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Sobre este blog

Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.

Reconciliación

Juan Carlos I saluda desde un barco.

Juan José Fernández Palomo

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Ya les digo que volver a intentarlo con una pareja de la que te separaste y ella se ha vuelto a separar y tú también y ha pasado un tiempo y tal y cual y por qué no intentarlo de nuevo porque no estuvo tan mal y aquello fue una crisis y porque al fin y al cabo se puede decir que estamos hechos para estar juntos pase lo que pase y tararí… es fatal.

Error supino. Fracaso inminente y repetido.

“Reconciliación”, según el diccionario, es la acción de reconciliar, un verbo que significa “volver a las amistades, o atraer y acordar los ánimos desunidos” (sic).

Nunca sale bien. Y menos si intentas reconciliarte con todo un pueblo o país o reino o como coño le llames a eso con tu voz nasal. Porque el intento de reconciliarse lleva implícita la sensación de culpa.

Pero, eso sí: qué bien ha estado el Rey Emérito titulando sus memorias. Ni que se le hubiese ocurrido a él. Es un lumbrera.

“Reconciliar” tiene también curiosos matices de significado relacionados con la tradición católica: por ejemplo, perdonar una breve o ligera confesión o bendecir un lugar sagrado por haber sido violado“.

Insisto: cómo de acertado ha estado Juan Carlos con el título de esa sarta de majaradas folclóricas que yo, de momento, no voy a leer (aunque si hay un “amigo invisible” delirante… en mi casa no se desprecia ningún libro).

Todavía quedan personas que se autodenominan “juancarlistas”. Son entrañables. No van a leer las memorias, claro está; pero no es raro, es que, en general, no leen.

Un “juancarlista” es, por definición, un tardofranquista que abomina de la posibilidad de un estado republicano, obviamente, que asumió con tristeza natural que la dictadura nominal del Caudillo supurara humores de muerte en la cama de un hospital y que los borbones, así en global, les rechinan un poco. Como si de un monárquico de marca blanca se tratase, más barato… algo así.

Son como un queso de tres leches, que dirían en Asturias (y lo demás es tierra conquistada).

Hay demasiada información anterior, real y sentimental, para que las memorias del Rey Emérito no interesen ni a esos “juancarlistas”: ya saben, un disparo infantil jugando a las monterías, un accidente de esquí con un cable a la altura del cuello, salidas en moto, mordidas, tráfico, amigos y amigas, elefantes, caderas que dejaron de bailar… cosas.

Se va a vender bien el libro en estas fechas, no nos cabe duda. Pero no sé si se va a leer. No es lo mismo.

Aquel rey campechano autoexiliado sigue hoy tan cerca que su libro se ha convertido en el socorrido regalo del amigo invisible. Cogerá polvo en una estantería o se perderá en una mudanza, tiempo al tiempo. Da igual. Es su sino.

Enhorabuena al gremio de libreros en estas fechas tan señaladas.

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Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.

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