¿El tonto nace o se hace?
Parece que me estuviera desviando del hilo de este blog, que es el mundo de la empresa y las vivencias y experiencias que en él pudieran pasarte. Pero es que últimamente en mi vida profesional me están ocurriendo estas dudas y situaciones que me hacen escribir estas maravillosas entradas (me echo flores yo solo, pero la semana pasada batimos récords de lectores con varios grupos de comentarios, se ve que el fascinante mundo del gilipollas os encantó).
Esta semana me ha surgido esta duda en varias ocasiones. ¿El tonto nace o se hace? ¿Os lo habéis preguntado alguna vez? Yo nunca me había parado a planteármelo, y mira que me he encontrado con tontos en esta vida, pero en la última semana la concentración de estos especímenes a mi alrededor ha hecho que me lo plantee. Y os puedo asegurar que, por desgracia, en la última semana he empleado demasiadas horas trabajando, tanto que no he podido dejar hueco a los tontos “ajenos” al mundo profesional. Así que sigo en el hilo del blog (risa sarcástica).
Está claro que a todo el mundo no le vamos a caer bien, igual que está aún más claro que a nosotros no nos cae bien todo el mundo. Eso es una tontería, pero que con los que tengas que bregar profesionalmente sean de ese lado “oscuro” que no te gusta, es una desgracia como otra cualquiera. No voy a daros pistas sobre cómo determinar si el de enfrente es tonto o no, porque aquí sí que entra la subjetividad de cada uno, pero sí es cierto que no he sido capaz de obtener una conclusión clara sobre si el tonto nace o se hace.
Por un lado, me he encontrado con tontos de verdad. Que lo han sido siempre. Desde que los conocí eran tontos, así que no me pilló desprevenido. Pero es cierto -y este es el perfil de tonto que menos me gusta- que hay muchas personas que se vuelven tontos por las circunstancias. Normalmente estas circunstancias suelen entenderse como positivas por ellos: ganan dinero, ascienden en su puesto de trabajo, salen en una foto en el periódico (esta es verídica) o son reconocidos por alguien al que consideran importante delante tuya y entonces es cuando ya comienza su ciclo de tontería.Lo que sí me he dado cuenta es que normalmente, y sólo normalmente, los tontos suelen ser inofensivos (a diferencia de los gilipollas, que estos sí que pueden hacer daño, recuérdalo). Dice un dicho popular que “un tonto coge un camino y se acaba el camino pero el tonto sigue”. Al tonto le das su hueco y no pasa nada. Pero como decía, esto pasa normalmente y hay casos en que no es así. Y es en estos casos cuando hay que estar alerta.
Profesionalmente, un tonto de esas características puede hacer daño, porque puede faltar al respeto a profesionales, a compañeros de su equipo o a simples personas que pasaran por allí. Un tonto de este tipo es un problema, porque si bien seguro que realmente no tiene capacidad para hacerte daño, es más que probable que comportándose así te acabe llevando al límite. Porque no estás preparado para tratar a alguien así y, en esas situaciones, él está en su terreno y te gana por goleada (tiene mucha más experiencia).
Yo esta semana me encontré con varios así, pero en especial tuve que lidiar con uno. Un tonto venido a más (no sé cómo sería antes, pues no lo conocía), que se creía superior a otros. Que pensaba que tenía capacidad para faltarle al respeto a otro profesional como él, pero, aún peor, se pensó que yo era igual de tonto y que me tendría de su lado. Y no, jamas estaría a tu nivel.
Estás en un nivel de tonto muy “pro” que necesita de mucho entrenamiento para igualarte.
Faltaste al respeto a mucha gente, querido tonto. Te intentaste reír de muchas personas y nos dimos cuenta. Así que espero que un tonto como tú no vuelva a cruzarse en mi camino ni en el de mucha gente. Algunos os preguntaréis de quién hablo, otros ya lo habréis adivinado.
Al final, ¿el tonto nace o se hace? Sigo sin saberlo. Hay una frase que me encanta y que se la oí al gran Victor Kuper: “No hay cosa peor que un tonto motivado”. Y esto pasa demasiado a menudo.
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