Hemorragia de elecciones
"Quienes no tienen ni miedo ni esperanzay no dependen, por tanto, más que de sí mismos,son enemigos del Estado" (Baruj Espinoza)
Se avecina un año electoral. Unas elecciones para cada estación del año. En los procesos electorales se suele extinguir el murmullo de lo real. Todos se afanan en construir un escenario grande y barroco (tan hispano). En esta época confundiremos los olmos (que dan excelente madera) con los perales. Nos volveremos a caer del nido (una vez más). Perderemos la memoria para saber con qué bueyes se debe arar. Llegaremos , con extrema facilidad, a la conclusión de que cuando hay hambre no hay pan duro. Una permanente pasarela de la moda en la que todos ven lo que tú aparentas pero pocos advierten lo que eres (Maquiavelo). Los más grandes irán derechos a sus asuntos afilando sus tijeras para recortar trajes a su medida. La música que les acompañen será amplificada por sus potentes altavoces y el ruido mediático. Repetirán como una letanía sus logros y sus aspiraciones (ellos tienen todo el tiempo para vencernos, una vez más). Los más pequeños, temerosos, tendrán que resistir el ruido y la enorme polvareda que levantan los paquidermos. Ante este horizonte se siente la tentación, a la manera de Stendhal, de suspender el tiempo y perderse en una ciudad (las ciudades son el mejor invento de la memoria). Yo, mientras tanto, aspiro a sortear las trampas que van urdiendo los fantasmas, mientras escucho, de nuevo, la hermosa canción de Vainica Doble, El Duelo. Y repetiré con ellas no hay respeto ni clemencia para el que abandona el mundo.
Me he pertrechado de los libros de Miguel Espinosa. Están amarillos como el otoño. Como la experiencia. Son magníficos para defenderse del frío y la intemperie. Espinosa fue un escritor ajeno a las tribus. Alejado del falso optimismo. Su patria era la lengua y esto lo volvió solo. La profundidad ética de su escritura me reconcilia con una parte del mundo. Su singular sátira lo asemeja a Gracián y a Mateo Alemán. Volveré a sonreír leyendo La fea burguesía y su descripción de los nuevos ricos. Ellos hablan y hablan sin decir nada. Su banalidad les lleva a medir el valor (y precio) de las cosas en función del sueldo de uno, dos o tres obreros. Me entrará desasosiego al releer su Tríbada y descubrir que en nuestras sociedades contemporáneas el mercado no deja ningún territorio para la vida. Todo, lo íntimo y lo público, está atravesado por las leyes del mercado. Una verdadera revelación de la nada sobre la que se sustenta el modelo de relaciones. Y leeré el final del texto con temor: las olas van rompiendo, sin pensamiento, sobre las piedras. Me volverá la rabia al leer su desigual Escuela de Mandarines; una pormenorizada descripción de la genealogía del poder. Escuela de Mandarines es una eficaz alegoría sobre la perversión y falseamiento que los poderes (todos) realizan del lenguaje. Uno de sus personajes, el Eremita, es incapaz de abolir y vencer a esos poderes. Dejaré para el próximo invierno la lectura de mi obra preferida: Asklepios, el último griego. Un sorprendente relato sobre la radical nostalgia. Un texto plagado de belleza y pensamiento cuyo eje motor es la memoria de el último griego. Asklepios se sabe y reconoce como desterrado: “yo no era habitante de ningún Estado que me fuera propio, sino viajero en un país extraño; tampoco tenía semejantes; vivía entre desconocidos (...)”. Un desterrado, como un naufrago, continuamente se interroga (sabemos que siempre tiene más valor una buena pregunta que la respuesta). Y, siguiendo el ciclo natural y el de las elecciones, me rebelaré junto a Asklepios. Me aprenderé de memoria sus palabras y repetiré: “Si admitimos lo dado y, reverenciamos lo establecido, sin más analizar ni pretender, contrariamos la razón y servimos intereses” (casi siempre ajenos). En esta hemorragia de elecciones volveré a estar junto a los pequeños. Junto a Pilar, Francis, Lola...
Nota:
Escuela de Mandarines.- Barcelona: Los Libros de la Frontera, 1974.
Tríbada. Theologíae Tractatus.- Barcelona: Los Libros de la Frontera, 1980.
Asklepios, el último griego.- Murcia: Tres fronteras, 1985.
La fea burguesía.- Barcelona: Alfaguara, 1990
Si no los encuentran pregunten en la Librería El Laberinto de Córdoba (al menos les contarán de que van).
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