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Rivera y el yayo

Rafa Japón

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Apareció C's y los desencantados del PP andan montando santuarios en cada pueblo, que ya sabemos que sin santo no hay romería. Córdoba no podía ser menos y se reunieron unos pocos para montar una sede en la señera Gran Capitán. Una vez allí, con el piso como un solar, se encontraron con las mismas dudas que Bebé al llegar al área. En la pared vacía colgaron un cartel que decía “Yo soy de Ciudadanos desde chiquitito”, le pusieron unas velitas al altar del líder y alguien dijo que había que buscar un alcalde. ¡Rivera!, soltó uno. Telefonearon a don Albert a ver si se prestaba y este les dijo que también lo habían llamado de Palencia y de Murcia, y que estaba feo decirles a ellos que no y a los cordobeses que sí. Había que buscar a un sucedáneo. Se pusieron a ello, pero uno tenía muchas cosas que hacer, a otra le daba miedo y a otros la risa. Estuvieron a punto de lanzarse a las calles cual comerciales de Jazztel. Entonces alguien se acordó del abuelete jubilado que era muy simpaticón y que siempre estaba dispuesto a meterse en cualquier embolado. Pero si vive en Marbella hace una década, recordó uno. Y don Albert en Barcelona, contestó otro, y con este pesado razonamiento se echaron al teléfono. El yayo dijo que sí, le sacaron un Twitter y ahí que se pusieron a hacer el programa social-liberal, “más de lo primero que de lo último”.

“Soy un hombre de derechas con un corazón de izquierdas”, dijo en una entrevista a un periódico local y todos pensaron que tenían un candidato fuerte, ya que está de moda hablar mucho y no decir nada. Fue entonces cuando les ofrecieron participar en un debate. Llamaron otra vez a Rivera, pero este se excusó diciendo que tenía que llevar a su mujer a cenar. Acto seguido el catalán los bloqueó del Whatsapp. ¡Bah! seamos valientes, la marca es fuerte. Uno cayó en que había que preparar el debate, se acercó al Corte Inglés y le compraron un libro de oratoria (ver foto). Y allí que pusieron al candidato, como el que pone una maceta.

Podría decirse que lo echaron a los tiburones, pero es que tiburones no había. Había una coquina, un boquerón, una muela picada y un parcelista, pero aún así salió escaldado. El pobre hombre no sabía ni cuando hablar y no escuchaba al moderador abusón que le cortaba el micrófono cada dos por tres. ¡Para esto me hubiera quedado en la playa!, debió pensar el pobre hombre. Pero ellos eran políticos ya, y vivían en la realidad paralela típica del gremio. Ganaron el debate. Concejal asegurado. Y esto último, tratándose de nuestra bendita tierra, no es ninguna coña.

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