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'Toda persona. Nadie': el fuego vinculante de Nieves Galiot en el Colegio de Abogados

Intervención de Nieves Galiot en el Colegio de Abogados | ALEX GALLEGOS

Juan Velasco

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Tres grandes pergaminos de siete metros de largo y dos metros y medio de ancho mutilados. Como muchos de los preceptos que representan. Como muchos de los artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, colgada desde este martes hasta el 12 de diciembre en el patio del Colegio de Abogados con unos cuantos de caracteres vacíos, quemados, arrasados.

Es una definición inicial de lo que uno se encuentra en Toda persona. Nadie, la instalación que ha creado Nieves Galiot para celebrar el 250 aniversario del Colegio de Abogados de Córdoba, y que también servirá para celebrar, el 10 de diciembre, el día internacional de los derechos humanos. Todo a partir de treinta artículos de una declaración en los que solo permanecen legibles algunas cuantas palabras.

“Todos los seres humanos nacen libres e iguales”. “Todos”. “Los hombres y mujeres”. “Ninguno”. “Nadie”. “Nada”. Palabras que identifican la universalidad en un momento en que se cuestionan los derechos universales. La autora ha explicado a este periódico que la declaración es un texto que “debería ser vinculante”, como lo son muchos de los textos jurídicos o políticos a los que ha acudido para inspirarse en esta obra.

“El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación”, del artículo 13 de la Constitución española de 1812 o “todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”, de la Declaración de independencia de los Estados Unidos de América de 1776 son dos buenos ejemplos de un trabajo que a la autora le ha servido para continuar buceando en el leit motiv de proyectos anteriores, la felicidad.

“He intentado en el proyecto trazar cómo se ha ido casando el concepto de justicia y felicidad”, señala Galiot, que también ha acudido a textos filosóficos, desde los clásicos al utilitarismo, que ella ha querido leer “mal” casi deliberadamente, y que al final la han llevado a la declaración de 1948. “Un texto que es todo y nada, para todos y para nadie”, remarca la artista, que ha optado por quemar su contenido de manera lenta.

Primero, quemando las palabras sin pensar. Al final, siendo consciente de qué palabras se quemaban y buscando la forma que dejaba el vacío y la ceniza. Unos huecos sobre los que se colaban este martes las miradas del público congregado a la inaguración, y el sonido electrónico de Javier Lämpara, que ha puesto banda sonora -un tanto delirante- a esta impactante instalación artística.

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