Las ruinas del reino
No puedo dejar de imaginar la entrada de la Guardia Civil en la casa de Jesús León. Imagino a los niños desayunando. Las mochilas del colegio en la puerta. La extrañeza. Un terror mudo. El olor a café y a pan tostado. La amabilidad impostada. El ruido de los cubiertos. Todas aquellas botas pisando un hogar que parecía seguro. El castillo liviano que es la infancia. La patria de los niños, su cuarto de juegos, su refugio. Imagino un Capitán América. No sé por qué. Pero lo imagino, arrinconado y en el suelo. Y junto al muñeco, amontonadas, promesas y esperanzas. Las de cualquier padre. Los “no va a pasar nada”. Los “no te creerás eso que dicen de tu padre”. Los papeles en el despacho. Las noches sin dormir. Esa soberbia caníbal que ha terminado por engullirlo todo. El miedo. Aunque sea un miedo sutil, como una llamita que tiembla en la noche. Las mentiras, arrugadas en la garganta. Tanto odio. Tanta sinrazón. Para esto, para esta llegada en una mañana lluviosa de noviembre. El alboroto en los cajones y los armarios. La clave de la caja fuerte. Las carpetas azules. El escudo del Córdoba, manchado en el membrete de un folio. Y los niños en el salón. Inútilmente ajenos al huracán uniformado que busca certezas entre la bruma.
No me alegro del mal de nadie. Ni siquiera de Jesús León, que ha sido un buscador profesional de desgracias. Propias y ajenas. No sé qué lleva a un hombre a emprender esta carrera suicida. No sé si fue la avaricia o el orgullo. El desconocimiento o un arrojo que él creía blindado. No es habitual, pero podemos encontrar respuestas sencillas a preguntas complejas. Esa valentía de la que siempre hablaba, que era disfrazar de dignidad lo que era pura insensatez. Sí tengo cada vez más claro que, de haber delito, que eso lo decidirá el juez, no fue producto de un plan elaborado ni una estrategia meditada y pretendidamente magistral, sino una improvisación terrible, un guiñol esperpéntico, chabacano, como si Benny Hill tuviera que asaltar un casino. Más del Mortadelo que de Ocean´s Eleven.
El Córdoba puede desaparecer, lo que da una imagen de lo frágil que puede ser nuestra felicidad, de lo vulnerable del corazón de un aficionado. Y luego vendrán los juglares del Mikasa y el fútbol modesto a cantarnos lo bonitas que son estas categorías, estas historias, estas malditas refundaciones. Dios me libre de los nuevos Córdobas, que del viejo Córdoba ya me libraré yo. Es buen momento este para que el cordobesismo, de una vez, intente caminar junto. Ayer leía sorprendido en Twitter la cantidad de reproches de unos a otros, de yoyalodijers a exleoniers, de neocarlosgonzalistas a refundacionistas. Como hijos que se reparten el testamento con el padre aún respirando en la camilla. Todos deberíamos hacer un ejercicio de contención y constricción, arroparse y pensar qué Córdoba queremos, si es que queremos alguno.
Mañana estaré en El Arcángel. Es mi estreno esta temporada. Me ha costado regresar a las ruinas de un reino que sentía mío. Mi abono es la llave de un cuchitril. Prefería no abrir la puerta para evitar el desasosiego. De tripas, corazón. Espero veros a muchos de vosotros por allí. Abrazados en la tragedia. Sin saber aún si eso a lo que llamamos “mi sentimiento” terminará desapareciendo. La persiana bajada. Puede pasar que dentro de unos meses allí no quede nada. Un trono vacío. La sombra de un escudo. Una bandera convertida en trapo de cocina. El recuerdo de lo que fue, de lo que pudo ser, la negra amenaza de lo que ya nunca será. Cuando muere un ser querido, la llamada de madrugada y ese frío que arde en la garganta. No quiero pensar.
Ni quiero pensar en Jesús León nunca más. Pero pienso en sus hijos, que me acompañaron ayer en el corazón. Y en los trabajadores, a los que imagino improvisando soluciones, descabezados, más tiesos que el Tieso, y solos. Mientras unos salen a hablar con la música de Rocky, otros deambulan por los pasillos en completo silencio. Siempre hubo clases.
El Rey de los Tiesos está en la mazmorra. Su futuro es tan oscuro como el del club, que ahora es un esqueleto rodeado de plañideras, sobrevolado por los buitres, devorado por las hormigas. En su conciencia estará ya siempre su pérfida labor al frente de la entidad.
En mi conciencia jamás habrá lugar para el perdón. Y pienso en los futbolistas, que son la electricidad que debe mantener con vida este cuerpo enfermo. Y pienso, sobre todo, en los cordobesistas. Almas en pena. Camisetas blanquiverdes, un luto moderno. Sangre en la vena seca. Tímido latido. Esperanza machacada. Una dignidad extraña. Un pulso de piedra. Siempre presentes, en el bautizo y en el entierro. Como un familiar poco hablador que nunca falla cuando las cosas son importantes.
Nos vemos mañana frente al Arcángel. 18:15 en la Puerta 0. Nos vemos juntos en la incertidumbre. En el muelle de los que nunca perdieron la fe. Compañeros de las sombras. Para decir hola o adiós a un club que llega a un nuevo puerto o parte, definitivamente, hacia las fauces de un mar oscuro.
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