Porque amores que matan nunca mueren...
Más que planeada su muerte, la esperaba. Había conseguido por fin romper todas las sogas de la dependencia emocional con el mundo. Su vida de absoluto retiro era tan sólo el plan perfecto de despiste para que se fueran olvidando de ella. Así podría morir sin temer dañar. Así daría el paso sin pensar en nadie. Desatendidas todas sus obligaciones y responsabilidades, el mundo quedaba postergado a un agujero negro en el espacio. De vez en cuando simulaba toser para recordar que aún tenía voz, que existía el sonido, puesto que la banda sonora de su vida en los últimos meses era... el silencio.
Nada la retenía aquí ya. Nadie le erizaba en lo más mínimo el vello. No había deseos futuros. Seguro que para muchos no tenía motivos importantes, mas sí para ella. El hecho de no sentir NADA era la prueba irrefutable de que había finalizado su camino.
Estaba sola, frente a su pantalla, ultimando los detalles de su diario de muerte. Porque si algo no quería es que nadie se sintiera culpable por no haber sido de ayuda. Allí se autoculpaba y dedicaba un capítulo a cada uno de sus seres queridos. Y a sus seres amados.
Ella no necesitaba ayuda, necesitaba el derecho a marchar sin sentimientos de culpa.
Aquella mañana despertó con la sensación de haber pasado con ÉL una noche de borrachera y amor en su cama, portando un anillo de casada en el dedo. Aquella noche marcaría un antes y un después en su vida. Acababa de nacer. Ahora tenía ganas de vivir un poquito más, y no sabía cómo empezar
Tantas veces se habían cruzado sin reconocerse y de repente ...dos piezas se encajaban y no pasaba aire alguno por entre las juntas. ¿cómo explicarlo? ¿cómo contarlo? Era imposible... ¿Cómo, si aún ni se habían visto? Pretender que alguien lo comprendiera era empequeñecerlo. Mas su amor fue inmenso y absoluto, extraño y verdadero... y se mantuvo despierto hasta el día en que ÉL encontró en su pasado aquel rollo de film transparente que alimentaba su hermetismo y, por inercia, envolvió con una capa protectora su corazón cobarde a la vez que ELLA, que a esas alturas había extraviado la tapadera de su tuperware en el fondo del cubo de su emoción, comenzó a perder su propio aire. Y por cada bocanada de oxígeno que ÉL le regalaba, ELLA vivía un día más. Y por cada noche que ELLA superaba, ÉL daba sin querer otra vuelta con aquel plástico a su cuerpo. Y la atmósfera de ÉL se empequeñecía provocando en ELLA ese ahogo asmático que pide inhalaciones cada vez más profundas. Y cuando ÉL convirtió aquel envoltorio cristalino en opaco... ELLA ya no tenía pulso.
[...]
-Cucha quién es... ¿dónde irás...?- susurró al pasar por su oído.-Ehmmm...No es lo que parece..-
dijo sonriendo. Eran las tantas de la madrugada y hacía casi un año que no se cruzaban.
-Oh... ¿Borracho? Me parto...- comenzó a reírse, gritaron y se fundieron en un abrazo largo y rebosando sentimientos encontrados.
Por su cabeza pasó su vida como si de una película se tratara. Plasmada en un rollo de celuloide con frases y escenas desordenadas... su vida a partir de él.
Al igual que por las mentes de quienes van a morir se suceden secuencias que les han marcado, en cuestión de segundos y durante aquel contacto entre sus cuerpos, ella escuchó aquella melodía de amor, se vió feliz al despertar, vió las dos velas que él encendía cada noche, se vió sentada en su sofá con las entrañas removiéndose entre sensaciones nuevas, vió una foto con cuatro donuts, “braSaco”, un pezón gordito, “te amo, carajo”, la colección de perfumes, llorar, una canción con goma del pelo en la mano, un escupitajo mal atinado, “nadie nos creería”, su olor, un chupito eterno de hierbas ibicencas, “te como”, una segunda subida de escaleras, la tecla 1 del Mercadona, “me voy a tener que tocar”, decir lo mismo a la vez, el gato mojado, “se me hace bola”, un playback con fregona, Ghost, Gaby y Miliki, un hombro blanquito y suave, “¿bailas?”, su beso en la palabra mágica, “quiero verte”, el sistema solar a medias, los calzoncillos verdes, la letra “S”, pensar la misma música, “ñam”, el anís, “ven”, la ensalada de sentimientos, “pues va a suceder”, una indigestión de butifarra y una biopsia...
...Tantas cosas absurdas que significaban tanto. Juntas o por separado, daba igual. Que nadie entendería con la intensidad que ellos. Ni sin la intensidad. Que unían sus almas para siempre porque nadie más que ellos las sabían interpretar. Tanto pego junto conformaba una historia de pasión que era imposible repetir. Podrían enamorarse una y mil veces más, permitiéndose ese derecho y ese espacio, pero no como esa. Esa se acomodaría imperecedera en sus corazones para siempre, en estado de catalepsia, únicamente volviendo a la vida al acercar sus narices a dos centímetros.
