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Ser o no ser

Paco Merino

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Como adelanto interesado diré que creo, con los ojos bien abiertos, que mi felicidad está íntimamente relacionada con mi capacidad y mi deseo de aprender todo aquello que suma y desaprender todo aquello que resta. Es cierto que tengo un carácter prefijado genéticamente pero mi personalidad es el fruto de los aprendizajes que, consciente e inconscientemente, voy adquiriendo a lo largo de mi vida. Por ello, cuando siembro la infelicidad a mi alrededor, no debo escudarme en el “no puedo evitarlo, yo soy así”.

Hasta en los momentos más difíciles y extremos, tengo la posibilidad de elegir entre aprender a odiar o amar, perder o ganar, mermar o crecer... Para que aprender a decidir entre “morir o vivir” no sea un imposible, debo aceptar cuanto antes que “las cosas son como son” y no como sueño que son o desearía que fuesen. Si acepto con normalidad que “las cosas son como son”, tendré la oportunidad de cambiarlas y mejorarlas con ayuda de mis sueños y deseos, si así lo quiero o necesito. Si no lo acepto, una profunda insatisfacción paralizará mis expectativas de cambio y mejora. Mis desequilibrios emocionales que tanto sufrimiento, propio y ajeno, provocan, tienen mucho que ver con una mala gestión de mis expectativas y, sobre todo, con el orden de prioridad que doy a las mismas para considerarme feliz.

Si mis aprendizajes vitales discurren por el camino del HAGO – TENGO – SOY, me centro ciega y obsesivamente en una tarea para convertirme en un “triunfador”, recojo ansioso las “recompensas”, principalmente materiales, de estos triunfos y, finalmente, en ocasiones demasiado al final, intento construir “mi propia identidad” como ser humano individual e irrepetible.

Cuando sigo esta filosofía tan habitual en nuestra sociedad actual, soy un adorador de un tipo de “éxito” basado en el credo del “todo vale” y del “fin justifica los medios”, “un náufrago a la deriva de mi simple impulso de supervivencia, con evidentes trastornos emocionales, egoísta, consumista, aferrado a escalas jerárquicas de poder, sin importarme lo más mínimo la supervivencia de los demás”.

Ocurre entonces que, como sólo soy en función de lo que hago y tengo, cuando lo que hago y tengo no cumple mis expectativas, casi siempre intransigentes e inflexibles, mi ser se resiente y resquebraja, sumiéndome en la tristeza y en la infelicidad... Pero puedo elegir, siempre puedo elegir un camino alternativo de aprendizaje y crecimiento personal basado en el SOY – HAGO – TENGO, ya que, transitando por él, me transformo en “una persona más sana mentalmente y más feliz, que hago aquello que realmente me gusta, para alcanzar, como consecuencia de ello, un tener que me brinda una buena calidad de vida”.

Desde este otro modo radicalmente contrario de iluminar mi vida, si por cualquier motivo dejo de tener o varía mi hacer, sobrevivo interiormente apoyándome en mi ser, como la segura tabla de salvación que siempre me retorna, tras sortear mareas y oleajes, a la playa cálida y tranquila de mi equilibrio emocional. Para mí, felicidad rima fundamentalmente con serenidad y, esta última, no suelo alcanzarla cuando tristemente sólo soy en función de lo que hago y tengo. Ser o no ser… se aprende.

A FLOR DE PIEL…

LOS ÚLTIMOS SERÁN LOS PRIMEROS

Una vez más, como en cada Semana Santa, junto a muchas personas penitentes anónimas que mostraban su fe en el poder de un mensaje de paz, amor y esperanza que, trascendiendo incluso los límites de la religiosidad, les ayuda a sortear los duros obstáculos que encuentran en sus vidas, he vuelto a ver a demasiados “personajes” con capas suntuosas y trajes condecorados, sólo interesados en pavonearse con cierta prepotencia para reivindicar su estatus. ¿Acaso el protagonista histórico de estas jornadas de llanto y alegría no mostró su liderazgo desde la humildad más profunda?... Parece que esos a los que sólo interesa mostrar su cargo públicamente, no han entendido el verdadero mensaje de su maestro sobre que “los últimos serán los primeros”.

NOTA: El autor de este post lo es también de la foto que lo ilustra.

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