Apoteosis de la impudicia

Barrionuevo y Vera. Gracias por España
15 de julio de 1997. El salón de actos del Hotel Miguel Ángel de Madrid se encuentra a rebosar. El ex ministro José Barrionuevo presenta su libro 2001 días en Interior. Sobre sus espaldas gravitan graves acusaciones de secuestro y malversación de fondos públicos. Es una de las piezas clave de la banda terrorista GAL, que asesinó a 28 personas en el marco de la guerra sucia contra ETA.
En la primera fila del público se sienta Rafael Vera. Ex secretario de Estado de Seguridad, investigado también por idénticos delitos que su jefe. Vera no está solo. A su lado, guardan silencio tres militares de alta graduación sobre los que recaen acusaciones de enorme trascendencia penal.
Emilio Alonso Manglano es general y ex director del CSID. Bajo su mandato, decenas de políticos, periodistas y jueces fueron espiados ilegalmente por los servicios secretos. El general José Antonio Sáenz de Santamaría, ex director de la Guardia Civil, está imputado por presunta participación en el asesinato de Ramón Oñaederra a manos de cuatro pistoleros del GAL. Y, finalmente, Andrés Casinello, también general del Ejército, leal servidor de Franco y Carrero Blanco, se encuentra involucrado judicialmente en la supuesta creación del conocido como GAL verde en el seno de la Guardia Civil.
A la izquierda de Barrionuevo se acomoda Felipe González. El ex presidente toma la palabra. El silencio se corta a cuchillo. González se arrima al micrófono, se inflama de solemnidad y descarga una frase que ya es historia de la infamia. “Pepe, Rafa, señores generales: gracias por lo que hicieron. Gracias por España”.

El 29 de julio de 1998, un año después, la sala segunda del Tribunal Supremo condena a José Barrionuevo y a Rafael Vera a 10 años de prisión por secuestro y malversación de caudales públicos, en el contexto del episodio de terrorismo de Estado más devastador de la joven democracia española. Los dos ingresan en prisión el 10 de septiembre de ese mismo año. Allí estaba Felipe González para confortar a sus dos servidores y reafirmar su gratitud “por lo que hicieron”. O sea.
El 23 de diciembre de ese mismo año, un Consejo de Ministros presidido por José María Aznar decreta el indulto para los dos secuestradores y presuntos cerebros del GAL. Y tres meses y medio después de su ingreso en prisión, Barrionuevo y Vera salen en libertad.
El presidente del GAL, la mayor quiebra del Estado de derecho en la historia democrática junto al 23-F, es el mismo que el pasado 26 de junio tuvo las agallas de etiquetar la ley de amnistía aprobada legalmente por el Congreso de los Diputados como un “acto de corrupción política”. El mismo que reclamó ante los micrófonos de Carlos Alsina la urgencia de recuperar un PSOE “respetuoso con la Constitución”.
Convengamos que la ley de amnistía es legítimamente cuestionable. Y que los argumentos que ponen en duda la constitucionalidad de una medida de gracia que limpia de raíz graves delitos perpetrados en el Procés catalán son, cuanto menos, discutibles. Pero claro. Si hay en este país un sujeto al que conviene mantener la boca cerrada, ese es, sin lugar a dudas, el presidente del GAL.
Y ahí lo tienen. Un señor instalado en la soberbia que no acepta que el mundo siga girando sin él al volante. Es el mismo síndrome que padece su gemelo Aznar. Dos virreyes sin trono con el armario repleto de cadáveres. Porque claro. Admitamos que la obscenidad del caso Ábalos-Cerdán debería llevarse por delante al Gobierno de este país. Sánchez tiene una responsabilidad indeclinable por haber entregado los mandos del partido y el Ministerio de Fomento a dos presuntos delincuentes groseros y cutres.
En eso no tenemos la menor duda.
Pero oiga. Que el presidente de Filesa, al que se le escapó el director de la Guardia Civil a Laos en una de las piruetas más hilarantes de la historia moderna, responsable político del caso Guerra, del caso Flick, del caso Fondos Reservados, del caso AVE, del caso SEAT, del caso Ibercorp, del caso Urralburu, del caso BOE y de no se sabe cuántas desvergüenzas más, que este señor, en fin, se atreva a pedir elecciones anticipadas por los escándalos de corrupción que acosan al líder de su propio partido es un nuevo hito en la antología de la impudicia difícil de superar.
Del señor Aznar y el partido de la Gurtel mejor hablamos otro día.
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