Filmando a tu asesino
Las imágenes son distintas pero igual de icónicas. Separadas por tres décadas de diferencia, coinciden en su esencia. Las dos tienen un mismo final -la muerte de quienes las tomaron- y ambas guardan un retrato: el de sus asesinos.
En la primera, varios soldados uniformados de combate deambulan por una calle en blanco y negro, de grano grueso. Uno de ellos se nos queda mirando. Otro dispara con su fusil. Seguimos desafiantes, sin apartar nuestros ojos de ellos. El primer militar se harta, saca su pistola y nos dispara. Temblamos con la imagen. Caemos como ella. En el suelo nos damos cuenta de lo peor.
Despertamos en un mundo en color, vídeo y alta resolución. Una ciudad desierta, soleada y azotada por las bombas y los tiroteos. Un tanque enorme se dispone a cruzar un puente. Se detiene. Mueve su torreta, su cañón, dispara. Y unos segundo eternos después, caemos de nuevo, con una violenta niebla que desarma la imagen en ruido y garabatos.
Tanto Leonardo Henrichsen como José Couso eran periodistas gráficos destinados en paisajes urbanos. El argentino Henrichsen, que filmó la primera escena en gama de grises, llevaba días pateando las calles de Santiago de Chile en el invierno austral del 73. El gallego Couso apenas había descansado en su largo mes en Bagdad. Henrichsen se preparaba para un golpe de estado más que mascado que buscaba derrocar al gobierno del socialista Salvador Allende. 20 años más tarde, Couso, en la primavera de 2003, aguardaba la anunciada invasión de Irak por parte de Estados Unidos. De la muerte de Henrischen habrán pasado 40 años dentro de cuatro meses. Y el 8 de abril se cumplirán diez años del asesinato de Couso por un cañonazo de los marines.
Filmar tu propia muerte. Un triste privilegio de los camarógrafos. En el Chile de su muerte, Henrichsen pudo cruzarse más de una vez con otro colega suyo llamado Jorge Muller, siete años más joven que el argentino. El espigado chileno de melena rubia y rizada, llevaba tres años corriendo de calle en calle con otros dos melenudos: el director Ernesto Guzmán y el ingeniero de sonido Bernardo Menz. Los tres estaban filmando la revolución democrática de la Unidad Popular de Allende. Aún no lo sabían pero aquel documental, La Batalla de Chile, iba a convertirse en un referente histórico del género.
El día en que mataron a Henrichsen fue el 29 de junio. Faltaban todavía tres meses para el golpe de Pinochet. Pero aquella intentona fallida -conocida como el Tancazo- sirvió para medir las fuerzas de los militares rebeldes, tantear a los fieles a la democracia y avisar de los métodos salvajes que iban a emplear.
Latinoamérica ya estaba sobre aviso. Desde el golpe de estado de 1964, la dictadura brasileña había dado muestras del nivel de sadismo que podía llegar a utilizar en su sistema represivo contra los movimientos de oposición, fuesen violentos o no. Una de aquellas guerrillas secuestró al embajador suizo en diciembre de 1970 y a cambio de su liberación, consiguió sacar de las cárceles a 70 presos políticos que inmediatamente partieron a Santiago de Chile. Allí, dos periodistas estadounidenses contactaron con ellos y rodaron una hora de documental relatando las atrocidades del régimen militar brasileño. Muller era un bisoño cámara entonces. Y formó parte del equipo de rodaje.
Muller no lo sabía, pero entonces fue cuando comenzó a registrar su propia muerte. A diferencia de Henrichsen o Couso, su final no sería con una objetivo y un trípode en las manos. Pero con la cámara de trabajo fue dibujando las piezas del rompecabezas que daría forma a su asesinato.
Poco después de que el reportero argentino cayese por las balas de los chilenos, el golpe fracasó. Allende salió a la calle, custodiado por su militar de máxima confianza, Carlos Prats, comandante en jefe del Ejército y responsable de abortar la intentona. Detrás de ambos, con casco de acero y gafas de sol vemos a un hombre alto, de bigotillo fino, de porte rígido, marcial y, luego sabremos que, incómodo al estar rodeado de quienes más odiaba. Se llama Augusto Pinochet y aunque todos lo consideran el segundo de Prats y defensor de la democracia, será el responsable de la muerte de los tres. Allende se suicidó solo tres meses después, cuando Pincohet ordenó bombardear la moneda. Prats fue asesinado en Buenos Aires cuando su coche estalló por una bomba colocada por los servicios secretos de Pinochet, la DINA, solo un año después.
También en 1974 Muller murió asesinado. Ocurrió tras pasar por el centro de tortura e interrogatorios de la DINA conocido como Villa Grimaldi. Su cuerpo nunca fue encontrado. Tampoco el de su pareja, que sigue desaparecida, como él. Y solo un año antes había estado muchas veces a unos pocos metros de Pinochet. Casi codo con codo. Delante de su verdugo, filmándolo. Como Couso. Como Henrichsen.
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