Hoy hace cuarenta y cuatro años que murió John Lennon, en Manhattan, ya saben, a las puertas del edificio Dakota, un lugar tan sagrado como siniestro. Cuatro balas en el pecho disparadas por un sonado. La quinta bala del tambor del revolver se estrelló en el poste de un semáforo. Ya daba igual.
Paul MacCartney toca mañana en el WiZink Center de Madrid.
La vida es así: un decurso. Paul tocará canciones compuestas a pachas con John y el público las bailará, las tarareará y las brincará. Porque la vida es así, insisto, no la he inventado yo.
Desconocemos si MacCartney se ha acordado de Lennon y si salta al escenario con los ojos vidriados para cantar cuarenta y cuatro años después Let it be. Lo hará, sin duda, y habrá pureza ahí.
Habrá limpieza y falta de mancha.
Paul MacCartney ahora mismo está volando desde Las Vegas a Barajas y se está tomando un zumo de naranja y le va a sudar la polla si mañana va a tocar Let it be o My brave face.
Paul llora en la habitación de un hotel de Madrid, cuando ve en un noticiero que se acuerdan de la muerte de Lennon y del día de la Inmaculada.
La inmaculada concepción de los acontecimientos, piensa Paul.
“Sin mancha en el corazón voy a salir”, dice Paul en el backstage y saltó al escenario.
Y la virgen está en los trastes de mi bajo. Ella me guía (Me dijo Paul).
Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.
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