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Playas infinitas, Doñana

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Fidel Del Campo

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Muchos ignoran o han ignorado, sobre todo algún constructor de los noventa, que en este país todo el litoral es público y abierto. No existen las playas privadas y eso incluye las zonas protegidas de costa. Un buen ejemplo de esto está en la costa de Huelva. El parque nacional de Doñana está restringido, como es lógico, pero el acceso a su playa no, manteniendo, eso sí, unas lógicas pautas de cuidado al entorno. En resumen: es posible andar, que no acampar o meterse con vehículos, desde Matalascañas hasta la desembocadura del Guadalquivir. Si a estos más de treinta kilómetros de playa virgen unimos la franja entre Mazagón y Matalascañas, de la que soy fan, tenemos uno de los entornos costeros más salvajes y bellos de este país. Os resumo algunos puntos absolutamente recomendables de este trozo de Huelva.

Mazagón, el p

reparque. Figura bajo protección de parque natural como entrada a Doñana. Aparte del núcleo urbano, con equipamiento turístico suficiente y un buen puerto deportivo, incluye un precioso Parador, situado sobre el mar y una serie de accesos a la playaza dorada, aislada del bosque de pinares por un cordón de dunas fosilizadas, los llamados médanos. Entre médano y médano (alguno alcanza casi el medio centenar de metros de altura) hay accesos y ramblas para llegar a la playa. Conforme te alejas de Mazagón hacia Matalascañas, por una carretera que parece estar en Australia, más tranquilo y solo estarás. Entre los puntos más curiosos, el rompeculos y la zona del INTA, El Arenosillo, donde se lanzan cohetes y globos sonda del Ejército y del CSIC. Aquí puedes volar sobre Mazagón y su litoral.

Cuesta de Maneli. Las dunas fosilizadas se transforman en dunas arenosas conforme te acercas a Matalascañas, formando un cordón impresionante que como muralla separa la carretera del océano. En uno de los puntos más altos hay una zona habilitada para la playa, con aparcamiento vigilado y una preciosa rampa de madera que sube por las dunas, serpentea entre pinos, sabinas y matorral y baja hacia el mar con una im

presionante escalera. Un sendero que respeta el entorno y permite disfrutarlo en un pequeño paseo de unos diez minutos que te deja en un sector salvaje de la playa, en donde si no hay bruma se vislumbra a lo lejos Matalascañas e incluso las estribaciones de Cádiz.

Matalascañas. Producto tardofranquista. Este pueblo de Almonte se ha ido reinventado huyendo de masificaciones y ofreciendo algo de más calidad. Sigue siendo un núcleo de casas de segunda residencia y un playa más pateada por sevillanos que por onubenses pero guarda dos encantos indiscutibles: el parque nacional de Doñana, situado justo en su trasera y delante, el Atlántico, con una franja de playa que a pesar del maltrato urbanístico conserva belleza a raudales y está abierta al resto de zonas salvajes antes citadas. Obligado es recordar que camino de Almonte, estarás a un cuarto de hora de El Rocío, mítico poblado con sabor aún semi salvaje en donde, además de la archiconocida Ermita y la Virgen, podrás ver unas espectaculares marismas, la Rocina. En esta carretera puedes acceder a una de las puertas del parque más frecuentadas, El Acebuche, por salir de aquí las excursiones organizadas en 4x4. Varias empresas ofrecen servicios de visita.

Playeo hasta Cádiz. Acabamos en la llamada playa de Castilla. Arranca en Matalascañas y sin obstáculo alguno se inserta en pleno Doñana camino de la desembocadura del Guadalquivir, frente a Sanlúcar de Barrameda. No se pueden atravesar las dunas pero, como ya os comenté, está abierta para pasearla y disfrutar de sus aguas y atardeceres. Los hay con suerte y se dan encuentros con gamos que bajan hasta la playa. Inmensidad con sabor a sal.

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