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Y desmontó el mito del bajista...

Rakel Winchester

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Lo que más le gustaba en el mundo era un concierto en directo. Y no sólo a tiempo real. Se conformaba con verlos si los echaban por televisión, en vídeos de internet. Los vivía como si estuviese allí. Se metía desde su sofá entre el público que coreaba las canciones por encima del cantante. Sudaba con ellos,vibraba con ellos...

Tenía amigos, pero no pandilla. Los quería de manera individual, sin necesidad de quedar con una constancia. Por eso siempre salía sola si tenía un buen plan. Y esa noche tocaba un grupo en la playa, al aire libre...

Nunca iba acompañada a los conciertos. No le gustaba que la observaran cuando se le saltaban las lágrimas por la emoción. Y eso ocurría siempre. No le gustaba que le hablaran mientras escuchaba un tema, ni interrupciones tontas. Era capaz de matar. Ella disfrutaba en soledad de la música en vivo. De toda la vida.

No eran muy conocidos, estaban empezando como grupo, pero esa banda la formaban músicos consagrados para ella, pertenecientes a bandas que había escuchado desde pequeña y super amigos suyos. Amigos de confianza. Los cuatro. Aunque ninguno sospechaba nada. Ella tenía esa suerte. Y el hecho de ser un alma libre sumado a su discreción extrema, le permitía tener esas relaciones especiales e individuales que llevaría a la tumba. Total, un polvo no implica ni obliga a nada. Tan solo es una forma de comunicación, una manera de expresarse, de recibir, de dar... un “hermanamiento”, así lo definía siempre.

El batería era el más punky y el más formal.  Regordetillo y madurito. Buena gente y siempre dispuesto a sacarte una risa. Y aunque representaba al rumor de que suelen acabar emparejados formalmente, cierto era que siempre hay una noche loca en tu vida en la que te dejas llevar. Y ella estuvo allí de actriz principal.

El guitarrista... ay el guitarrista. Daba rabia de guapo que era.  Cuántas charlas de plena franqueza habían tenido sobre amantes, sobre dúos, sobre tríos... Cómo le encantaba escuchar sus batallitas, sus eternos ametrallamientos de teléfono en las que las chicas excesivamente adolescentes  le entraban a saco.  Pero si le subía el ego y le sentaba bien, ¿qué más daba?. Eso sí. El huequito en su tarjeta SIM, esa que nunca muere aunque se te caiga el teléfono al wc, era para ella.

El cantante... Lo conocía como si lo hubiera parido. Y sabía que con esas borracheras y esos pasotes que se metía en los bolos era imposible que ofreciese las noches de placer que su entorno creía al verlo rodeado siempre  de tantísimas mujeres. Bombones impresionantes acababan en su habitación del hotel. Pero... nah... Ella había sido testigo de su narcolepsia post-concierto. Si piensas que yo soy una de tus grupis que se pican para ponerte cachondo cuando andas en estas condiciones, la llevas clara. Llámame un día sereno y nos hartamos de follar si quieres, pero a mi no me roza el ego que se te baje la emoción cada diez minutos y lo sabes. No haberte puesto ciego.  Estoy muy segura de mis encantos, chaval... Y él se descojonaba.

Y de repente se quedó pensativa al observar al bajista.  Los bajistas viven en torno a una leyenda de que siempre acaban solos con la única compañía de su bajo. Cuando el resto de la banda está montando fiestas en sus colchones, los bajistas siguen en los bares.  Y no. No son chacales al acecho de lo que le sobra a la manada. Son discretos. Cautos. A la sombra. Silenciosos. Nunca alardean de lo que se comieron la otra noche. Por su cama han pasado personas especiales incluso las que el resto consideran solo suyas. Por eso no pueden pronunciarse.  Ellos guardan secretos inconfesables. Los bajistas son el gran tesoro por descubrir. Nunca te comprometen. No te piden explicaciones.  Y ella lo sabía.

-¿Y cómo te saca una de paseo por esta ciudad con discreción con esas hechuras que tienes?- le preguntó en un mega ataque de risa la primera vez que él vino a visitarla a su ciudad en secreto ocho años atrás. Porque era como llevar al lado un souvenir de los ochenta.

Que una cosa es tener el pelo largo rizado y otra que sea fruto de Rizo's Peluqueros. Y una cosa es tener unos pelitos más cortos cayendo por tu frente y otra tener flequillo rizado. Y que toda tu cabellera esté cortada con escuadra y cartabón. Y una cosa es tener unos vaqueros rotos con desteñidos y otra habértelos hecho tú en tu casa, botella de lejía en mano. Ese ejemplar no existía ya, y por eso a ella le encantaba.

