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A. Fresno

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Pasan sólo unos minutos de las doce de la mañana y el calor ya aprieta. Es viernes y las terrazas de bares y restaurantes se preparan para un fin de semana de gran ajetreo, ya que previsiblemente miles de personas se echarán a las calles aprovechando el buen tiempo y la flexibilización de las restricciones sanitarias. Además, éste será el primer fin de semana de la Fiesta de los Patios, por lo que la expectación es máxima tanto para los encargados de cuidar estos recintos como para los hosteleros de la zona.

Con estos alicientes comenzamos nuestra ruta por los patios del sector Santiago-San Pedro, que a pesar de su ubicación -en pleno casco histórico- son de los menos conocidos para propios y extraños. No obstante, estos patios condensan gran parte del encanto y la belleza del certamen. Lo hacemos en primer lugar visitando uno de los más característicos, el de la calle de La Palma, 3, donde apenas tres personas guardan cola para poder acceder a su interior. El patio propiamente dicho, al que se entra tras cruzar un pórtico con unas llamativas puertas de madera de color rojo, perteneció a un antiguo palacete barroco del siglo XVIII, siendo utilizado en su origen como patio de carruajes. En la actualidad, la belleza del recinto es abrumadora, con una fuente de pequeñas dimensiones en el centro, un antiguo abrevadero reconvertido en pileta y una enorme buganvilla que da colorido a todo el lugar. Su propietario es Manuel Cachinero, un escultor que vive en este magnífico enclave y que tiene aquí tiene instalado su propio taller.

Una vez abandonamos este inspirador lugar, y tras dejar a nuestras espaldas la monumental iglesia de San Pedro, recorremos la calle Agustín Moreno, desde donde accederemos al resto de patios de la presente ruta. Al llegar a la calle Aceite -anteriormente conocida como Calleja de Góngora, ya que en ella residió el insigne poeta cordobés-, dos pequeños pinos nos advierten de que allí encontraremos otro patio, concretamente en el número 8. Nada más adentrarnos en la escueta calle nos embriaga un profundo olor a jazmín. Unos metros más adelante, en la puerta del patio, nos recibe un controlador, que después de tomarnos la temperatura nos invita a echarnos gel hidroalcohólico y nos recuerda la obligatoriedad de permanecer en todo momento con la mascarilla puesta.

Una vez dentro nos encontramos con una auténtica maravilla. El recinto se enmarca en lo que en su día fue una antigua casa de vecinos -donde llegaron a vivir unas 30 familias-, con varios patios diferenciados en los que se pueden contemplar multitud de plantas diferentes, además de varios restos arqueológicos. Asimismo, llama la atención la presencia de varios azulejos con imágenes devocionales como San Rafael, la Virgen de los Dolores o el Nazareno de Priego. A pesar de la gran amplitud y belleza de este recinto, apenas nos acompañan un par de señoras, que dan la enhorabuena a las personas encargadas de su mantenimiento, que se encuentran presentes en ese momento. “Vaya cosa bonita, ojalá os den algún premio”, exclama maravillada una de estas señoras. No le falta razón.

Seguimos nuestra ruta y llegamos ahora a uno de los puntos más señeros y fotografiados de todo el certamen. No puede ser otro que el de la calle Siete Revueltas, 1, ubicado en la conocida como Casa de las Campanas, donde tiene su sede la Asociación de Amigos de los Patios Cordobeses. No tenemos que esperar colas, pero en su interior nos encontramos con varios grupos de personas, algo que es posible gracias al enorme espacio del que dispone. Cuenta con dos patios, uno más grande -en el que se sitúa un amplio escenario donde habitualmente se desarrollan actuaciones de todo tipo- y otro algo más pequeño, al que se accede atravesando la fachada de estilo mudéjar de lo que en su día fue una antigua casa solariega, perteneciente al Señor de Alcaudete. Sin duda, un lugar lleno de belleza e historia que merece la pena visitar, no sólo durante el concurso de patios, sino durante el resto del año.

Tras abandonar la calle Siete Revueltas y dejar atrás la iglesia de Santiago, nos encaminamos ahora a la calle Tinte, 9, donde nos encontraremos con otro de los tesoros que guarda esta ruta. Nada más entrar, además de varios visitantes, contemplamos una estampa entrañable; dos señoras de avanzada edad, sentadas en sillas de enea, comentan varios temas de actualidad. “A partir del domingo ya no tenemos toque de queda, a ver cómo nos portamos”, señala una de ellas. A nuestro alrededor todo es como de otro tiempo. Macetas con flores de infinidad de colores resaltan sobre las blancas paredes encaladas. También observamos un hermoso naranjo -con parte de su tronco encalado y mimetizado con el resto del entorno-, una pileta y un antiguo pozo.

Finalizamos nuestra ruta visitando el último de los recintos que se pueden contemplar en la misma, concretamente el ubicado en la calle Barrionuevo, 43. No hay colas ni visitantes en su interior, pero sí nos cruzamos con los compañeros de Canal Sur, que en ese mismo momento entrevistan a uno de los encargados de cuidar el recinto. Dentro, casi en completo silencio -roto por el sonido de las chicharras- nos encontramos con un patio de arquitectura moderna, donde podemos observar distintas variedades de flores, así como un limonero en una de sus esquinas. Son ya casi las 14:00 y el sol aprieta más que nunca. 

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