No se dejen llevar por los tópicos y las frases hechas. La realidad no supera a la ficción (cuando ésta es buena). Y la Navidad es una de las mejores ficciones jamás diseñada.
La Navidad ocupa prácticamente todo el año. Y no es de ahora esa sensación, no es que ahora comience antes gracias al alcalde de Vigo, a los cajones de mantecados en los supermercados, a las luces que se superponen casi a las del año anterior, a Mariah Carey o al burrito sabanero, tan tierno él.
El ángel, o arcángel, Gabriel le anuncia a la, atención, virgen María que va a ser la madre del hijo de Dios sin “conocer” varón ni por inseminación artificial ni nada de eso, sino por la intervención del Espíritu Santo simbolizado o representado por un ave de la familia de las columbiformes. Esto, que ya es más raro que el despertar de Gregorio Samsa en la novelita de Kafka, suele celebrarse en marzo en los calendarios litúrgicos de la iglesia católica occidental. Cuando también suele celebrarse el juicio, martirio, puteo diverso y muerte en la cruz de Jesucristo, que para entonces ya tendría treinta tres años y barba poblada. Es decir, un auténtico agujero de gusano espacio-temporal.
Gabriel, el angelito, simplemente se lo anuncia a María que, curiosamente, da a luz a Jesús en diciembre, nueve meses después; cosa que convertiría a Gabi en sospechoso si no fuera porque los ángeles no tienen sexo (o sí, yo que sé; yo no estuve en el concilio de Bizancio cuando se habló de eso).
Además, la concepción sin mácula de la virgen se celebra el ocho de diciembre, a menos de dos semanas del alumbramiento en un chamizo palestino hace ahora un par de milenios y pico. Otra anomalía que sólo soportamos porque es ficción.
Por eso, cómo no vamos a soportar las bravatas del burgomaestre de Vigo, el coñazo de Mariah Carey, los anuncios del sorteo de Lotería de Navidad que dejó dirigidos Frank Capra y la cena de empresa a fines de octubre-que-más-tarde-no-pillamos-sitio-en-ningún-lado.
Pienso en estas cosas cuando vuelvo a ver por tercera vez en mi vida la tabla La Anunciación, de Fra Angelico en el Museo del Prado. Y se me saltan las lágrimas también por tercera vez.
Y suspiro feliz porque hay ficciones que nos salvan de la vida.
Al salir del museo, un tipo en patinete casi me arrolla en la acera.
Pero no sucedió.
Esa es la realidad.
0