-Nunca llegamos a cumplir aquellas promesas ¿recuerdas?- le declaró mientras caminaban, echándole un brazo al hombro.
-¿Por qué hablas en pasado? ¿No sabes que siempre hay una segunda vez?- y la empujó dentro del bar que había a la derecha.
De una vez se bebió medio botellín de cerveza.
-¿Recuerdas lo que me duró el tercio la primera vez que nos vimos? Yo muy modosita dando buchitos simulando ser muy fina y en el fondo deseando beberme del tirón una botella de Larios...- no se quitaban los ojos de encima. Sentados en la barra, torcieron y juntaron las banquetas para colocarse frente a frente, mezclaron sus piernas, y los dedos de una mano los entrelazaron fuertemente.
No podían dejar de sonreír. Ni de mirarse. Ni de sentir. Ni de recordar. Aquello guardado y que sospechaban muerto despertaba de su hibernación. Acababa de derretirse el ámbar que cubría la ternura adormecida y el alcohol sucesivo consiguió su objetivo: lo que comenzó con comentarios obligados al oído a causa del volumen de la música del local... se tornaban sin querer en rostros acariciándose. Cada vez que sus labios rozaban su cara, ella aguantaba el aliento erizándosele la piel, contagiándole esa descarga eléctrica, conteniendo su deseo... Después de un año de sequía, la complicidad parecía haberse multiplicado. Ahora se conocían desde la lejanía, habían tenido tiempo de observarse en la distancia.
Se habían permitido echarse de menos.
Y aunque se parecían mucho, por cada frase comprometedora que él tragaba, ella vomitaba diez. Él temía ser esclavo de sus palabras sin saber que ella tan sólo necesitaba que las sintiera en el preciso instante de pronunciarlas. O sí lo sabía, pero sus corazas hacían que de su boca na más que salieran pegoletes. Y ese era el consuelo de ella. La sospecha.
Los ojos de él no podían engañar. Ni los pezones de ella.
Cada botellín de cerveza en ella se traducía en amor. Y a él le quitaba una capa de plástico envolvente. Ella ya acompañaba sus carcajadas con bocaítos en aquel hombro blanco y suave... Y fue entonces cuando, un susurro demasiado cerca le hizo caminar por sus pómulos... en dirección al carmín de sus labios. Pero no. Se quedó en mirada. La misma de la última vez. Y otra vuelta de film transparente.
Y ella desentrelazó sus dedos de los suyos y dejó de escuchar.
Seguía siendo el soso de la muerte que no podía salir de su muralla. Y lo peor; ella se sentía identificada porque una vez fue exactamente igual. No podía reprocharle nada. Lo comprendía. Y aunque tampoco iba a tratarlo con tan poca sensibilidad como fueron con ella en el pasado, tenía ya tanta impaciencia que temía estropear la magia.
-¿Nos vamos?- intentaba disimular la pena.
-Claro, lo que tú digas...- respondió con esa calma fraudulenta que a ella le ponía de los nervios.
Caminaron por las calles sin tocarse. Las cabezas agachadas. Los ánimos caídos. Sin tocarse... Pero a ella no le daba la gana y salió de su garganta en bajito...
-Me volviste loca... me tenías desatada... la de locuras que hice por ti, la de borracheras que me pegué...
-¿ “volví”? ¿En pasado?
-Hasta que me olvidaste...
-Sabes que no...
-Sabes que sí...
Pararon en seco, se miraron y ella le abrazó.
“...lo que yo quiero, corazón cobarde,
es que mueras por mí.
Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres
porque el amor cuando no muere mata
porque amores que matan nunca mueren.“
-Éramos la hostia...-dijo él muy bajito. Y en un último esfuerzo por vencer su cárcel, la besó. Por fin sus labios se unieron. Por fin. Y sus lenguas hablaron de dolor, de ausencias, de miedos, de necesidad...
Ella se estremeció y metió sus dedos por entre sus rizos para alargar el beso abriéndose la válvula de su deseo. Y al notar en su cuerpo aquella erección, apartó la cara, pegó su nariz a la suya, la despegó dos centímetros y con esa claridad que a él le ruborizaba dijo:
-¿Tienes... ganas?
Él que era más de hechos que de palabras, volvió a abrazarla levantándola hacia arriba y caminó con ella en brazos, apenas unos metros, adentrándola de espaldas a un lugar... oscuro y pequeño. La subió a “algo” a medio metro del suelo y cerró una cortina. Era de noche pero la luz de las farolas entraba por las rendijas lo suficiente para verse.
No daba crédito - cucha qué antiguo- era un fotomatón.
Subida a aquella banqueta mirándole a los ojos -porque le encantaba mirar la cara de quién se disponía a amarla, y porque el techo le impedía estirarse- le dijo todo con los ojos.
