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Los dioses del Olimpo viajan en compartimento de primera clase

Fidel Del Campo

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Continúo con la serie mítica sobre el último verano en Grecia. Con un mínimo de sensibilidad y ojos abiertos hay tierras como aquella que te enseñan muchísimo más de lo que te pueda decir una guía turística por muy hipster que sea. Basta con encontrar el rastro de la Historia y de los Dioses, que aunque lo parezca, no se han resignado a desaparecer. No voy a relatar una crónica escrita por un servidor. Les voy a trasmitir una aventura real narrada por José Toro, compañero de esta traqueteante aventura por los raíles maltratados por la Troika de OSE,  la Compañía Griega de Ferrocarriles. Doy fe de su veracidad, en un eterno trayecto desde Kalambaka, en la región central, hasta Atenas. Ahí va:

Hoy, tras rendir un tributo al templo de Asclepio, recordé a mis compañeros de vagón de tren. La diferencia de clases en Grecia reside en que los dioses del Olimpo viajan en los compartimentos de Primera. Ese fue el motivo por el cual ayer compartimos vagón con seres superiores bajo su apariencia humana. Estaba Cibeles, una niña rubia que se refugiaba en la melodía de nuestro acento extranjero, intentando superar su incapacidad para entendernos. Ahí entró en juego Zeus, que adoptó la forma de un filólogo pillastre, que aparentemente surgió de la nada, pero que conectó inmediatamente con nosotros gracias a su amor por el Mediterráneo y odio a la UE. Y, por último, la más ilustre de todas, Hera, intentando adaptarse a su nuevo cuerpo humano mientras soportaba el peso de la soberanía de sus carnes. A lo largo del viaje, la vida de estos personajes se fue hilando de manera original para acabar desembocando en un sorprendente final. Tras la continua alternancia de diálogos entre los protagonistas de carne y hueso, nosotros, y los dioses (y es que un patio de vecinas es lo que es esto desde que el mundo es mundo) nos marchamos a la cafetería. Antes de volver al compartimento, el lavabo. Y tras observar que la luz indicaba que estaba libre, pulsé el botón de apertura. Y allí estaba ella en todo su esplendor olímpico. Hera, con el culo en pompa bajándose las bragas para sentarse en el váter mientras con una mano sujetaba el pantalón y con la otra una larga pluma de un pavo real. ¿Para qué y por qué la llevaba? Misterios de los dioses”.

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