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La ilusión sí se toca

Luis Medina

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Cuando se agotan las excusas, cuando pinchan las soluciones, cuando las explicaciones se parecen demasiado a las justificaciones y no quedan comodines que usar; cuando ya no quedan argumentos, ni expectativas; cuando uno se aferra a la suerte, y falla. Cuando el tiempo parece no solucionar nada... es entonces cuando sabemos si tenemos un mástil al que abrazarnos para sobrellevar el naufragio.

Sólo habiendo vivido una situación semejante sabremos cómo de sólidos son nuestros cimientos, nuestras convicciones. Sólo entonces tendremos la fortuna de saber que podemos salir reforzados. Si hay una idea, hay un camino. Y, visto con perspectiva, un camino diseñado con fidelidad a los propios principios conduce siempre a una oportunidad.

Pero si hemos arrancado los cultivos propios de la zona, los más adaptados; si no mantenemos nuestro rumbo con esperanza y con convencimiento, si nos ponemos en manos del consejo equivocado, si las decisiones las toma alguien a quien nada importamos... aparece el desarraigo.

Me pregunto por qué tantas veces quien debe tomar decisiones parece ser el último en comprenderlo. Por qué se considera un atajo lo que es un desvío, o peor, un retroceso. El domingo, con muy malas palabras, todo hay que decirlo, un importante sector de la grada dictó una sentencia con nombre y apellidos. Una persona que no conoce la institución, ni a su afición, con ideas preconcebidas y un desafortunadísimo aterrizaje, ha decidido un golpe de timón de demasiados grados que el responsable último ya había amagado. Demasiada poca fe en la idea inicial nos hace dudar de si fue un farol, un espejismo o simple oportunismo. Del laberinto al treinta. O peor, las fichas al casillero de salida.

La ilusión sí se tocaba. Y han sido ellos. ¿A quién echamos ahora, Señor Duro?

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