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Doñana: las moscas nunca abandonan el pastel

Alfonso Alba

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Cuando la memoria es relativamente reciente solemos apoyarnos en la experiencia vivida para realizar el relato. Y más, ahora, cuando nuestro conocimiento es cada vez más fragmentario. No está de más arriesgarse en este tiempo en el que la experiencia no goza de gran autoridad ni prestigio (todo sucumbe frente al experimento).

Era un niño cuando Doñana fue declarado Parque Nacional (1969) y alcancé la mayoría de edad cuando se aprobó su ampliación (1978). Poco más tarde, aprobada mi primera oposición, la UNESCO declaró el Parque como Reserva de la Biosfera (1981). Un año antes se publicó una noticia breve en la que la denominada Estación Biológica de Doñana alertaba del peligro de contaminación derivado de las actividades mineras del entorno (1980). Tuve información, recién constituido el Parlamento de Andalucía, de la creación de una Comisión Permanente para el seguimiento, investigación y control de las presuntas actividades irregulares ocurridas en el Parque Nacional de Doñana (1983). Era una época de tensión y reivindicación competencial. Una reseña del periódico informaba del nombre de la empresa que acababa de comprar la explotación de Minas de Aznalcollar: Boliden-Apirsa (1987). Tiempo después se hará muy famosa. En 1989 la compañía Unión Fenosa anuncia que “está buscando” hidrocarburos en Doñana y su entorno. Estas noticias se alternan con el permanente anuncio de proyectos y trazados para la carretera Huelva-Cádiz (naturalmente todos esos anuncios iban acompañados del compromiso de no dañar Doñana y su entorno). Doñana es un gran y suculento pastel al que no paran de acudir las moscas.