EAJ 24

La historia de la prensa en Córdoba previa al 18 de julio de 1936 es apasionante, especialmente durante los años de la II República, cuando proliferaron medios de comunicación. Córdoba llegó a contar con varios periódicos diarios, algunos de gran calidad como La Voz de Córdoba, diario gráfico (primero) y republicano después de información, que se hacía llamar. También había publicaciones temáticas, como una revista deportiva y otra de motor. Y era raro el pueblo que no tuviera su propia publicación, aunque no fuese periódica. Los partidos también disponían de sus propios órganos de difusión.

Pero en esa historia siempre me pareció apasionante la de EAJ 24, luego Radio Córdoba, toda una institución que pusieron en marcha dos radioaficionados en una casa de la calle Cabezas. En 1929 Rafael Muñoz Navas, abogado cordobés y radioaficionado, hijo del exalcade Muñoz Pérez, comenzó allí a realizar experimentos de emisión con una radio Pull-Man-Six. Junto con su amigo José Posadillo montaron una pequeña emisora y bajo el indicativo de radioaficionado EAR–213 emitían música y conciertos de la banda municipal de Córdoba en lo que fue el germen de EAJ-24. Estos radioaficionados, a su vez, editaban una revista que se llamaba Micrófono. Fue ahí donde conocieron a Federico Algarra Ramírez, que era comercial de la cerveza El Águila y subdirector de la compañía de seguros Covadonga. Algarra descubrió el potencial de la radio, aunque fuese de aficionados, para los anuncios publicitarios. Así, puso capital para una nueva emisora que facilitó el Gobierno de la II República con un decreto en 1932. Se instaló una antena en el patio de un edificio de la calle Alfonso XIII, a la altura del número 12, que durante décadas formó parte del skyline cordobés.

EAJ 24 acaba de cumplir 90 años, en una historia que retrata la evolución de la prensa en la ciudad y en la provincia, con su ilusión, sus altibajos, con la guerra (de sus ondas salieron las terribles amenazas de Queipo de Llano), con la posguerra, los discos dedicados, las radio novelas, esa radio antigua con aroma a narración taurina, hasta la edad dorada de los setenta, ochenta, noventa y hasta dosmiles.

Periodista de prensa escrita (la digital también se escribe, por cierto), siempre me pareció mágica y especial la conexión de la radio con sus oyentes, con su “familia”, como describía en la gala del jueves el presentador, Juan Carlos Ortega. Esa radio siempre puesta en la casa de tus abuelos, donde lo mismo sonaba una copla que te pedían hablar bajito por el parte; la música siempre puesta en el taller, en la oficina, en el comercio o en la cafetería; el pasajero que te acompaña cuando vas solo al volante; o el despertador que te anuncia un nuevo día. Hasta las antológicas batallas nocturnas de lo peor y de lo mejor del deporte (o del fútbol).

La radio es directo y es también que pudieses llamar por teléfono y que te pusiesen en antena, que se agolpase la gente buscando una cesta de navidad por la ciudad o que organizase los mejores conciertos de la ciudad.

Por eso el vídeo nunca mató a la estrella de la radio. Y el sueño de esos dos radioaficionados de la calle Cabezas sigue vivo. Larga vida a la radio y al periodismo local.