Códigos (postales)
Por primera vez la Agencia Tributaria hizo pública las estadísticas de renta por códigos postales. Los datos contabilizados son los de 33 ciudades españolas de más de 200.000 habitantes o más de 100.000 declaraciones de IRPF o renta bruta total superior a 2.200 millones de euros. País Vasco y Navarra no cuentan porque tienen Hacienda propia. Hacienda somos todos menos navarros y vascos. Al final nos quedamos con 560 códigos postales.
El camino de mi casa a la facultad son 20 minutos o cuatro códigos postales, depende de la prisa que tenga por llegar a mi casa, pueden ser cinco. Así, hasta llegar al 224º barrio más rico de España. A mi morada, vaya.
Advertido por tal organismo, cruzaba las calles escudriñando los bolsillos de la gente, olfateando tanto a tiesos como adinerados empoderado por la estadística como un socialdemócrata. De código postal a código postal, pasé del barrio 313º al 187º alegre. Sin embargo, tampoco es que viera grandes cambios en la gente. Defraudado, percibía que era la misma gente de otros barrios que dejaban atrás el chándal de bajar a comprar pan al Polvillo y se ponía más coqueta.
Bueno, no me detuve y llegué al 82º, que es el barrio más rico por el que paso. Conforme me acercaba a Ronda de los Tejares veía la transformación de la gente. Además estos cambios en Córdoba se perciben rápido, como ustedes pueden comprobar. A unas amigas mías que vienen mucho a vernos les dijimos un día que íbamos al centro. ¿Por dónde está?, preguntó una de ellas. Otro, súbitamente, con cara de esta me la sé, índico: ahí. Desde el 304º señaló el 82º: solo tuvo que levantar la cabeza. Las pobres cosmopolitas se miraron, estafadas.
Así las cosas, llegué a la conclusión de que, no sé en otros sitios, de mi casa a la facultad lo que cambia no es la renta, sino para dónde vaya el individuo, siendo su epicentro los soportales de El Corte Inglés, donde tengo la sensación de que hay gente que espera sin esperar a nadie, opositando a viga del propio edificio.
Llegando a mi casa me llamó Inés desde Madrid. La conversación, como siempre, estaría bastante bien, pero se enmarañó un poquito al final: cuando me dijo te quiero. Mirando hacia todos lados y saludando a vecinos que no pasaban, desquiciado por miedo al Gobierno, le advertí que se calmara. Se estaba pasando 215 barrios.
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