Las patatas prefritas congeladas
Con este título no digo nada y lo digo todo. Me explico. Cuando comemos fuera de casa las patatas que nos suelen ponen de guarnición son congeladas. Es muy raro encontrar y disfrutar de unas patatas hechas a lo pobre, cocidas o al vapor o una verdurita hecha con cariño. Se ha instaurado la ley de la comodidad y el abaratamiento de costes frente a la salud, y eso es lo que hay.
Este desagravio nutricional llegó a nuestros hogares de la mano de famosos restaurantes de comida rápida (les haré mención especial en otra entrada) especialistas en hacer menús baratos y altamente adictivos. Al mismo tiempo aterrizaron en los supermercados y vimos las patatas congeladas como la salvación ante esa “ardua y dura tarea” de cocinar y preparar la comida y, por consiguiente, les hicimos un rinconcito en nuestro congelador.
Pero... ¿“Cómo las hacen”? Pues bien. Para empezar a considerar la calidad de este producto, vamos a ir paso por paso. Aunque parezca mentira, las patatas son cultivadas por un agricultor, que las recoge y lleva a la fábrica donde se pelan y cortan, escaldan o blanquean. Hasta aquí vamos bien. Es un proceso típico y generalizado de procesamiento industrial de verduras y hortalizas. Lo verdaderamente impresionante y de gran “importancia nutricional” viene ahora. Después de cortarlas, sazonarlas y darles la forma deseada, se dan un paseíto por una cinta transportadora que las lleva directamente a la freidora sin pasar por la casilla de salida y sin cobrar las veinte mil pesetas Y... ¿en qué aceite están prefritas? Pues en algunos casos en aceite de girasol refinado (grasa saturada sometida a altas temperaturas), aceites hidrogenados de soja (grasa trans), aceite de colza, de palma, etc.
En algunas fábricas antes de freírlas les añaden dextrosa, que no es otra cosa que azúcar y su efecto no es otro que conseguir que su aspecto sea doradito (es altamente oxidativo para nuestras células). Así que tras prefreírlas en estos aceites tan saludables, las escurren, empaquetan y congelan y llegan al súper donde tú las compras y cubres ese hueco que has hecho en el congelador para ellas.
Y.... ¿Cómo las preparas tú? En la mayoría de los casos, las fríes de nuevo. Así que re-fríes un producto que ya viene prefrito con una carga calórica bastante alta, sin apenas propiedades nutricionales, muy alta en sal, con potenciadores de sabor, rico en grasas trans y se las colocas en el plato a tu familia, a ti mismo o a quien tú quieras. Y todo por no pelar, trocear y freír, y en el mejor de los casos hacer en el horno, vapor o cocidas (si podemos ahorrarnos la fritanga mejor).
Imaginad lo bueno que es ingerir un producto que lo han frito dos veces a altas temperaturas y en aceites de diferente calidad. Pues señores, “eso” se lo regalamos a nuestro organismo.
Desde mi punto de vista, pienso que tanta vagancia ha llegado a cambiar nuestras preferencias. Prima más lo rápido frente a lo saludable, y lo peor de todo es que lo aceptamos como algo normal, como algo que nos permite estar más tiempo en el sofá e incluso adolecemos de un gran egoísmo y las incluimos en la alimentación de niños y adolescentes que están en constante crecimiento y formación.
Como profesional he de decir que NO señores, que ni para un consumo ocasional, que no son saludables y que no cuesta trabajo prepararlas de otra forma. ¡Un prefrito refrito nunca puede ser bueno!
“Si se llama igual en todos los idiomas, no es comida”. Michael Pollan.
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