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Manolete

Alfonso Alba

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Fernando González Viñas ha dejado escrito que con la muerte de Manolete la posguerra en España llegó a su fin. Tras narrar el entierro del torero en Córdoba, en la que aún hoy está considerada como la mayor movilización ciudadana de la historia de la ciudad, “muerto el héroe, se acaba la revolución: la posguerra llega a su fin”, escribió González Viñas en Manolete, biografía de un sinvivir.

La muerte del torero cordobés más famoso de todos los tiempos (tampoco es que haya toreros en Alemania) es un caso de libro de cómo una sociedad ahogada en la miseria necesita de héroes, de figuras mitológicas para abstraerse de una realidad, y de cómo ésta es usada a pesar de esa figura, que ni fue héroe, ni mito ni tampoco quiso. Y que de todas las cosas que fue me quedo con la de víctima, con la de un hombre que en el fondo quiso rebelarse ante un régimen que quiso utilizarlo y una sociedad tradicional, conservadora y opresora que quiso manejarlo.

En estos días se discute mucho sobre la propuesta de nombrar a Manolete hijo predilecto de la ciudad de Córdoba. Y se hace igual que se ha glorificado su figura hasta límites sonrojantes, de crónicas desbordadas de adjetivos y de una ausencia absoluta de crítica social ante los que fueron, seguramente, los peores años del siglo XX en la historia de Córdoba: los últimos años treinta y todos los años cuarenta.

Manolete, que murió con apenas 30 años, no lo olvidemos, se hizo torero durante la Guerra Civil y comenzó a triunfar en los años en los que España era un país destruido, arrasado, con millones de habitantes hambrientos, con miles de ciudadanos en las cárceles, fusilados o en el exilio. Córdoba no era una ciudad próspera. Sin exagerar, había perdido más del 10% de su población en la Guerra Civil, entre fusilados, huidos y exiliados. Habían triunfado las fuerzas más opresoras, las fascitas, las tradicionalistas. El peso era absoluto y Manolete era un joven torero que hacía todo lo que le decía su madre, Doña Angustias (viuda de dos diestros), que no había conocido el sexo, que apenas si se había movido del lugar en el que siempre eligieron para él, y que de la noche a la mañana se vio convertido en un héroe nacional, en un líder de masas, con las manos llenas de dinero y con la supuesta libertad de hacer lo que le diera la gana.

Manolete fue rebelde a su manera. Toreó en México para los republicanos españoles, por que los consideraba paisanos a pesar de que el régimen franquista seguía fusilándolos a diario. Y cometió el pecado de enamorarse de una mujer que no encajaba con lo que se esperaba de él: ni era virgen, ni era rica, ni piadosa, ni del agrado de su madre, su cuadrilla o su familia. Tan mala era que no la dejaron entrar en el quirófano en el que Manolete agonizaba y donde la esperaba para despedirse de ella para siempre. “Verás cuando se entere mi madre”, asegura su sobrino que también dijo.

Manolete murió en Linares en 1947. Dicen los que saben de toros que por un error fatal, provocado quizás porque la presión comenzaba a poderle, después de haber sido abucheado en alguna plaza antes. Iba a retirarse y a casarse, y en Córdoba empezaba a cuestionarse su ritmo de vida. Se decía que era un cocainómano, que le gustaba el whisky y que era un calzonazos porque hacía lo que Lupe Sino quería. Pero un toro lo mató y se convirtió en mito.

Desde 1947, la figura de Manolete en Córdoba es incuestionable. Fue el mejor del mundo (insisto, el mundo del toreo no es muy amplio tampoco), sus fotografías inundan tabernas y tertulias, su mausoleo es visitado todos los años por los pocos familiares directos que le van quedando y el chalet de la avenida de Cervantes del que apenas disfrutó sigue cerrado. La ciudad ha glorificado la figura de su torero más famoso, pero quizás ha olvidado los matices de su vida, aquellos que lo oprimieron a él, que era uno de los hombres que más dinero que ganaba en aquella España oscura, y que mataban de hambre a miles de personas, que se preocupaban en sobrevivir.

No sé si Manolete debe ser hijo predilecto de una ciudad como Córdoba. No sé si él querría, si ese joven de apenas 30 años, al que no le dejaron ser lo que quiso, y de cuya fortuna y desgracia se apropiaron tantos, estaría cómodo en un panel en el que deberían aparecer incuestionables figuras de la ciudad, aquellas que ha trascendido, que nos han dado algo más que pan y circo, o un ejemplo a seguir. Tengo mis dudas.

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