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Doña Mencía de El Laderón

Antonio Monterroso

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Doña Mencía parece carretera y sin embargo es todo Laderón. Un pueblo a una pendiente pegado. A ese pueblo, que tiene nombre de buena compañía, le pusieron las calles en lo medio llano y las ventanas en la cuesta. Andas hacia abajo y siempre subes. Doña Mencía de El Laderón.

Doña Mencía tiene buen nombre y mejor vino. Buen aire y mejores vistas. Buena carne y mejor descanso. Buena gente, actividad, bullicio, emprendimiento y también antiguos mencianos. A ese micromundo en el que se citan una vieja estación, bodegas de cuando Juan Valera, calles pulcras y un castillo hecho patio de mayo, lo miran con espera los mencianos de la cumbre, allá en El Laderón. Sus orígenes remotos están hoy custodiados por unos olivos que casi tocan Sierra Morena. Orígenes prehistóricos, romanos y andalusíes que no miran nada más que hacia ella. Doña Mencía es cuesta, el Laderón su llano. Cuando el mundo deje de ser carretera habremos acabado.

El Laderón desde el Castillo de Doña Mencía

Los antiguos mencianos encrespados eran gente de media ladera o de ladera entera. Si pretendes cambiarle el nombre a El Laderón, te caes rodando. El sitio arqueológico está en un espolón que ya hasta veo desde Córdoba. Allí, en el primer gran pliegue de la subbética frontero a Doña Mencía. Allí donde se conserva un yacimiento que a alguien se le ha escapado. Allí donde parece imposible que los olivos sigan siendo sus dueños. Sitio tan excepcional y por ello inesperado.
El Laderón es un pueblecito ibérico fortificado, remodelado por romanos y aprovechado por andalusíes. Un pueblecito intacto. Como muchos y como ninguno. Muchos comparten la historia, casi ninguno este sitio tan estratégico. Accesos hechos, vistas puestas y pueblo abajo. Buenos dueños que te dejan trabajar y hasta un camping al lado. Manuel Moreno Alcaide lo has clavado. Has puesto el yacimiento donde tenías que ponerlo. En El Laderon y a un paso de las bodegas de antaño.
Manuel, menciano laderonense de vocación, lleva unos años trabajando en el yacimiento. Manuel, pequeñito en inmensa cumbre. Él cuida, Manuel todo lo cuida, de que la memoria de aquel sitio inesperado no se disipe en el pasar de una carretera. Y por eso allí, desde hace unos años, trata con tiento y tino de recuperarlo para su pueblo. Manuel, que desde que estaba en Oxford o Italia investigando seguía viendo desde su ventana El Laderón.
El yacimiento conserva, al menos, dos recintos amurallados espectaculares y tiene su urbanística antigua intacta, más allá de cuanto los andalusíes aprovecharon. Entre olivos se ven dos cisternas romanas construidas en opus caementicium que dan cuenta de la potencialidad de lugar. De allí viajó una estatua togada al Museo de Zuheros, que ya volverá. O no, quizás. El foro o plaza alta también la vemos aunque olivos la encubran. Las cosas de los arqueólogos, que vivimos bajo tierra.

opus caementicium

Yacimientos hay muchos. Gente que los cuide menos. Yacimientos sigue habiendo muchos. Que sean socialmente aprovechables de verdad, con lo que nos prestan, los menos. Tenemos en la tierra de Córdoba la mejor historia, pero nos suelen decir que para ella no hay dinero. Que traigamos turistas. Y por eso hacen falta amantes de sus pueblos. Para que no sigan esperando turistas y sepan sacar sin embargo lo mejor de ellos. Valor por añadir, que se llama. Amantes que hacen falta, lejanos de aquella cortijera erudición e insanas costumbres locales. Amantes formados que hayan soñado y barruntado emociones para sus pueblos.
Manuel y Doña Mencía, ojalá tengáis suerte y saquéis El Laderón adelante. El sitio bien lo merece y para Córdoba entera sería importante. No en vano, desde pocos sitios se comprende Córdoba como desde el sótano del amigo Miguel, frontero a El Laderón, allá donde el velo de flor y las altas criaderas nos siguen transportando.
El Laderon, que va a madurar y a él que volveremos.
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