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Canallas

Alfonso Alba

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Antonio del Corro fue un gramático sevillano, fraile y seguidor de las corrientes calvinistas. En 1557 huye de Sevilla y tras un largo periplo por Suiza, Francia y Holanda, alcanzó el puesto de catedrático de teología en la Universidad de Oxford. Allí se publicó su obra Reglas gramaticales de la lengua española y francesa (1586). Escribió varios vocabularios de la lengua española, en uno de ellos define “canalla” como persona ruin y malvada y despreciable. Alrededor de esta definición pululan castizas palabras como rufián, pícaro, granuja...

En Enero de 2010, en la localidad italiana de Rosarno, cientos de nativos italianos apalearon a trabajadores temporeros africanos que protagonizaban una huelga para mejorar sus condiciones laborales. La excusa de la agresión era que ponían en peligro la economía de la ciudad. Varias semanas después Silvio Berlusconi declaraba que “menos inmigración es menos criminalidad”. Y el rufián dicharachero se transformó en canalla. Vincular las migraciones con la inseguridad es una estrategia política que resulta muy útil a los gobernantes del Norte y del Sur, del Este y el Oeste. Lo hizo, en España, el ministro de Interior, Jaime Mayor Oreja (añadiendo de su propia cosecha que había mucho teatro en el drama de las pateras). El emigrante extremeño, Celestino Corbacho, que había sido alcalde de L´Hospitalet de Llobregat (la segunda ciudad de Catalunya) declaró, en su primera entrevista tras ser nombrado ministro de Trabajo e Inmigración, que un país, un barrio, una escalera, nunca puede gobernarse con las normas del último que llega. Nunca llegó a explicar el por qué de esa respuesta-parche a una pregunta sobre la realidad migratoria en España. David Cameron, primer ministro británico, acaba de declarar que hay que parar el enjambre de gente que pretende acceder a Gran Bretaña. Las palabras (las diga Corcuera, Donald Trump, García Albiol o cualquier otro dirigente que busque el aplauso fácil) también pueden ser canallas (aunque quienes las pronuncien no alcancen más que la categoría de rufianes o granujas o serviles). Las palabras canallas utilizan el malestar y descontento social para alimentar el odio. Este odio viaja siempre a lomos del miedo. El odio, epistemológicamente hablando, es un sentimiento de aversión, repulsión y antipatía hacia personas y grupos que comparten ciertas características. Tan obstinado es el odio que destruye, no solo el derecho, sino también la compasión. La repetición incansable de ligar las migraciones con la seguridad//inseguridad es siempre el preludio de algo mucho peor: el abandono del derecho, de los derechos. Se les olvida, muy rápido, a nuestras élites dirigentes, que el odio roza la eternidad tanto o más que el dolor. Cuando al mercado se le cae la máscara aparece el rostro de la abyección y exige de sus servidores voluntarios, la clase política dirigente, que pongan en marcha las palabras canallas. Al final los sustantivos terminan confundiéndose con los adjetivos.

Nota: Para afrontar (y enfrentar) lo abyecto recuerden que toda concesión a los canallas, los hace más canallas, no menos.

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