Me da tanto miedo el no saber respirar...
"Le tengo miedo al día que ya no estés aquí
a ese momento en el que te alejes de mí
le tengo miedo al día en que dejes de existir
y al no saber si podré o si querré vivir sin ti..."
Pero ya había tomado la decisión. Una decisión tremenda que le había costado muchas noches sin dormir. Una cita. Únicamente esa última cita. Y nunca más.
A partir de ese encuentro cerrarían puerta y no habría espacio a posibilidad alguna de retomar contacto. Se habían permitido demasiadas licencias. Demasiadas. Se habían permitido incluso amarse sabiendo que nunca iba a ser. Y así, lo que comenzó como deseo sin más, lo que se hubiera resuelto con un polvo a tiempo, comenzó a ensanchar sus almas permitiendo un terreno dedicado a un poquito más. Porque ella se repetía continuamente venga, disfruta, un poquito más... ya tendrás tiempo de curar...
Del deseo pasaron a las confidencias.
De las confidencias a descubrirse.
De descubrirse al cariño.
Del cariño al desahogo.
Del desahogo al consuelo.
Del consuelo a la emoción.
Y emocionarse es sentir, y sentir es AMAR...
Saber que aquel sueño tenía fecha de caducidad invitaba a la entrega. Y ellos se entregaban... Tener conciencia que todo lo que saliera de sus gargantas únicamente tenía sentido en el presente, restaba miedo. Hicieron firme promesa de no dejar hueco a reproches.
Lo que al principio eran escenas de sexo brutal, morbo constante, se fueron enterrando con montañas de sentimientos convirtiendo todo en una especie de porno con mimos precioso. Podían jugar a decirse “te quiero” puesto que el factor promesa no existía. Podían disfrutar de sus presencias plenamente, vivirlas en su máxima expresión. Podían hacerlo...
... Sin contar con que el amor exasperado no es controlable....Y el temor tampoco. Y un poquitito de susto por lo que pudiera pasar después también se había acomodado en su pecho.
“Cuando ya estés lejoscuando ya se apague tu vozdespués del ultimo adiós seguirás estandodentro de mi corazón
Y el eco de tu voz..“
De nada le servía a ella ansiar protegerse si cada noche consumaba arrastrada por su larga marea. ¿Cómo pretender olvidarle si le despertaba con su beso cada amanecer? Se mordía las entrañas porque no sólo había renunciado a su derecho a pedir desde el primer momento, sino que su profunda empatía sabía que el egoísmo allí no tenía cabida. No se permitía ni pensarlo. Nunca. Nunca. Imposible. No puede ser, no puede ser, no puede ser... tenemos que parar, tenemos que parar... Y así, en el tiempo de espera camino del encuentro pactado, se sustentaba escuchándole y ya la prudencia hacía solita su misión de que el arco de su interior no lanzara flechas que avivaran aquella bomba. Aun siendo consciente de que lo que por naturaleza es empujado a la superficie, si choca con algo, vuelve hacia atrás desorientado y se clava a su antojo donde primero pilla. Y el dolor del desprevenido suma daños.
Para él también era difícil, ella lo sabía presintiéndolo cada mañana cuando de espaldas, levantaba su edredón con una mano al notarlo cerca y, con los dedos de Morfeo aún sobre sus párpados, le hacía un sutil gesto invitándole a adentrarse en las inmensidades de su cálida cama. Donde únicamente su calor y su oxígeno podían mantener la vida a quien osara probarla....
-Mmmmmm... échame la pata por encima... -susurraba ella. Y con esa insignificancia se sentía dichosa. Se solazaba percibiendo su respiración...
...Y miles de tequieros salían de sus crisálidas, dispuestas ya sus alas para investigar cómo sería el vuelo, creando una nube de mariposas por encima de sus cuerpos, posándose en sus cabezas, en sus labios, en sus espaldas y hasta en las puntas de sus dedos.
