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El allegado y el familiar

Juan José Fernández Palomo

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Dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española –que es más antiguo que la Constitución del 78 y que, además, se reforma o se le añaden cosas de vez en cuando en sucesivas ediciones (no como a la otra Sacrosanta)- que allegado en sitios como Perú, Chile, Argentina o Uruguay significa “persona que vive transitoriamente en casa ajena, por lo común sin ser pariente del dueño”. También, en otra acepción, que es “persona cercana a otra en parentesco, amistad, trato o confianza”.

La décimo primera acepción de familiar nos explica que se trata de “un antiguo ministro del tribunal eclesiástico de la Inquisición que estaba presente en los prendimientos y en otras misiones”. Lo cual acojona. También dice que puede significar “demonio que se suponía tenía trato con una persona a la que acompañaba y servía”. Más caquita. También, obviamente, significa que “pertenece o es relativo a la familia” (de hecho, parientes en inglés suele decirse “relatives” o, lo que es peor, “flesh and bones”, algo así como cuerpo y huesos, “carne de mi sangre” decimos a veces por aquí. Una locura).

En fin; sirva esto para valorar la posibilidad de que, en los comités que asesoran a nuestras instituciones en tiempos tan raritos y pandémicos como estos, se incluyan además de científicos, virólogos, expertos en estadística y demás, algún lexicógrafo o lingüista o filólogo o algo así para intentar aclarar las cosas.

Y matemáticos, claro, que además sepan decirnos la diferencia entre 6 o 10 o unos cuantos o algo de eso.

Lo que pasa es que si se reúne un comité con un estadístico, un virólogo, un lingüista, un representante de las fuerzas de seguridad, un abogado, un frigorista para que la vacuna no rompa la cadena de frío, un matemático, un filósofo, un hostelero, el presidente de los autónomos, el vicepresidente Marín, el rey Melchor y el piloto del globo aerostático, pues el grupo es de más de seis y de diez y de lo que se ponga.

Un follón, vamos.

Y eso esperando que nadie te diga cuando escuche el portero electrónico en Nochebuena: “Cucha, que tu familiar ha llegado”.

¡Hostia! ¿Y ahora qué?

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