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Juanjo Fernández

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El Correo. Así se llama el pequeño bar que abrió sus puertas por primera vez el 24 de mayo de 1931, un mes y algo después de que el rey Alfonso XIII saliera por Cartagena y España empezase a ser republicana.

El Correo debe su nombre, que coincidía con el de una farmacia de la acera de enfrente que cerró hace unos años, a una oficina postal que estaba en aquellos tiempos en la misma calle.

Así que hagan cuentas: El Correo y su clientela han visto y vivido desde esa esquina una fugaz república, un golpe de estado, una guerra civil y su posguerra, una dictadura, una transición a la democracia, un rey que luego se fuga, otro rey que reina, el estado de las autonomías, ascensos y descensos del equipo de fútbol y lo que te rondaré, morena.

En su barra han tomado cervezas y berberechos generaciones tras generaciones de banqueros, sindicalistas, turistas, oftalmólogos, estudiantes, ferreteros, empresarios, rentistas, concejales, alcaldes y alcaldesas, olivareros… en fin, gente de cien mil raleas.

Tras tres generaciones de familia Carrasco, ahora lo regenta la familia Martínez y así seguirá siendo al menos hasta el año que viene y más allá.

Los habituales, que somos muchos, recordarán al menos dos hitos del establecimiento que supusieron auténticas “revoluciones”: la sustitución de una vieja placa turca por un inodoro en su coqueto servicio y la instalación de un grifo de vermut 

Son ya 93 años de confidencias, risas y cosas y cervezas en la barra y “la terraza” del pequeño gran bar. Hay gente que se ha enamorado o se ha divorciado allí.

Porque si se despertase un dinosaurio, El Correo estaría ahí. Donde siempre.

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