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Memorias

Elena Lázaro

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Hace 70 años que Rosa dio el sí definitivo a un viajante de zapatos. Era un tipo alto con una sonrisa cautivadora y un acento extremeño que lo hacía irresistible. Se ganaba la vida como comercial de varias firmas de zapatos valencianas. Tenía, pues, un don para convencer a quien tuviera delante. Apenas necesitó unos meses para domar su voluntad y lograr comprometerse con ella.

La vio pasear el bici por la Plaza de España y lo supo. Fue como una revelación:

-¿Ves a aquella morena? Me casaré con ella- anunció al amigo con el que solía pasear por Sevilla cada domingo.

Un año después, cuando ya eran oficialmente novios, Tomás convenció a Rosa para subir a la Giralda y allí arriba pusieron fecha a su enlace. En abril, si cabe un mes más sevillano, un extremeño y una pucelana se daban el sí definitivo. Convivieron durante 60 años. Más de dos mil noches en las que, por mucha bronca que hubiera mediado en el día, se fueron a dormir después de un beso y dos palabras: te quiero.

Así me contaron mis abuelos su historia. Probablemente la idealizaron, pero así permanece en mi memoria y así la he narrado a mis hijas. Es probable que así construyamos nuestra historia, seleccionando lo bueno y eliminando de un plumazo las miserias y malos momentos.

Hace 10 años que Tomás no está. Rosa hace tiempo que perdió el sentido de la realidad. Le cuesta enumerar los nombres de sus siete nietos y apenas es consciente de la existencia de sus seis biznietos, pero volverá el mes de abril y seguirá escuchando cada noche esas dos palabras. Ésa es su memoria.

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