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El ropero social de Cabra cierra por no poder pagar los gastos de alquiler y luz

Voluntarias del ropero Abuela Encarna.

Alejandra Luque

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“Cuando uno se dedica a una labor social lo hace para ayudar a los demás, pero ha llegado un momento en el que la situación se nos ha hecho muy difícil y hemos decidido cerrar”. Quien habla es Gress, una mujer que hace 22 años llegó a España desde su venezuela natal y hace diez que vive en Cabra. Es una de las voluntarias que gestiona el ropero social Abuela Encarna, que ha tenido que echar el cierre ante la dificultad de hacer frente a los pagos del alquiler y de la luz.

La relación de Gress con esta iniciativa arrancó de “casualidad y por necesidad”. Empezó a precisar de esta ayuda para poder proveerse de ropa y otros utensilios del hogar. Poco a poco se fue implicando en el trabajo de los voluntarios, que iba desde la recogida y selección de ropas y enseres hasta su clasificación “ya que no todo lo que llegaba se podía usar”. La máxima de este ropero ha sido siempre la de “lo que no quieras para ti, no lo quieras para nadie”.

Durante un par de años, el local se ha ubicado en la calle Acera Fleming del municipio, donde además de recoger ropas y zapatos también hacían acopio de muebles y colchones. Posteriormente, los voluntarios tuvieron que trasladar el ropero a otro local en la calle Norte y de dimensiones más pequeñas, por lo que ya les resultó imposible recoger los objetos más grandes. Mes a mes, las facturas del alquiler y de la luz iban llegando a este pequeño oasis de la solidaridad en el que nunca hubo un intercambio de dinero. Los costes eran sufragados por los propios voluntarios hasta que ellos mismos han tenido que tomar esta decisión.

Desde su puesta en marcha hace más de cuatro años, el ropero fue muy bien acogido en un municipio que Gress no duda en calificar de “solidario” y de acoger de forma excelente “a los que vienen de fuera”, como fue su caso. Cuando los lunes por la mañana se abrían las puertas de este ropero, centenares de familias y personas individuales acudían a pedir ayuda. No había distinción de nacionalidades ya que hasta él llegaban egabrenses, extranjeros que iniciaban su andadura en Cabra o trabajadores eventuales en la aceituna.

A Gress le es difícil hablar de casos más llamativos por su dureza, “porque todos son importantes por las necesidades que arrastra”. Pero sí es cierto que durante estos años ha visto de todo: desde necesidades tan básicas como una mochila para ir al colegio como ropa para vestir o zapatos para calzarse. Tras el cierre del ropero, decenas de familias dejarán de ser atendidas. Es en esto en lo que piensan los voluntarios. “Cuando sabes la necesidad que hay en el pueblo, cuando te cruzas con esas personas por la calle, lo que sientes es impotencia y mucha pena”, asegura Gress.

Por el momento, los voluntarios no han recibido la ayuda de ninguna administración ya que les dicen que “hay muchas organizaciones que también necesitan un local”. Les comentan la opción de solicitar una subvención pero señalan que con ese dinero no está permitido pagar los gastos de un alquiler. “Si no tenemos esa opción, ¿para qué queremos el dinero?Sólo lo necesitamos para eso”, se pregunta esta voluntaria que, como el resto, espera coger “más fuerza” para no “perder la esperanza y conseguir una solución”.

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