“Me desespera pensar en lo que será
despertar sabiendo que tú no vas a estar,
se me cae el mundo ante la posibilidad
de no poder sentir ya tu presencia nunca más. “
Zanjar de golpe habría sido una locura. Y aquella cita serviría para desligarse el uno del otro. Despedir sus cuerpos. Derramar por la boca sus corazones. Sin prohibiciones. Podrían hacerse, sentirse, pedirse, gritarse, amarse... todo estaba permitido. Lo único obligatorio sería estar fuerte. O al menos intentarlo. Al acabar cada uno marcharía por la dirección opuesta al otro y tendría que lamerse las heridas a solas. Sentir en la clandestinidad rebosa placeres mientras hay contacto, porque no se pierde en el camino ni una molécula. Se vive a dúo con avaricia. Pero el dolor clandestino pudre por dentro. Es personal. Porque los sentimientos son lo único real que existe en el mundo. Son involuntarios. Y no se pueden juzgar. Es inexistente esa posibilidad.
[...]
Miraba su ropero decidiendo qué ponerse. Al ser su última vez era de recibo regalarle para el recuerdo esas prendas que a él tanto le ponían. Látex, vinilos, ligueros, medias... Sería una noche de fantasías. Todo lo que él hubiera deseado hacer y nunca se atrevió, se lo concedería. Estaba dispuesta a todo.
Se dio una ducha con el agua tan hirviendo que no dejó de salir vapor de su cuerpo en los 20 minutos en que se quedó pensativa mirando la lucecita de la estufa. La felicidad previa a sus encuentros se había esfumado. No estaba preparándose a recibir, estaba preparándose para decir adiós.
Se colocó unas braguitas de algodón rosas con lunares verdes. Buscó unos calcetines gorditos, de esos de toallita que tienen una especie de suela, y una camiseta interior de tirantes. Caminó a su habitación a elegir su vestuario. Se sentó en la cama y observó su cuarto de arriba a abajo. Las relaciones prohibidas no debes vivirlas en tu habitación, a ver si aprendes... ¿no ves que se impregnan las sábanas?. Se tumbó hacia atrás y cerró los ojos para que la luz de la lámpara no restara atención a su imaginación.
Recordó las risas, el día en que nació el primer cosquilleo al escucharle. Recordó cómo cada vez que aparecía notaba un BLOP entre muslo y muslo. Como cuando se te destaponan los oídos al bajar de la montaña, pero en el chocho. Recordó las ganas, recordó la emoción. Recordó su eterna cantinela... un poquito más... ya tendrás tiempo de curar... Y ese tiempo estaba al caer...
“Me da tanto miedo
el no saber respirar,
o el no quererlo hacer más.
Y el que este vacío se me haga infinito y mortal. “
Cuando sonó el timbre de la puerta no tenía conciencia de que hubieran pasado más de 5 minutos. Pero habían pasado dos horas. Socorro. Estaba en bragas y calcetines. Se cubrió con el edredón de plumas.
No había luz en el portal, pero aquel BLOP no engañaba.
Se abrazaron con fuerza antes incluso de mirarse. Mucho rato. De puntillas ella. Respirándose profundamente. Pegados. Se le vino a la mente Víctor Coyote: hechos a medida, cada ángulo de tu cuerpo encuentra una curva mía... Prensando para sacar todo el jugo.
-Creo que me quedé dormida, menudo desastre... No me ha dado tiempo a vestirme... - su voz era ronca pero a su oído suavita.
-Tú brillas con luz propia para mí, sabes que no necesitas nada más.- él también estaba aterrado. No veía el momento de sacar la cabeza de su cuello para mirar sus ojos.
Ella suspiró, paseó sus labios suavemente por su cuello. Sólo sus labios, lentamente... Él suspiró. El edredón cayó al suelo.
Ella levantó su pierna por inercia y estranguló las de él, que agarró la otra para sentirse atrapado del todo. Se apoyó en la pared, cruzó los brazos bajo los glúteos de ella, buscando que esa postura fuera tan cómoda que no acabara nunca...
