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Indultos de España y el mundo

Donald Trump.

Juan José Fernández Palomo

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En las vísperas del Día de Acción de Gracias, en EEUU, el presidente sea del signo político que sea (que es de uno o de otro) indulta un pavo. Y eso es bonito y tradicional. Ignoro cuántos pavos no tienen esa suerte y acaban en la mesa familiar, en Oregón o Utah, trinchados junto a un puré de boniatos.

En una corrida de toros, eso que muchos llaman “Fiesta Nacional” y que gusta tanto a cierta gente y menos a otra, pero que en estos tiempos reivindican como símbolo de no sé qué, el toro también puede ser indultado antes de que el matador ejerza de matador. La potestad es también de un presidente: el de la corrida (que, por tradición, solía ser un comisario de policía). Desconozco exactamente los criterios para indultar a un toro. Creo que tiene que ver con el comportamiento, la casta, la nobleza o la bravura, “virtudes” tan laxas y tan antropocéntricas que parecen difíciles de aplicar a un bóvido, pero en fin…

Barrabás, un ladrón algo patibulario, fue indultado hace un par de milenios por un tal Pilatos, que era el delegado del gobierno de Roma en la Comunidad Autónoma –pero no muy autónoma- de Palestina. Es decir, un representante del Imperio. Esto se recuerda de manera folclórica todos los años, por ejemplo, en la ciudad de los museos franquiciados: Málaga.

En 1988, un gobierno español presidido por el –entonces- socialista, Felipe González (hoy especialista en puertas giratorias, conferenciante champions, gran estadista y visionario, entre otras cosas) indultó al ex general Alfonso Armada, protagonista de un golpe de estado en febrero del 81 que asustó a mucha gente, que a otros resultó –pasado el tiempo, eso sí- una astracanada y que hizo tambalear los cacareados principios de “la joven Democracia Española”.

En fin, son algunos ejemplos de indultos para recordar en la Plaza de Colón de Madrid. Como el posible a Juana Rivas.

¿Lo harán los convocantes de la próxima fiestuqui  del 13 de junio?

Me temo que no.

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