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La miseria que riega Las Palmeras

El barrio de Las Palmeras | TONI BLANCO

Manuel J. Albert

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Muchos de los vecinos del barrio suman al paro y la pobreza unas condiciones de vida insalubres por el mal estado de sus viviendas

El barrio de Las Palmeras es inconfundible. En un rincón de Córdoba se levantan edificios de viviendas y fachadas de ladrillo visto. A la orilla de la carretera de Palma del Río conforman un universo de tres plantas más azotea, rodeados de altos soportales que se enrocan en patios amplios con espíritu de plaza. Más allá, termina la ciudad. Pero, en realidad, dentro de la frontera invisible que delimita la barriada, hace años que Córdoba apenas está presente. La pobreza, la marginación y la sensación de abandono por parte de las administraciones públicas conforman el oxígeno que se respira.

En esta atmósfera, la noticia de que la Junta va a invertir 3,04 millones de euros y el Gobierno central 1,64 millones para rehabilitar 567 viviendas de titularidad autonómica se ha recibido con tanta ilusión como desconfianza. No es la primera actuación que se hace en el barrio. Pero no todos guardan buen recuerdo de las últimas. “Fueron trabajos muy pequeños, casi de chapa y pintura. Los problemas siguen en las casas”, se queja un vecino del patio Aneto.

A la Junta le espera un arduo trabajo. La pobreza generalizada vive acompañada de unas calles (que son competencia municipal) con una suciedad y una falta de cuidado que hablan solas. Una carencia que se traslada al interior de los bloques de viviendas donde residen alrededor de 2.600 personas, según fuentes vecinales. Pisos que sufren –en más del 60%, defienden fuentes del barrio– deficiencias serias de mantenimiento. Humedades, goteras, bajantes colapsados, cañerías embotadas, patios inundados. Un paseo rápido por el barrio sirve para comprobar dos cosas: que en Las Palmeras no hay palmeras y que sus habitantes viven desde hace años en un lugar que podría parecer otro país.

Nos guía Antonio Fernández, a quien todos conocen como El Chache. Él fue de los pioneros. Llegó a mediados de los sesenta, cuando cientos de familias fueron realojadas en viviendas prefabricadas conocidas como las casitas portátiles. Como en otros puntos de la ciudad, aquel albergue temporal para ofrecer techo a quienes habían perdido el suyo –por inundaciones o, directamente, por la miseria– se volvió una fórmula casi permanente.

El Chache ha visto transformarse el barrio: tirar las insalubres casitas y construir, a partir de los años ochenta, las actuales viviendas que son responsabilidad de AVRA, la Agencia de Vivienda y Rehabilitación de Andalucía. “Durante años, los vecinos nos fuimos organizando para aquello que necesitábamos. El que más o el que menos tenía una fuente de ingresos y podía estar al día de los pagos a la Junta, de los pagos del agua, de la luz. Y si hacía falta, del mantenimiento de las casas. Pero con la crisis todo ha cambiado”, le cuenta a dos concejales de Ganemos (Rafael Blázquez y Victoria López) que se han acercado al barrio.

Todo ha cambiado, como dice El Chache. Pero a peor. Y en un barrio que nunca lo ha tenido fácil. Las Palmeras siempre han estado azotadas por los vientos de la pobreza, el desempleo, las drogas, la delincuencia y la violencia. Incluso en época de bonanza económica. Pero la última crisis ha hundido la tierra bajo los pies de quienes todavía podían asomar la cabeza. Y dentro del hoyo en el que se ha convertido buena parte del barrio, la desesperación de los residentes se refleja en el interior de sus hogares.

Muchas veces no hace falta ni siquiera entrar en una casa. Asomándose al portal 5 del Patio Aneto se descubre una estructura de cristal reforzado que acompaña en vertical a la escalera que sube a las plantas. A duras penas se mantiene en su sitio. Los cristales están combados hacia afuera, abriendo huecos de tal calibre que por ellos podría caer un niño. “Hace unos meses hubo una especie de explosión; no sabemos qué ocurrió, pero se escuchó en todo el barrio y los cristales se quedaron así”, explica El Chache. “El problema es que cualquier día se pueden caer sobre alguien o alguien se puede caer por la escalera. Hemos llamado a AVRA, hemos hecho solicitudes. Pero no se ha hecho nada. Seguimos igual”, se queja. Y ya en ese portal se ven signos de humedad evidente que baja desde la azotea.

Escuchar el problema de las azoteas es un continuo déjà vu en el barrio. De una u otra manera, las historias se repiten. José Antonio Gómez vive en una tercera planta. El moho se abre paso por el pasillo y ya le ha afectado a la electricidad. En otra casa, María Remedios Mateos ha tenido que mudarse con sus nietas al salón porque el cuarto de las niñas tiene parte del techo hundido. “Cuando llueve chorrea el agua y ya no puedo más”, reconoce.

Otro común denominador son los cuadros de asma y bronquitis que sufren especialmente los niños, producto de las condiciones de vida. Las casas huelen a humedad y muchas veces las familias, a menudo numerosas, terminan encerradas en los cuartos menos expuestos al frío y al agua. Pero el hacinamiento tampoco ayuda. “Dormimos en el suelo, como podemos. Y llegamos a escuchar a las ratas por debajo”, cuenta Sebastián Vega. Él vive en un bajo y el desagüe de su patio y las cañerías de los vecinos superiores están atascados y rotos. Como consecuencia, cada vez que llueve, se inunda con más de una cuarta de agua todo el patio de su casa. “La última vez, nos pasamos media noche achicando”, recuerda.

Sebastián todavía es joven, pero la población mayor vive con verdadera desesperación. Carmen Muro, por ejemplo, tiene que cuidar de su suegra, a la que una enfermedad degenerativa de los huesos mantiene postrada en la cama. Para asear a la anciana tiene que llevarla hasta el baño, sortear la bañera y ducharla con agua que ha calentado antes en ollas con el fuego de la cocina. “Hace dos años nos estalló el termo. No tenemos dinero para arreglarlo”, llora. “Y ahora mire esto”, dice enseñando facturas de Emacsa que no puede afrontar y por las que teme que le corten el agua. “Eso no va a pasar”, le asegura Blázquez.

La pobreza energética es la guinda lógica al amargo pastel de Las Palmeras. “En un barrio con más del 80% de la gente en paro, en el que llevar 20 euros a casa un día es un triunfo, pagar el alquiler a la Junta o el agua o la luz es imposible”, zanja Eugenio Rosa, otro veterano del barrio, del que fue presidente de la Asociación de Vecinos. “Aquí, el 60% de los vecinos están enganchados de manera irregular a la luz. Pero da igual, porque los técnicos de Endesa no entran nunca para mirar los contadores y todas las facturas que envían son estimadas. Casi nadie puede pagarlas”, termina.

Termina el paseo por Las Palmeras. Las humedades y los desprendimientos de partes del techo son visibles también en la calle. Pero de dimensiones mucho mayores, como pueden encontrarse en algunos de los soportales que comunican un patio a otro del barrio. Algunos vecinos se mueven con la normalidad cansada que otorga la costumbre de convivir día a día en esas condiciones. Pero otros muchos, como El Chache o Eugenio Rosa, se rebelan. Y exigen mejoras inmediatas. A quien sea.

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