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Acerca de la vaca (2)

Juan José Fernández Palomo

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II.- Trazabilidad y salud mental

Hubo un tiempo, no hace mucho, ustedes se acordarán, en que las vacas occidentales se volvieron locas -o eso nos contaron- Pero nos lo contaron tarde y mal. A mí la ignorancia me pone triste, taciturno y al borde del autismo. Yo veía noticieros en la tele y leía periódicos y sólo me encontraba cadáveres de vaquitas levantados en las palas de volquetes y bulldozers y depositadas en fosas comunes como si fuese un documental de Mauthasen o Treblinka. Yo no entendía nada.

Había días en que pensaba que las vacas se volvían locas de amor y de ausencia o de ausencia de amor, que es el único amor que duele de verdad. Otros días creía que sufrían sabiendo que había toros asaeteados en las fiestas de pueblo o envueltos en una demencial coreografía donde unos tipos con medias fucsia y hombreras de cascabeles acuchillaban sus lomos. Pero ésa no era la razón. O, al menos, no la única razón.

Las vacas se volvieron locas porque se comieron unas a otras. El pienso con el que se alimentaban contenía trazas de carne bovina, la cadena trófica se partió, los priones se rebelaron y el cerebro de nuestras vacas acabó blandamente espongiforme. Ellas no lo sabían. Las exculpo.

Recuerdo ahora a los miembros del equipo uruguayo de rugby “Old Christians” que, volando hacia Chile, se estrellaron en plena cordillera de Los Andes. Acabaron comiéndose cachos del lomo de sus amigos y parientes para subsistir. Pero no se volvieron locos porque el psicoanálisis ha dejado una persistente y confortable huella en Argentina, Chile y Uruguay. Ahora podemos entender porqué toneladas de carne congelada de vaca viajaron desde Argentina a España durante buena parte del franquismo: para curar la depresión de todo un país. Vacas muertas pero bienintencionadas y avezadas en las enseñanzas de Freud, Jung y Lacan. Vacas listas (a su manera).

En la India, sin embargo, la vaca es sagrada, tiene una resistente giba, suele ser de la raza cebú y es muy frugal y silenciosa. Apenas la ordeñan y a nadie se le ocurre comérsela. No se vuelve loca porque lee a Krhisnamurti y las cosas del psicoanálisis le resbalan por el lomo como la lluvia en los primeros días del monzón.

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