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Estar a la altura

Juana Guerrero

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¡¡¡Ay, que no se lo van a creer¡¡. La otra tarde, sin pretenderlo, de una manera espontánea, los astros se alinearon y durante unas horas fui lo que yo considero una “madre utópica”. Si, una de esas madres que van sin prisas y que parece que llegan a todo con mucha pulcritud y con una gran sonrisa. Yo la verdad es que no aspiro a llegar a ese nivel de excelencia porque asumo mis limitaciones y porque mi criatura no es que me facilite la labor, pero disfruté de unas horitas de gloria, no por mis propias facultades, reitero, sino porque mi pequeño del alma bajó la guardia, y ¡¡se echó una siesta de tres horas¡¡. ¿Saben cuantas veces fui a comprobar sus constantes vitales?, por lo menos siete. ¡¡Dormía como un bebé¡¡. Llevaba casi dos años sin entender esa expresión y de repente cobra todo el sentido.

¡Tres horas de siesta¡. Eso es más de lo que dormí anoche, y anteanoche, y la noche anterior…, y me temo, por la hora que es, que esta misma noche. ¿Saben el provecho que se le puede sacar a 180 minutos de calma hogareña?. Hasta me pinté las uñas de los pies (todas). Vamos que no se cómo no me puse hasta a hacer magdalenas, del entusiasmo. ¡Ah, ya…¡, porque no sé. Pero es que, cuando la criatura se despertó, de manera asombrosa, ¡¡estaba de buen humor y de lo más cooperativa¡¡. Es que no me lo podía ni creer, se dejó hasta peinar a raya.

Paso yo dos tardes como esa y me relleno dos libros de familia. Para tentar a la suerte, le coloqué un polo, BLANCO, y nada, IMPOLUTO, ni amago de mancha a pesar de la merienda. Eso ya empezó a mosquearme, la verdad. Total, que dispuestos a salir a la calle a continuar con la racha, todo se vino abajo cuando la llave que me permitiría mostrar a mi retoño peinado (a raya) y limpio, no estaba en la cerradura. Ni estaba esa ni la de repuesto. ¡Estábamos encerrados¡. Para una vez que parecía una “madre perfecta” no iba a poder demostrarlo. Las busqué por todos los rincones, bolsos, cajones….y nada. Mi criatura, cual urraca, se había entretenido de nuevo con estos objetos de metal y a saber dónde se había cansado de ellos. Una ricura…¡para una vez que íbamos a ser puntuales¡.

No pudimos salir hasta que el padre corresponsable vino a rescatarnos, pero ya era tarde: no había raya en el pelo, ni blanco inmaculado en el polo, y Mary Poppins había dejado de cantar en mi cabeza aquello de “con un poco de azúcar esa píldora que os dan…”. (Las llaves aparecieron al día siguiente en la piscina, bajo el flotador de patito).

Sin eludir parte de la responsabilidad por dejar determinados objetos al alcance de mi criatura, he de alegar en mi defensa que nada queda fuera del alcance de un retoño “inquieto”.

Conforme mi criatura ha ido creciendo, y lo hace rápido, hemos ido elevando el mobiliario y los objetos de decoración, de tal manera que tocándo suelo no queda ni el paragüero. Vamos, que si hubiera una inundación, tendría que subir el agua metro y medio para que mi casa se viera damnificada. Y aún así, la criaturita se las ingenia para llegar lejos, muy lejos. Empezamos por elevar los objetos peligrosos, y al final parece que son peligrosos hasta los cojines. Quizá hubiera sido más cómodo elevar a la criatura, no sé…, construir una especie de casa del árbol en medio del salón e ir subiéndole con una cuerda algunas cositas básicas, de goma espuma fundamentalmente, para su entretenimiento y supervivencia.

No se me alteren, que mi criatura aun vive a ras del suelo. Básicamente porque mi relación con las plantas tampoco es tan buena como para mantener con vida un árbol de interior(que no creo ni que eso exista) en mi salón, que además conociendo la inquietud de mi pequeño debería ser al menos una sequoya (no conozco árbol más alto).

Es que no hay quien lo frene, allá donde vamos o se lleva algo, “sin querer”, o lo esconde. Eso sí, no coge nada que le ofrezca alguien ajeno. Lo que le gusta es conseguirlo por sus propios medios. Así por ejemplo, el mando de la tele del abuelo apareció en el frigorífico seis horas después de buscarlo hasta en la basura; que vamos a un supermercado, hay que cachearlo antes de llegar a caja porque vaya vergüenza cuando el arco de seguridad empieza a pitar. Nadie se cree que no tienes nada que ver en el pequeño hurto. Que visitamos a su primo, pues siempre se lleva algún pequeño detalle (ya tenemos 8 animales, 4 herramientas, 6 fichas de lego, un par de coches,….un televisor de plasma,…).

En fin, que no se si tengo en casa un coleccionista de objetos variopintos o un ilusionista que los hace desaparecer. Lo que si está claro es que usted no nos va a invitar a su casa por lo que pudiera pasar, aunque si necesita una tele de plasma, herramientas o similares, los tenemos a buen precio.

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