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Doce lunas

Juana Guerrero

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¿Saben?, acaba de pasar un año desde que empecé a escribir este blog. Durante este tiempo, he compartido muchas vivencias de mi retoño, y soy consciente de que algo he interferido en la baja tasa de natalidad, aunque no era mi intención. Yo me planteé vivir la maternidad de una manera atenta (que no necesariamente despierta, eso me vino dado), como si de un experimento sociológico se tratara, para ver cómo era eso que contaban acerca de que “los hijos eran lo mejor del mundo” y ese tipo de afirmaciones escuchadas a las madres tradicionales. Y después de doce meses, con sus doce lunas, me atrevo a decir:

Que la vida te cambia en el momento en que te reproduces es una verdad irrefutable. Que ese cambio es a peor en los primeros meses de vida de la criatura es una opinión ampliamente compartida (entre las mu malas madres, se entiende...). Que ese cambio es a mejor conforme avanza la crianza es o bien una realidad o bien pura resignación. Yo lo que tengo claro es que los primeros meses (semestres) como mu mala madre, experimenté situaciones, digámoslo así, poco satisfactorias. Después la insatisfacción, fundamentalmente nocturna,  tornó a incomodidad puntual (igualmente nocturna), hasta llegar al cambio radical en el que me encuentro desde hace algunos meses: la certeza de saber que ser madre ha sido un gran acierto. No se puede explicar con palabras este amor. Su olor inconfundible, el suave tacto de su piel, el calor de su mano acompañante, el brillo penetrante de la ilusión en sus ojos, el contacto de su cara junto a la mía cada noche, compartiendo sueños, inventando realidades. Ese grito cuando voy a recogerlo a la guarde “¡mamá, esa es mi mamá¡, grita orgulloso al verme. Esos relatos infinitos de vivencias que me narra y que me hacen llorar de risa. Esa alegría infinita, ese puchero chantajista, ese carácter, esas ganas de aprenderlo todo, esa curiosidad e ingenuidad maravillosas que le llevan literalmente a querer tocar la luna. Así es mi hijo, un regalo de la vida, mi refugio, mi fuente de energía.

Quizás esté exagerando, quizás esté sufriendo un proceso de enajenación mental transitoria, o simplemente el cerebro nos da una tregua buenrollista a las madres para que bajemos la guardia y vayamos a por la parejita: JA-JA-JA. Una cosa es que yo este loquita con mi pequeño del alma y otra cosa es que esto sea como para repetir. No seré yo quien después de una comida copiosa tome postre, porque soy de estómago sensible y la indigestión no tardaría, se lo aseguro.

En cualquier caso, como pueden apreciar, estoy flaqueando. No se si lo siguiente será comprarme la colección de libros de postres caseros y apuntarme a corte y confección para hacerle su propia ropita. En cualquier caso, ante semejante deriva emocional lo más acertado, antes de empezar a compartir recetas de magdalenas, es dejar de escribir por un tiempo, y tratar de visitar a algún curandero por si se me ha hecho algún tipo de amarre materno-filial, porque tanto despliegue sentimental lo mismo está adulterado, y volver pasado un tiempo (¿quien sabe...? seguro que la adolescencia me devuelve a mi tesis originaria de que esto de tener descendencia tampoco era para tanto...).

En fin...solo me queda despedirme con un hasta pronto y dar las gracias en primer lugar a mi hijo por ser el coprotagonista de mi vida, al padre corresponsable por abocarme a la maternidad y acompañarme en la crianza con tanta generosidad, a Cordópolis por prestarme esta cajita donde guardar historias, y a vosotras y vosotros (que se que sois muchos los lectores masculinos) que durante este tiempo os habéis sentido a gusto o simplemente interesadxs por lo que pudiera escribir.

Un abrazo.

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