San Jorge vence al dragón de la ignorancia: paseo por la 'no' Feria del Libro de Córdoba
Dicen que Shakespeare y Cervantes cascaron el mismo 23 de abril. También el Inca Garcilaso, cuyos restos reposan en una capilla de la Mezquita-Catedral de Córdoba. De él se acuerda menos la UNESCO para declarar que todo 23 de abril será el Día Internacional del Libro. También dicen que, in illo tempore, una ardilla podía recorrer la Península Ibérica de norte a sur –y viceversa- sin bajarse de un árbol. Igual que Cósimo, el Barón Rampante que inventó Italo Calvino que decidió subirse a una encina de la Umbria italiana y llegó, sin bajarse de los árboles, sin pisar la tierra, hasta el París de la Ilustración. Literatura.
Nosotros vamos a recorrer apenas un kilómetro cuadrado de librería en librería de Córdoba. Cada una con su especificidad, su historia y sus singularidades.
Primera parada en La República de las Letras a media mañana. Está en la Plaza de Chirinos, en pleno centro. Oferta café, vinos, cerveza y libros. En su puerta mantiene cuatro veladores con sombrilla. Una paloma se pasea entre las piernas de los clientes.
Dentro hay un espacio para la literatura infantil –libros que hablan, que suenan-, un piano de media cola y un salón para actos y presentaciones. Rocío Rivas, hermana de la jefa Ana, nos explica que el día está yendo bien, que la gente se acerca y compra. En la República hacen hoy un 10% de descuento por ser el Día de Libro y, además, sortean entre los clientes tres libros dedicados por cada ticket de compra: Llévame a casa, de Jesús Carrasco; La Tempestad en víspera de viernes, de Lara Moreno y el de Manuel Jabois, Miss Marte. Podría tocarnos. Es una manera de sortear la no Feria del Libro de Córdoba por segundo año consecutivo.
Bajamos al mercado, a la Corredera. Allí lleva seis años y pico La Palabrería, un puesto de compra y venta de libros frente a las paradas de boquerones, calamares y gambas arroceras. Miguel Marzo vende libros usados al peso –una balanza preside el puesto-, también los compra.
Miguel nos dice que “le gusta regatear”, que sus libros no tienen un precio fijo. Miguel es un mercader. También un hombre de su tiempo que podemos encontrar en la plataforma todocoleccion.net para intercambiar muebles, cromos o libros, entre otras cosas.
Preside La Palabrería, en plena plaza de abastos, un busto de Miguel de Cervantes al trasluz, en una hornacina del puesto: “Estoy aquí por él, por don Miguel”, dice su tocayo.
En La Palabrería hay una primera edición chilena de Las uvas y el viento, de Pablo Neruda. Ahí es nada: id y regatear al mercader.
Subimos un poco la llana ciudad y vamos a la Librería Luque, ahora en la calle Jesús y María. 102 años contemplan a este emblema literario de la ciudad. Patrimonio. Gente que compra libros, público que encarga o simplemente husmea entre los anaqueles. “Sí, hemos notado un poco más de gente esta mañana, la gente reconoce el día, parece ser. Una lástima que no haya feria, pero está bien”, nos dicen desde la Luque.
Nos compramos un libro recomendado por un amigo porque la prescripción también es un regalo.
Cuando parece que “caen chuzos de punta”, recomendar, comprar o regalar un libro es buena cosa, un cobijo: el verdadero contrato social.
Por San Jorge, que se carga al dragón malo que nos quería robar la fantasía.
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