Mi único objetivo en la vida
Lo diré desde el principio para que no haya ninguna duda: Mi único objetivo en la vida es ser feliz.
La FELICIDAD, con mayúsculas, es mi fin último como ser humano, por ello, soy profundamente egoísta para vivirla y tremendamente solidario para compartirla.
No puedo hacer verdaderamente felices a los demás desde mi propia infelicidad.
No es sano, ni para mi mente ni para mi cuerpo, condenarme a una infelicidad heroica a cambio de dar felicidad a mis prójimos, por muy queridos que estos sean para mí.
Aunque la “sociedad de las apariencias” me intente convencer todos los días, con sus mensajes vacíos, de que es muy fácil disimular mi infelicidad con una pose o una sonrisa de anuncio, yo sé que, si no soy verdaderamente feliz, mi amargura acaba fluyendo por los poros de mi piel, contaminando sin remedio mis relaciones y cariños.
Si no estoy feliz conmigo mismo, de forma tranquila y entrañable, nadie podrá recibir de mí una invitación verdadera para transitar a mi lado por el camino de la felicidad.
Tengo que empeñarme, cada día y una y otra vez, en estar a gusto con mi propia vida para ofrecerme sinceramente a los demás como un oasis de confort y seguridad. Como un lugar vivo donde se puede estar compartiendo emociones por placer y no por obligación ni, mucho menos, por lastima o culpabilidad.
La imposibilidad para sentirme feliz en mi bendita normalidad, siempre es un reflejo de mis propias carencias emocionales y nunca, aunque me parezca extraño e incluso injusto, de aquello o aquellos a los que achaco mis fracasos profesionales o mis naufragios sentimentales.
Mis fracasos profesionales no son culpa de unos “jefes incompetentes o inhumanos”, ni de unos “compañeros trepas o insolidarios”, ni de unos “ambientes insalubres o estresantes”… ni siquiera de una conjura diabólica de todas estas circunstancias juntas.
En el fondo, mis fracasos profesionales están relacionados con mi propia incapacidad para sentirme feliz en mis entornos de trabajo y, como consecuencia de ello, con mi falta de valentía para decidirme a romper con las personas y los lugares que no me convienen ni merezco.
Ocurre igual con mis naufragios sentimentales. Estos no son culpa de unos “amigos egoístas o traidores”, ni de unos “familiares fríos o insensibles”, ni siquiera de unos “amores hirientes o infieles”… Siempre tengo la posibilidad, por duro y desgarrado que resulte, de ser valiente y poner punto y final, o por lo menos puntos suspensivos, a aquellas relaciones de piel que me empequeñecen y dañan.
No puedo vivir escondido en las nubes que sueño sólo para huir de la tierra que detesto, ni debo vivir prisionero en la tierra que detesto sólo para huir de las nubes que sueño.
Ni en el terreno profesional, ni mucho menos en el sentimental, existen situaciones insalvables si tengo presente que mi objetivo de convivir con la felicidad, lo consigo siempre en primera persona y en la vida, mezcla de tierra y nubes, que realmente vivo y sueño todos los días.
Porque incluso más allá de situaciones económicas difíciles que paralizan mis decisiones sobre cambiar un rumbo profesional errático, y mucho más allá de presiones sociales que me ciegan para no ser capaz de cerrar puertas sentimentales dañinas, sé que la felicidad no es mi destino, inevitablemente es mi camino.
Un camino no siempre en línea recta ni lleno de colores pero, en todo caso, hacía una luz que no puedo ni quiero evitar porque me va la propia vida en ello.
Quiero y puedo ser feliz para dar siempre lo mejor de mí a quienes me acompañen en mi viaje.
El profundo egoísmo para cumplir “mi único objetivo en la viada” se convierte entonces en el mayor acto de altruismo y generosidad que puedo tener con mis semejantes.
Si quieres, tú también puedes…
A FLOR DE PIEL… FRUTO DEL AZAR
La mayoría de nosotros, una vez más, estamos siendo testigos (mudos) de unos acontecimientos dramáticos que tienen que ver con encontrar la muerte sólo por tener la esperanza de alcanzar una vida mejor. Miles de seres humanos, muchos de ellos niños recién llegados a este mundo, han vuelto a perecer ahogados a sólo unos cientos de metros de alcanzar su sueño de vivir en paz y ser felices junto a sus seres queridos.
¿Por qué seguimos empeñándonos en levantar fronteras, físicas e ideológicas, para impedir que otro ser humano tenga una oportunidad de sonreír, lejos de la desesperación y el horror?... Seguramente porque, por egoísmo o por vanidad, no estamos dispuestos a reconocer que el hecho de haber nacido en estas coordenadas de espacio y de tiempo, ha sido sólo fruto del azar.
NOTA: El autor de este post lo es también de la foto que lo ilustra.
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