He descubierto una nueva categoría de seres humanos: los que actúan y los que no. Y no, no me refiero a esa actuación impostada tan frecuente en una Córdoba como esta, en la que, al cruzarte con cualquiera, van y te dicen: “Me alegro de verte”, cuando en realidad les importas un bledo. O cuando te dicen: “Nos vemos y comemos juntos”, pero eso nunca ocurre.
No, tampoco me refiero a esa otra actuación que la sociedad nos impone en según qué trabajos o en según qué circunstancias. Ni siquiera a la que se hace en un escenario o delante de una cámara. Ese fue mi sueño un día, hasta que lo cambié por otra actuación: la que, al fin y al cabo, hacemos los que trabajamos con la toga puesta.
De lo que hablo hoy es de actuar. Eso que hacen los que, desde que se levantan hasta que se acuestan, nunca se rinden, ante nada ni ante nadie. Los que, en vez de quejarse del mundo, de su vida, de la de los demás y hasta de su perro si no hace caca cuando quieren, deciden hacer algo. Actuar. Poner remedio. Intentarlo, al menos.
Al otro lado están los impasibles. Los que siempre lo dejan todo para mañana, un mañana que nunca llega. Los que jamás se apuntan a la clase de baile. Los que, cuando se rompe algo en su vida, se sientan a esperar a que se arregle solo. Los que tienen la creencia absurda de que el mero transcurso del tiempo arreglará el fusible del frigorífico y hasta el fusible fundido de un amor con el que sobreviven. “Mañana lo haré”, “ya lo organizaré”, “es que yo tengo mi tiempo”, “ahora no, mañana”… El futuro al que fían su vida se convierte en presente al día siguiente y, entonces, de nuevo: “Será mañana”.
Y es que actuar tiene muchos riesgos. El primero y fundamental: equivocarte. Nunca se equivoca el que nada hace, y nunca sufre el que jamás se equivoca. Actuar es afrontar situaciones incómodas, incluso dolorosas, pero tal vez es la única forma de vida en la que, cuando llegue ese segundo final, sentiremos que mereció la pena. Actuar y equivocarte nos convierte en lo que llamo “personas con posos de vida”. Con confianza y fortaleza mental. La resiliencia que se cultiva a base de enfrentar adversidades y aprender de ellas solo está al alcance de los que actúan.
“¡Qué bien te veo!”... Ya, pero lo que no ves es que soy producto de los posos amargos de mi destino. Y aquí estoy.
Hay aún una subcategoría mucho peor: la de los que, teniendo la responsabilidad de actuar, no lo hacen. La de los que, cobrando por actuar, se inhiben. La de los que, teniendo la responsabilidad de gestionar, no gestionan y, teniendo el privilegio de poder cambiar el mundo —o al menos su pequeño universo—, ni lo intentan. “A mí no me corresponde”, “no es de mi competencia”, “hay cosas que no tienen arreglo”. Malgastar el tiempo cuando cobras por lo que haces con él debería ser delito… ¿lo es?
Será que estoy acostumbrada a que, hasta cuando pongo una demanda, “ejerzo una acción”; a que casi todos los días reivindico cosas; o a que mi trabajo consiste en elevar la voz en nombre de otros. Será que tengo ese privilegio que me ha hecho entender que el mundo no es de los que solo se quejan. Hagan algo, hagamos algo antes de que anochezca para siempre. Al menos, vamos a intentarlo.
Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada.
Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta.
¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.
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