Él desabrochó su botón del vaquero que ya estaba reventón y, en un movimiento limpio y rápido, le levantó la falda y metió su nariz.
-Mmmmmmmm... ¿tiene la señorita alguna debilidad?- dijo sacando la cara de allí y mirando hacia arriba.
-Sabes que no... Sabes que mis debilidades se van inventando sobre la marcha...- su tono de voz era meloso.
-Alguna tendrá ahora mismo la se-ño-ri-ta...- lo decía poniendo voz de Gracita Morales y ella se descojonaba.
Porque la risa era su única debilidad. La risa provocada por el cuerpo adecuado podía convertir la indiferencia en amor en segundos. Y ella le encantaba que él no tuviera límite y le diera igual la situación para soltar tontadas por la boca.
-¿Nunca te he dicho guarrerías?- musitó con los ojitos brillantes y ella soltó una carcajada.
-No... no eres capaz...
-Pues hoy... tampoco te las voy a decir...- ella se moría de la risa.
-Jo... venga ya... que me tienes mala... porfa...
Acarició sus caderas e intentó por detrás bajarle las braguitas... sin acordarse de que ella llevaba braguitas, pantys, otras braguitas encima para que no se le cayeran los pantys, unos ligueros sobre las segundas braguitas que sujetaban unas segundas medias más cortas de red que iban sobre otras de colores...
-Pero... perooo... señorita... ¿qué lleva usted puesto? ¿vamos a tener un ratico de pasión o voy a pelar una cebolla?-¡Serás... pelmazo! Jajajajaja.... ¡basta ya que se me va a cortar el calentón!!-Bueno, bueno, bueno... -
continuaba con voz de teleñeco- ...aquí el caballero no va a recular llegado a este punto, así que quitaremos medias, bragas, medias, dobles bragas, medias, ligueros, dobles ligueros, tienda de campaña...
De golpe y agarrando a la vez todas las cinturillas de todo lo que llevaba puesto fue ella quien finalmente puso frente a ese bello rostro su sexo.
Se hizo el silencio...
La punta de esa nariz que la enamoró rozó de lado a lado esa superficie lisa y suave... Recuerdos le trajo a él. Recuerdos le trajo a ella. Sin cambiar la posición, inclinó la mirada hacia arriba. Ella ya estaba llorando.
-Siempre fuiste muy “sentía”...-Ya...-A mí me gustaría poder contarlo como tú lo cuentas...
Dio un beso en su vientre y allí apoyó su barbilla sin dejar de contemplar su rostro lloroso...
“...Yo no quiero saber por qué lo hiciste
yo no quiero contigo ni sin ti
lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes,
es que mueras por mí.“
Ella intentó sonreír, pero le desbordaba la emoción... Temblaba todo su cuerpo... Cuando notó esa lengua rozar su clítoris, suspiró en un tono más alto del esperado. Mas ya no era dueña de sí misma, tan sólo protagonista de su escena.
Y no apretó su cabeza hacia su cuerpo como otras veces... Colocó sus manos sobre las de él, que aferradas con ternura a sus caderas le hacían sentirse segura. Esas manos cálidas que tantas cosas sabían hacer.
Y se dejó llevar. Ya no había risa, ahora era el turno del deleite y el gozo. Sus piernas iban perdiendo fuerza, tiritando de placer... Y él, sumergido en las profundidades de sus muslos, se recreaba en su ahora territorio lentamente, hasta crear una atmósfera impenetrable. No había calle, no había gente, no había farolas... nada más que ellos dos. Y pensar que podían no volver a verse, le encendía aún más...
Sentir otra vez aquellos sabios dedos en su vagina le hizo olvidar por un momento su necesidad de abrirse para él. Esos dedos que buscaban lentamente por entre los escondrijos de su piel húmeda cualquier punto que reflejara un sí en su rostro... Excitándose a cada golpe de aliento de ella. A cada suspiro, a cada jadeo...
Y agarrándola por los glúteos, la invitó a abrir sus piernas y a montar sobre él. Y de un giro se sentó obligando a ese cuerpo ansioso a a ser penetrada al dejarse caer sobre su peso. Y ella chilló...
-aaaaahhhhhh...
Chilló, hundió las uñas en sus hombros como una bestia... Y le besó. Se besaron con brutalidad y cabalgó sobre su amado como si no hubiera un mañana. Se besaron y rememoraron aquel amor de sofá que nadie comprendería... Se besaron, devoraron sus rostros con codicia intentando retener en lo más hondo de sus entrañas cada sensación, cada caricia, cada respiración, cada aroma, cada textura... de ese amor que enredaba vísceras y sexo y que nunca supieron explicar. Porque no había poema que lo describiera. Porque hasta yo sigo sin poder describirlo.
Porque sucedió y nunca más sucederá.
“...Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres
porque el amor cuando no muere mata
porque amores que matan nunca mueren.“
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