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Sobre este blog

Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.

Crucero

Juan José Fernández Palomo

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Sobre este blog

Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.

Me acuerdo de una historia que sucedió en el barrio en el que me crié. Debió ser por estas fechas, recuerdo que era verano.

Allí vivía un señor bajito, con gafas de montura redonda, ni grueso ni delgado, de sonrisa afable, natural de Pozoblanco. Era viudo, sin hijos, vivía solo en un piso discreto de los años sesenta del siglo pasado, como casi todos los del barrio que se fueron habitando con familias de la capital o la provincia que habían regresado tras un periodo de emigración en Francia, Alemania o Suiza y que volvieron con ahorros para comprar una vivienda y montar un negocio: un bar, una mercería, una papelería… En el caso de este señor, una zapatería.

Luis, el zapatero, cuando bajaba la persiana de su establecimiento, tomaba unas cañas en el bar de enfrente y contaba a los parroquianos historias y anécdotas fascinantes de su vida, cuyo episodio central era que durante varios años, allá por la década de los cincuenta, había trabajado tocando la batería en una orquesta de crucero, en rutas trasatlánticas que unían Génova con Buenos Aires, Liverpool con Nueva York, Lisboa con Río de Janeiro o Marsella con La Habana.