Turbulencias efímeras
No hay nada que pueda ser reparado, al menos absolutamente" (Joan-Carles Mèlich)
Una semana para quedarse inmóvil y desasido frente a frente a un continuo espectáculo. Un periodo de tiempo anclado en un enorme (no podía tener otra dimensión) vacío del que no se puede huir. La banalidad tan propia de cierta modernidad (presente en toda época y lugar) denominaría a esta situación: turbulencias efímeras. Un ¡zas! efímero. Un día la actuación de Andreas Lubitz, copiloto de Germanwings, ejecutor y responsable de la tragedia aérea de los Alpes; la matanza en la Universidad de Garissa, en Kenya, de cientos de jóvenes, ejecutada por las milicias somalíes de Al Shabab (grupo vinculado a Al Qaeda). El asalto del campo de refugiados palestinos de Al Yarmuk, en Siria, perpetrado por Estado Islámico (o como prefiere decir nuestro ministro de exteriores, DAESH). Tres acontecimientos que suman una contabilidad del horror difícil de cuadrar. Pasará el mes de abril y estos sucesos adquirirán la condición de turbulencias efímeras en el consumo de noticias y espectáculo. Nos hemos sentido sobrecogidos, ¡es cierto! Tan cierto como el control y medición (que desarrollan los medios) de la intensidad de nuestras emociones. Los místicos eran capaces de hacer de la contemplación una acción. Yo no sé. Yo no puedo. Muchas de las palabras leídas y de las imágenes vistas se han vuelto impermeables a la emoción (y la rabia). Es sufrimiento que se repite con la sensación de no aprender la lección nunca. Este dolor es como una catástrofe: todo lo socava (para las víctimas y para los espectadores). Son actuaciones imperdonables.
¿Para qué sirve oír? ¿Para qué sirve ver? ¿Para qué sirve vivir? El filósofo Derrida afirmaba que el perdón solo tiene sentido porque existe lo imperdonable. Y yo intento descifrar ese original y atrevido pensamiento. Y no lo logro. Me cuesta. No existe un deber de perdón. No existe un derecho de perdón. “El perdón –dice Mèlich- nunca puede sustituir a la justicia”. ¿Quiénes van a perdonar? ¿Las víctimas? ¿Los espectadores?
El fascinante pensador Vladimir Jankélévitch, víctima de mil atropellos, escribió, mucho y bien, sobre este sinsentido que es el perdón. Afirmaba que el perdón sólo adquiere sentido cuando el mal es irreparable. Efectivamente esta afirmación es un sinsentido que solo puede ser dicha, admirada y respetada cuando quien la pronuncia es una víctima. Jankélévich escribía: “el verdadero perdón es una relación personal con alguien (...). Tiene nombre propio” (quien lo pide y quien lo solicita). Sinceramente me sobrecoge el leer ese pensamiento. Se hace tan inexplicable que es posible que ahí radique su excepcionalidad. También es posible que el perdón, transcurrido un tiempo, sea inevitable para que podamos continuar... viviendo. El perdón como olvido. Hannah Arendt opinaba que el perdón sirve para deshacer los actos del pasado. Creo que ahí está la clave. Ay!
Nota: mientras tanto en la rutina de la vida política de Andalucía los ganadores de las elecciones actúan como si tuvieran mayoría absoluta y los perdedores andan dándole vueltas a qué significa ser oposición (en algunos casos parece que no lo tienen muy claro). ¡País! (Andaluz, claro está)
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