-Tenía tantas ganas de abrazarte... necesitaba una noche más... Sé que es imposible, pero tenía que desahogarme... -escuchar aquella voz llena de pinceladas de radio alternativa con su sexo pegado a ese vientre huesudo estremeció su cuerpo. No podía aflojar los brazos que ahogaban su cuello ni sus piernas. (Si bien es cierto que un amago de flojera en sus músculos habrían hecho que se metiera la hostia de su vida). Le daba pavor enfrentarse a su mirada porque las almas gemelas no necesitan palabras, por eso su boca fue caminando por su rostro hasta enfrentarse a la de él. Pasó su lengua por sus labios y sintió un tremendo escalofrío al contacto...
-sabía que me iba a encantar...- introdujo sus palabras directas a la garganta. Aflojó una mano y agarró su cabeza, disfrutando con calma su tacto y su sabor. Retiró su cara unos centímetros para mirarle. Regresaron las sonrisas a la estancia y continuaron con su beso de bienvenida. Mientras menos espacio dejaran a sus bocas, menos lenguaje verbal saldría de ellas. Era la noche del otro, del lenguaje no verbal. Y eso lo tenían claro.
Y entre besos...
-se nos va a agotar el tiempo... baby pinkhair... aunque por mí.... que se pare el mundo así y ahora...- y por ella también. Aunque no hubiera polvo. Porque lo único que no le apetecía es lo que vendría después de lo que más deseaba.
“Pienso y no lo quiero pensar,
sueño y me da miedo soñar.
No me atrevo a pensar en ti
lejos de aquí, lejos de mí...“
Un beso cursi en la punta de la nariz, y se dirigió hacia la cocina a por dos latas de cerveza de esas gigantes de yonki. Por primera vez él observaba su cuerpo mientras caminaba. Andares de pataleta, puede ser, pero con gracia. Porque le pasaba como a ella. Ahora todo le gustaba. Ardía en deseos de sentarse frente a ella, escuchar su voz, sus gestos al hablar, las manera de mirar, verla reír...
No sólo no había ordenado su casa, ni cuidado su indumentaria... sino que allí estaban los dos, sentados en el suelo sobre un edredón, bebiendo birras y descojonándose, olvidándose de para qué estaban juntos esa noche.
Pero a la tercera cerveza, ella ya sumaba mordiscos en los brazos, agarraba su boca con la mano, acariciando sus labios antes de soltarla para mandarle callar, muerta de risa escandalosa, sin percibir cómo en el pensamiento de él había una única frase: Si tú supieras...
Cada vez más silencios entre medias... Desinhibida y vulnerable lo tumbó hacia atrás, montó sobre él inaugurando una expedición de besos y bocaítos chiquitos por todo su cuerpo, desapareciendo la sonrisa de sus rostros dejando que en la holgura de las emociones que les brotaban únicamente quedara terreno para el sentir.
El deseo hizo acto de presencia. Comenzó a respirar como si de un parto se tratase... Su lengua se aplanó y deambuló relamiendo ese cuerpo ansiado. Y fue bajando... y bajando...y desabrochó sus pantalones desenmascarando su sexo, encarándose a sus anhelos...
Levantó la mirada sin cambiar de posición. Y pensó en el encanto de la noche sumada a la cerveza. Sonrieron los dos. Ese pene no necesitaba apenas contacto para explotar. Rozó con la lengua su glande. Un instante, algo furtivo. Él tragó saliva temiendo correrse antes de tiempo.
-La noche es larga, pequeño... -la telepatía era una constante entre ellos.
Estaba en posición de máximo empalme casi desde su llegada. Cuando ella se lo introdujo en la boca y lo acarició con sus labios de arriba a abajo, cerró los ojos sin poder evitarlo. Había codiciado esa felación tantas noches... Y sentir su lengua, su lengua amada, curiosear por su frenillo con ternura le hizo olvidar por un momento la despedida...
Ella a su vez se alimentaba con sus sonidos... Escuchar su placer le restaba tristeza, pero en algún momento tendrían que plantar cara a que no se iban a volver a ver...
“Cuando te hayas ido,
cuando ya estés lejos,
cuando te hayas ido
demasiado lejos... “
Él filtró entre los sonidos de las succiones su llanto... Agarró su cara cuidadoso, y con la voz rota...
-Ven aquí...
