El anfiteatro de entre 8.500 y 10.000 espectadores bajo unos almendros que un arqueólogo descubrió en su ordenador

En una calurosa mañana de julio de 2016, en un despacho de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Córdoba, el arqueólogo Antonio Monterroso Checa afinaba la vista ante lo que veía en su ordenador. Lejos de los grandes descubrimientos casuales sobre el terreno, en las prospecciones preventivas para desarrollar una obra, lo que el profesor Monterroso Checa comenzaba a vislumbrar era todo un anfiteatro romano, con capacidad para sentar a entre 8.500 y 10.000 personas entre los siglos I y II.
Esta semana, el Museo Histórico de Baena y la Universidad de Córdoba han presentado la monografía que detalla cómo ha sido el proceso para concluir que lo que un día apareció como unas anomalías del terreno a través de los vuelos del Lídar se ha confirmado como el anfiteatro de Torreparedones, toda una ciudad romana excavada en uno de los puntos más altos de la Campiña de Córdoba, entre los municipios de Baena y Castro del Río. La monografía detalla cómo ha sido el proceso de hallazgo a través de métodos no invasivos, confirmados posteriormente por una meticulosa excavación sobre el terreno, que ha vuelto a sepultar el anfiteatro para cuando haya presupuesto y un ambicioso plan de rescate. Ahora vuelve a dormir bajo unos almendros, lejos de los ojos de curiosos y expoliadores.
Hace nueve años, Monterroso compartió las anomalías que había detectado con el catedrático Carlos Márquez. Este a su vez aprovechó la inauguración de las estatuas del Museo de Baena para entregarle un pequeño dossier con el hallazgo a los entonces alcalde, Jesús Rojano, y rector de la Universidad de Córdoba, José Carlos Gómez Villamandos. El 22 de noviembre, el regidor de Baena junto al de Castro del Río anunciaron que al parecer había un anfiteatro en Torreparedones, y que había sido hallado a través de un novedoso sistema tecnológico, el hoy famoso pero entonces desconocido Lídar (capaz de detectar anomalías en los suelos).

El lugar en el que se emplazaba el posible anfiteatro de Torreparedones estaba fuera del recinto vallado, protegido y excavado. A unos 300 metros en dirección a Córdoba y bajo una finca de almendros. El equipo de arqueólogos contactó con su propietario, Carlos León, que se mostró entusiasmado con el hecho de que bajo sus almendros pudiese haber “un coliseo”. La disposición y colaboración del propietario facilitó las cosas.
En los veranos de 2018 y 2019, el Grupo HUM 882 de la Universidad de Córdoba y el Ayuntamiento de Baena iniciaron los trabajos sobre el terreno. Bajo los almendros fue apareciendo lo que intuyó Monterroso en su ordenador: todo un anfiteatro romano. “Podemos concluir que los datos aportados por la aplicación de métodos no invasivos y de las campañas de excavación arqueológica llevada a cabo en el área autorizada han permitido verificar la existencia de un edifico de espectáculos en Torreparedones”, concluye la monografía, en un documento conjunto firmado por Santiago Rodero Pérez, Massimo Gasparini, Antonio Monterroso Checa, Juan Carlos Moreno Escribano y Carlos Márquez Moreno.
El anfiteatro
El anfiteatro presenta una planta elíptica de 67 metros de largo por 64 metros de ancho, con un graderío que se extiende 14 metros desde el podium hasta el muro de fachada. En la excavación se han documentado el anillo exterior, un casetón completo, cuatro vomitoria (accesos al graderío), parte del podium y secciones bien conservadas del graderío, todo ello construido con una técnica de opus incertum utilizando piedra de calcarenita. La presencia de cal blanca en el muro exterior sugiere que las partes visibles del edificio pudieron estar enfoscadas para una mejor apariencia.
Las cimentaciones del edificio, muy cuidadas, evidencian un conocimiento profundo del terreno. Las diferencias de cota entre los lados oriental y occidental obligaron a una compleja solución técnica, uniendo lienzos rectilíneos con curvaturas abruptas para dar forma a la elipse. En la mitad sur, más deprimida, se construyó un sistema de contrafuertes para soportar las tensiones del terreno. Todo ello indica no solo habilidad constructiva, sino también un alto grado de planificación urbanística.
¿Para quién se construyó este anfiteatro?
El aforo estimado oscila entre 8.400 y 10.100 espectadores, cifras que superan con creces la población estimada de Torreparedones en época romana, que habría oscilado entre 2.500 y 3.500 habitantes, según la densidad urbana calculada por Carreras (1996). Esto sugiere que el anfiteatro no solo servía a la ciudad, sino que atraía asistentes de todo el territorio circundante, probablemente desde otras ciudades menores o núcleos rurales bajo la influencia del municipio.
Lejos de tratarse de un elemento anecdótico, el edificio constituye una declaración de poder y centralidad, un símbolo de liderazgo territorial. En una región donde solo unos pocos anfiteatros rurales (como los de Contributa Iulia o Capera) se han documentado con claridad, el de Torreparedones destaca por su tamaño, conservación y complejidad técnica.
El edificio no se levantó en el centro urbano, sino junto a una de las principales vías de entrada a la ciudad, la occidental, que conecta Torreparedones con Ucubi (Espejo), Ategua y Corduba (Córdoba). Esta localización periférica concuerda con la tendencia del urbanismo romano tardío, en la que los edificios dedicados a espectáculos —especialmente los que albergaban luchas de gladiadores— se desplazaban hacia las afueras. De hecho, se considera probable que su construcción fuera posterior a la del teatro de la ciudad, que se situó en la zona central entre los reinados de Augusto y Tiberio.

La datación más verosímil para este anfiteatro apunta a los últimos años del siglo I d.C., posiblemente en época de los emperadores Flavios o incluso Trajano, coincidiendo con la concesión de la ciudadanía latina a numerosos oppida ibéricos por parte de Vespasiano. Este gesto imperial de integración en el sistema romano pudo haber motivado una fase de intensa monumentalización local, de la que el anfiteatro sería un ejemplo emblemático.
Las excavaciones también han sacado a la luz las huellas del paso del tiempo y de los distintos usos del edificio tras su abandono como lugar de espectáculos. En época tardoantigua, uno de los vomitoria fue transformado en una cisterna o depósito, construida con sillares reutilizados. El graderío, por su parte, fue parcialmente desmontado, y algunas de sus partes reutilizadas con funciones secundarias.
En la Edad Media, el edificio fue definitivamente abandonado. Lo que quedaba de sus estructuras fue saqueado para extraer sillares, mientras el terreno comenzaba a colmatarse de tierras agrícolas. El lugar donde miles de personas aclamaron luchas de gladiadores y espectáculos públicos se convirtió primero en un garbanzal, después en pastizales para ganado, y finalmente, en el almendral que hoy cubre el suelo, bajo el cual se esconde uno de los secretos mejor guardados de la arqueología cordobesa.
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