-Jura que alguna vez en tu vida te ha pasado que te ha llamado una amante para salir y le has dicho “no, hoy no puedo quedar porque me estoy poniendo las mechas”.- se descojonaba- Y jura que me vas a dejar hacerte fotos imposibles para ponerlas en la pared de niñata de mi habitación! jajaja... -. él no daba crédito a su humor.

-¿Fotos imposibles? ¿A qué te refieres? ¿estamos hablando de sexo?- le preguntaba temblando sin saber con qué le saldría con esas ocurrencias que tenía.

-Noooo... Me refiero a fotos rollo: “heavy que tiende la ropa vestido de heavy y con todos sus complementos”... jajajajaja....

-Oye, que yo siempre voy muy rockero, ¿eh?- contestaba un pelín desconcertado.

-¡Pues por eso, si a mí me encanta! “Momento heavy vestido de heavy comprando fruta” jajajaja... no, espera... “Heavy vestido de heavy, incluída la chupa de invierno con flecos en las mangas, poniendo el lavavajillas” jajaja... ay, no, una mejor:  “Momento heavy vestido de heavy, con su lápiz negro por dentro del ojo muy bien repintaíto... comiendo salmorejo” jajajaja...- se meaba.

-¿Oye, me estás vacilando o qué?- le decía, aunque en el fondo le encantaba su humor al borde...

-Ya paro, ya paro... te lo juro...

Y con esa carita sonriente se encontraba rememorando aquello, cuando sus miradas se cruzaron. Ese bajista, con su eterna cara de “yo no he sío” que tan a cien le ponía.

Se fue hacia la barra y pidió dos botellines de cerveza, le entregó uno, brindaron y bebieron sin retirarse la mirada. Y con ese sigilo que tan sólo un bajista que se precie sabe utilizar con precisión... estaban ya caminando descalzos por la orilla de aquella playa kilométrica.

...Sin necesidad de decirse nada, buscaron su rinconcito lejano apartado y se sentaron a escuchar el romper de las olas.

-Tenía ganas ya de subir por esas piernas...- y la tumbó hacia atrás.  Le mordió el dedo gordo del pie y ella notó su aliento subir y subir.... Por sus tobillos... por sus rodillas... Sus manos subían paralelas a su boca y el calor que desprendían sacaron de su garganta los primeros suspiros. No mordía, no lamía, no besaba, tan sólo rozaba con sus labios  su piel suave...y quemaba.

-Qué cuerpo, dios mío... y todo para mí... - susurraba a medida que iba haciendo altos y levantando la cara para observarla mejor. Y ella acariciaba su pelo con ternura y se dejaba amar...

Levantó su falda cortita y refregó su nariz por entre sus braguitas de algodón húmedas. Esnifó todo el aire que pudo y se escuchó de manera liviana una especie de ñam ñam ñam que se llevó el aire...

-Qué ganas tenía de ésto, pequeña... qué ganas... - siempre se habían deseado. Siempre. Pero nunca, salvo aquella visita sorpresa años atrás, se habían citado. Se conformaban con esos encuentros fortuitos rebosando ganas acumuladas.

Ella levantó su pelvis y él dulcemente le retiró ese muro que le impedía el cuerpo a cuerpo. Y pasó la lengua por sus labios que morían por él.

Bajista. Tenía que ser bajista. Siempre acertaba en el punto exacto, sin distracciones.

Ella siempre había mantenido que los bajistas tenían menos notas y por eso les era más fácil no equivocarse.

Y allí estaba abierta de piernas esperando recibir su esperada Master Class.  Y él se alimentó hambriento y silencioso de su carne que hervía, lentamente, sin fallar ni en un La ni en un Mi,  rechupeteando Bemoles y ella aguantando los Sostenidos con todas sus fuerzas para eternizar su placer.  Y cuando su mástil comenzó a presionar la arena hasta dolerle, se incorporó introduciéndolo en ese agujero que dilataba y lubricaba para amoldarse y abrazar su llegada. Y allí en la arena, en aquella playa de temperatura perfecta, la brisa calmó aquella mezcla de sudor y confundió el romper de las olas con sus gritos de gozo, fundidos  en uno.  Una vez más.

...Y por la mañana desayunarían todos juntos, se recrearían en la noche de lujuria pasada en aquel hotel, y mentirían inventando y fantaseando lo que hubieran querido que ocurriera pero que nunca pudo ser, una vez más. Todos. Y el bajista el primero,  con su cara de “Yo no he sío”.

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