Ella se acurrucó en su pecho y él la rodeó con sus brazos con fuerza y calor. Y lloró, hecha un ovillo. No se pudo controlar. Lloró sin consuelo. No podía, no quería hablar nada. Lloró y vació su corazón en su hombro.
-Quiero que se te meta en la cabeza que todo lo que te dije es verdad...-No quiero que se me meta en la cabeza ...lo sabes...-Pero el “que no miento sí”... ¿nos tomamos una cerveza más y nos relajamos?
Cuando llegó de la cocina con sus dos latas de rigor, el edredón estaba doblado en cuatro sobre la mesa cubriéndola por completo.
La cogió en brazos y la sentó allí. Ella estaba desconcertada, aún con la cara tirante por las lágrimas y con un poco de hipo de ese involuntario que nace del dolor contenido.
-Levanta los brazos...- le retiró la camiseta, le besó un pezón.
Abrió sus piernas y se colocó en medio, pegando su cuerpo al filo de la mesa. Y ella, a quien esas osadías repentinas le multiplicaban las pulsaciones por minuto, se entregó.
Agarró con las dos manos la gomita de sus bragas, invitándola a estirar las piernas y se las quitó, llevándose de paso sus calcetines. La inercia llevó las rodillas de ella a la altura de sus orejas.
Agarrando firmemente sus muslos por los lados acercó su boca al punto más caliente de la habitación, provocando una sensación extrema en ella no comparable con nada de lo vivido anteriormente. Torció la cara y buscó sus tobillos. Agachándose un poco se los montó en los hombros y ya las piernas se deslizaron solas hasta quedar enganchadas apretando los pies en su espalda. Desde la distancia observó su vulva, respiró, lamió sus ingles todo lo que pudo soportar antes de adentrarse en aquella fuente de placer infinito. Ella ya no sabía ni dónde estaba. Era morbo, era deseo, eran ganas, era sexo, era placer, pero también era amor. Amor imposible.
Su lengua entraba y salía por su vagina, recorría sus labios suavemente, cortando su respiración... Porque ella no quería respirar. No quería perder el tiempo en respirar. Tan solo sentir, sentir, sentir... Él se recreaba hambriento y ella se sentía envuelta en mimos y gozaba disfrutando de cada lamida. Le iba a dar algo. Notaba ya ese dolor previo al orgasmo, la sangre acumulada, la falta de riego en el cerebro, retorciéndose como una serpiente ante aquella locura... recibiendo a manos llenas aquellas últimas muestras de amor. Podía haber culminado extasiada aplastando su cabeza entre sus piernas... pero no quiso. Tenía tremenda curiosidad por sentirlo dentro en ese estado.
Le apartó la cabeza, limpiando su boca que brillaba de la mezcla de saliva y líquidos fruto de su excitación, se pegó al bordecito de la mesa atrapando su cintura con las piernas y... mmmmmmmmmmm... forzó la penetración. Entró y salió de ella primero más lento, sin quitarse los ojos de encima. Redescubriéndose y de repente queriéndose más. Porque ya daba igual y no podían permitirse negar el rumbo de las cosas. Tenían que estrujarlo al máximo. Y fue la naturaleza quien aceleró progresivamente el ritmo de aquella unión hasta dolerles el cuerpo de tanta tensión.
Brutal. Infinito. Y un sonido de sus cuerpos chocando con fuerza, una y otra vez. Dos amantes que leían sus sentimientos plasmados en los gestos. La complicidad de dos almas gemelas que sabían que siempre se amarían. Abrazados hasta estrangularse, comiéndose las caras, los labios, cuellos... Brotando lágrimas... Gritándose en las bocas por donde fluían sollozos mezclados con jadeos, apretando los dientes, muriéndose del gusto, estallando fuegos artificiales de sentimientos que se repartían por el techo de la habitación cayendo lucecitas de colores sobre sus cuerpos...
“Y el eco de tu voz
será mi propia voz.
Y sólo un corazón
será el que lata fuerte
y sirva para darnos vida a los dos.
El eco de tu voz
será mi propia voz,
y sólo un corazón será el que lata
dando vida a los dos.“
Buaaaaaaaaaaaaaaaa....
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