desde las páginas de CORDÓPOLIS.
Números
Que la didáctica de las matemáticas no se dé por aludida.
No va de ciencias exactas. Ni de docencia, que bastante tiene encima, sino del uso social y ciudadano de los números.
Es decir, de la comprensión de la realidad a través de ellos. De aprender a leer los números, querer saber interpretarlos, comprobarlos, validarlos, cotejarlos, escrutarlos, cuestionarlos…, y actuar con sensatez y solidariamente al respecto.
España sufre un problema de rancia y honda raíz con la aritmética. Probablemente, cuando se gritó aquello absolutista de “¡Vivan las cadenas!”, una fuerza oscura se conjuró para que, en esta tierra de la piel de toro, el pueblo llano tendiese a ser lento, desmemoriado y poco exigente con los números. ¡Porque cuántas veces las mismas cantidades se han presupuestado (en modo electoral) para planes de la cosa pública que no llegan a cumplirse! ¿Y quién se acuerda?
Pero, ¡atención, sumemos, restemos, multipliquemos, dividamos, paguemos o no a escote!: lo de los dígitos es transversal, público, privado, íntimo, sordo, ruidoso, notorio, acostumbrado, excéntrico, vergonzante, tuyo, mío, universal. Pides la cuenta de la cena en un establecimiento y la repasas, y a lo mejor quedas como esa gente rebosante de desconfianza y paranoia; haces lo propio con el presupuesto que te presenta un alguien conocido de tu cuñada arquitecta, cuando, ¡cáspita!, caes en la cuenta -valga la redundancia- de que viene hinchado y, en consecuencia, se resienten años de cuñadil camaradería.
Y fíjate en la estupidez: esto de ver como favor que la gestión de lo público (municipal, autonómico o estatal) rebaje o congele diez eurillos de calderilla de un impuesto asequible mientras el gran chollo del beneficio fiscal se lo regalan a los tenedores de fincas rústicas, pisos, naves, los fondos de inversión y las sociedades y personas físicas, jurídicas o espirituales o espectrales que manejan dinero a espuertas, que decían mis mayores.
Y así, según creo y defiendo, seguimos sin enterarnos realmente de cómo estamos y cómo deberíamos estar; si nos hemos convertido de verdad en aquel paraíso capitalista de consumo sin consecuencias y felicidad que nos prometieron; si deberíamos llorar un poco todos los días por los 3.000 habitantes que pierde Córdoba (a pesar de los cheques bebé y la BLET), y por el tristísimo y persistente récord de nuestros barrios habitados por personas vecinas empobrecidas y en situación de exclusión.
Sin saber tampoco, a ciencia cierta, cuánto de malos son los números de la contaminación del agua en el norte de la provincia, cuánto nos afecta el promover macrogranjas o cubrir los terrones de paneles solares; cómo de preocupantes son la gripe aviar y el mosquito del virus del Nilo que pocos meses o semanas atrás parecía que no eran para tanto; cuánto de hinchada se encuentra la burbuja inmobiliaria; cómo de terrorífico es que la cantidad que la sociedad cordobesa gasta al año en juegos de azar (345 millones en el último ejercicio) se acerca a un buen trozo de las cuentas municipales (y con un incremento del 20% de la incidencia de la ludopatía); cuánto de aceptable o de inaceptable es seguir llenando El Cabril; cuánto de salvífico es el perfil defensivo y logístico de la ciudad omeya en el siglo XXI; cuánto más tiempo estará varado el avión de Miraflores (se lo llevará el tanque de las tormentas, apuesto); cuánto y en qué modo beneficiará que se haya detenido a cinco carteristas que actúan en el casco histórico y turístico; cuántas veces deberían desdecirse quienes negaban futuro al aeropuerto cordobés porque íbamos sobrados con tanto AVE; en qué lugar nos deja que tengamos una tasa de inflación de las de reñir mientras las pensiones bajas son más bajas que en el resto del país, y, así, quién se atreve a calcular el número de viviendas sociales que hacen falta en Córdoba para que ningún pensionista o persona joven o vulnerable se quede en la calle como se quedó el otro día un antiguo cocinero jubilado octogenario.
Y no se acaban los números. También nuestros árboles de Córdoba (130.867 unidades) han sido censados y son objeto de un plan que costará 34 millones de euros, con un plazo de ejecución superior al horizonte 2030, fecha que escama a la gente poco amiga de cuanto venga de Naciones Unidas y la progresía buenista. (Eso sí, se desconoce lo que nos costó, a lo largo de los años, atorar con material extraño centenares de alcorques, así como las posibles bajas arbóreas).
En fin, la primera quincena de noviembre se despide con Claudia, sus tormentas, lluvias torrenciales, incidencias, agua que levanta varios palmos del asfalto en la carretera de Palma del Río (será que no tragan las alcantarillas o que los imbornales están regulín mantenidos o como esto técnicamente se llame), litros por metro cuadrado y vientos que se medirán numéricamente, como el calor abrasador de nuestros veranos, cuya representación gráfica evolutiva pocas mentes aceptan entender como posible tragedia (que frenar) de desertificación.
Ya que tan nocivo es despreciar los números o asustarse de ellos como no querer echar cuentas o no rendir cuentas, propongo seguir el ejemplo de la RAE, que, de la mano del cordobés de Pozoblanco Muñoz Machado, es adalid de lenguaje claro, para instaurar, en todas partes, de la hipoteca al gasto público, los números claros. Repitan conmigo: números claros.
Bien claros, comprensibles, amistosos, veraces, didácticos, cívicos. Y, sobre todo, esclarecedores.
Nota: Las menciones a marcas y productos no llevan aparejada ninguna contraprestación
Sobre este blog
Crecí en los 70 bajo la influencia de la Señorita Pepis, un set de maquillaje para niñas del que arranca un amor interminable por el rojo de labios y el khol enmarcando la mirada. Las tendencias y la moda, la cosmética y el sublime arte del perfume me interesan con una pasión que solamente los adictos sabemos reconocer. Y sí, somos cientos de miles de personas -por cierto, muy distintas en edad y características sociales- para quienes la moda es una motivación, un bálsamo, un acicate, un exquisito pasatiempo. Ahora que Internet y las redes sociales han incendiado el mundo con la revolución fashionista, por qué no echar más leña al fuego desde las páginas de CORDÓPOLIS.
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