En ocasiones veo doble
Un día leí este pequeño dialogo:
- Hijo, tú ves doble. – Le dijo un padre a su hijo.
- Eso no es cierto, papá – respondió el niño -, si fuese así vería cuatro lunas en lugar de las dos que veo.
Inmediatamente pensé:
¿Qué me hace creer que lo que veo, oigo o siento es la realidad? ¿Me he parado a pensar que otros pueden estar percibiendo una experiencia diferente a la mía? ¿Qué es lo que me hace creer que todos ven doble menos yo?
Y me pregunté con total y absoluta sinceridad:
¿Puedo confiar en mi mente? ¿Soy competente para pensar? ¿Soy eficaz? ¿Soy idóneo? ¿Soy suficiente? ¿Me basto por mí mismo? ¿Estoy satisfecho de mí? ¿Soy congruente con mis ideas y mis conductas? ¿Soy buena persona? ¿Soy merecedor de respeto, éxito y felicidad?...
Todo esto viene a cuento porque, si me dejo llevar sin más por mis percepciones, yo no experimento realmente el mundo externo tal cual es, sólo capto una porción muy refinada del mismo que, si ser plenamente consiente de ello, selecciono para poder sobrevivir.
Necesito cada día generalizar, distorsionar y eliminar para poder manejarme en mi entorno más próximo o en mi universo más extenso, sin reparar en que esas mismas generalizaciones, distorsiones y eliminaciones son las que hacen que mi comprensión de la realidad sea parcial y deformada.
Porque a pesar de convivir obligatoriamente con ellas (generalizaciones, distorsiones y eliminaciones), yo también afirmo constantemente que “no veo doble, que si fuera así vería cuatro lunas en lugar de las dos que hay”.
Por eso a la pregunta de por dónde empezar para ajustar lo más posible mis percepciones a lo que podría denominar realidad, tengo que contestarme siempre: ¡Por el principio!
Un principio que se reduce a comprender y aceptar que demasiado a menudo “veo doble”, ya que sólo así “puedo ir al oculista y corregir este desajuste” que, en la mayoría de las ocasiones, me impide comprender que mi autoestima (y por tanto mi felicidad) es el resultado de un mayor equilibrio entre mi consciencia, mis relaciones y mis reacciones.
Y es aquí donde entra a operar mi desarrollo personal para ampliar mi consciencia a través del establecimiento de nuevos marcos de referencia que me ayuden a interpretar de forma más sensata y equilibrada el mundo que me rodea.
Mis marcos de referencia son los límites (conceptos) que para mí tienen las cosas; lo que éstas significan.
Son el conjunto de valores, creencias y criterios que tengo sobre algo. Son las guías que me proporcionan los caminos, limitados o expansivos, a seguir.
Consigo o no una cosa dependiendo de la perspectiva con la que la miro, y mi mirada está más o menos enfocada en función de los conceptos o límites que otorgo a las mismas.
Por tanto, mi proceso de cambio de visión o comprensión de la realidad se produce cuando paso de forma decidida de una actitud de víctima (pasiva) a una actitud de responsabilidad (activa).
Pero lo cierto y curioso es que ya tengo esa responsabilidad de serie, lo que ocurre es que me niego en muchos casos a aceptarla o asumirla por pereza, comodidad, miedo o negligencia.
En demasiadas ocasiones me resigno a manejar conceptos o utilizar técnicas de mejora de mi autoestima con el único objetivo de que me “sienten bien”, sin hacer un trabajo previo para modificar mi conciencia, mi responsabilidad y mi elección moral.
De este modo, aunque puedo sentirme relativamente a gusto conmigo mismo en momentos determinados utilizando unos marcos de referencia inamovibles, no consigo un verdadero desarrollo personal, ya que este sólo se produce cuando logro ajustar a la realidad, o lo más próximo a ella, mi distorsionada autoimagen y autoestima.
Mi desarrollo personal o autorrealización, según el sentido occidental de la existencia, se produce cuando siento que soy yo mismo en relación con el mundo.
Para el sentido oriental de la vida, lo alcanzo cuando llego a descubrir mi identidad existencial, mi identidad última, mi esencia.
Y aunque, desde uno u otro sentido, no sea la piedra filosofal con la que resuelva todos mis conflictos o alcance todos mis anhelos, es el elemento determinante que produce una verdadera evolución en mi conciencia.
Descubriéndose ante mí mi misión y mi función como ser, a través de una clara visión transpersonal y trascendente de mi existencia.
Porque cuando me desarrollo personalmente de forma profunda y equilibrada dejo de “ver doble” y comienzo a comprender el auténtico sentido de mi vida.
¿Tú también ves doble en ocasiones?
A FLOR DE PIEL… GUERRA DE BANDERAS, VÍRGENES Y SANTOS
Una vez más los “cordobeses universales” hemos tomado partido en una guerra encarnizada, afortunadamente sólo dialéctica, sobre banderas, vírgenes y santos. La conveniencia de que estos símbolos e iconos envuelvan todos los momentos y lugares en los que transcurren nuestras vidas o solamente aquellos que tienen que ver con elementos absolutamente comunes y espacios reservados a nuestra intimidad emocional, ha vuelto a dividirnos entre “buenos” y “malos”.
¿Por qué nos resulta tan difícil aceptar las reglas de una sociedad democrática que se rige por una constitución de consenso que delimita con claridad cuáles son los momentos y lugares de nuestras banderas, vírgenes y santos?... Seguramente por querer ser “más papistas que el papa” y no aceptar que, según sus propios precursores, el patriotismo y la fe son sentimientos nobles que sólo se justifican apoyándose firmemente en la libertad y en la diversidad.
¡FELIZ VERANO!... En septiembre retomaremos nuestros encuentros emocionales de cada semana… aunque no descarto algún post en el mes de agosto. Mi recomendación es que aprovechéis el tiempo libre para releer algunos de los anteriores y exprimirle todo su jugo. ¡UN ABRAZO!
NOTA: El autor de este post lo es también de la foto que lo ilustra.
0