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Más épica que vergüenza

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Antonio Agredano

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La épica quiere convertir al niño en hombre y al hombre en héroe. Es un viaje acelerado y cruel. Doloroso de principio a fin. La épica no gana partidos, sirve para contar los que se han ganado. No es un fin, es un vehículo. Una manera sublime de recordarnos dónde se venció y cómo. Qué se sintió y cuánto. Quién lloró. Quién mordió el césped. Quién derrotó al cansancio. Dónde nacen los goles, esos hijos del azar y el miedo. La épica es el epitafio de los perdedores. Su tumba de mármol. Mientras unos celebran doloridos, otros escriben. Unos beben vino, otros manchan el folio. Es la poesía tras la batalla. Es la memoria del orgullo. No hay épica sin sufrimiento. No hay épica si no ha habido un éxito que merezca ser contado.

En el fútbol, este hogar de motivados y horteras, hemos convertido la épica en una previa. Antesala del juego. Un futuro impostado. Llenamos la incertidumbre de rocosos adjetivos. Honor, valentía y cosas del estilo. Un pastiche péplum. Un puñado de lemas que harían sonrojar a un bachiller. Hemos confundido el espoleo con la dignidad. Carlos Aimar dando palmadas en el pecho a sus pupilos no es épica, es una sabiduría áspera, honda, la fuerza por la fuerza. El salir a darlo todo. El “con el pito nos los follamos” de Floro. Ese mundo de vestuario para adentro. Vulgarmente también nos dirigimos a la victoria. El fútbol de antes era mundano y duro. Si se ganaba se abría una botella. Si se perdía, se pedía perdón y se entrenaba con cara de funeral. Ahora el fútbol es un mejunje aburrido de psicología del Deliplus, mensajes de gladiadores, música desgarradora y promesas incumplidas travestidas de almibaradas soflamas. El Córdoba ha caído, en los estertores de esta temporada maldita, en las zarpas de la ridiculez y lo melifluo.

El Córdoba vive en una cueva y los vídeos motivacionales, lejos de dar luz, nos condenan aún más hacia el fondo y la oscuridad. No hay épica en nuestra temporada. No hay orgullo, ni capacidad para el milagro, sólo un paseo triste, unos accesos embarrados, un corazón que de tanto sufrir ya es de piedra, pesado y romo dentro del pecho.

Jesús León es un gestor hortera que quiere recuperar con memes y cartelería lo que no ha sabido arreglar en el despacho. Promociones, viajes, alegatos y más promesas. Hondonadas de promesas. Deseos ridículos en voz alta. Que llama éxito a sobrevivir. Llora como pseudo-coach lo que no has sabido defender como presidente.

Haga lo que haga el Córdoba CF en lo que queda de temporada, este cordobesista que os escribe está roto por dentro. Aun manteniendo la categoría, un sueño cada vez más ponzoñoso y lejano, la temporada ha sido un infierno en lo institucional y lo deportivo. Desde el verano que andamos con este circo siniestro de mentiras, impagos, negociaciones eunucas, vendeburras, gerifaltes e iluminados. Temo a la Segunda B pero aún temo más a los hombres pequeños. A todos esos que por tener poder se creen por encima de los que aquí sufrimos, silenciosa y domingueramente, por nuestro equipo. No es cuestión de dinero.

El dinero es algo prosaico. Es cuestión de dignidad. De honestidad. Menos épica de mercadillo y más sinceridad. Menos golpes en el pecho y más sensatez. El Córdoba es un poni desbocado cabalgado por un niño al que no le salé el “sooo” de la boca. No sé hacia dónde vamos, pero el que rema es Caronte.

Ni vídeos ni carteles. Mejor: Equilibrio y ambición, claridad y futuro. Jesús León ha jugado a ser gladiador con una espada de cartón. La culpa siempre es de los demás. Que el Córdoba es el que es porque Córdoba es como es. Qué cansado estoy de este discurso, tan dañino y jíbaro. En Córdoba cabe lo grande y cabe lo pequeño, cabe el conformismo y también un ciego orgullo. Diferente es que se nos cuelen arribistas y mercachifles. En fútbol y en política, en cultura y empresariado. El cordobesismo es ingenuo, quizá. O se emociona con poco. Pero eso no es un problema, al contrario, es una tierra fértil esta del sentimiento, para hacer creer, para instalarse. El que aprovecha esta cordialidad nuestra, de ciudad abierta y rica en el entusiasmo, para servirnos gato en lugar de liebre, es el que se define a sí mismo, y no la Córdoba en eterna expectativa. En silenciosa espera. Si alguien quiere darme una lección ya le enviaré mis tarifas. Qué vicio hay en Córdoba de decirle a la ciudad lo que debe sentir o hacer, con lo fácil que es ver, oír y callar. Aprender con el punto en la boca y la generosidad del que viene a sembrar y no a recoger lo que ni siquiera ha plantado.

Un deseo: Acabar la temporada con dignidad y asueto. Esperar la llegada del verano. Remover cimientos. Adaptarnos a lo que nos toque vivir. Si es en la B, no vender ascensos. Morderse la lengua. Negociar con cautela. Menos huevos en las ruedas de prensa y más huevos a la hora de defender ante terceros los intereses del club. Menos perder el tiempo cazando moscas en Twitter. Más escuchar y menos hablar. Apechugar con el descenso de abonos. Dejar la épica para cuando merezca la pena contar una victoria. Confiar en el cordobesismo, en este ejército desarmado pero siempre firme. Y que el balón ruede con criterio, y no este año de mamandurrias e inútiles. De salvapatrias y voceros. El cordobesismo no merece poner la cama y la cortina para tan blandos efluvios. Tenemos más dignidad que camisetas blanquiverdes apiladas en el armario. Menos épica y más vergüenza. Ganar al Lugo y lo que surja. El futuro está ahí, a la vuelta de la esquina, y no hay vídeo que valga tres puntos. Y sin puntos, sólo nos queda el enfado, la barbarie y deglutir un descenso.

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